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25/7/25

El dimorfismo sexual

Por Jesús Mosterín

Normalmente los mamíferos machos tienden tanto más a la poligamia cuanto mayor es el dimorfismo sexual (es decir, la diferencia promedia entre los sexos) de su especie. Los gibones, por ejemplo. son los únicos primates hominoides consistentemente monógamos, y por lo tanto su dimorfismo sexual es nulo: es muy difícil distinguir a un macho de una hembra a simple vista. Los elefantes marinos (Mirounga leonina), por el contrario, tienen un dimorfismo sexual muy marcado, con machos inmensos provistos de «trompa» nasal y un peso de dos toneladas y media, muy distintos de las hembras, cuatro veces más ligeras y carentes de «trompa»; consiguientemente, los machos tienen una acusada tendencia a la poligamia, que algunos, los «sultanes», logran llevar a la práctica, dominando sobre enormes harenes de hembras, mientras la mayoría de los machos, los «solteros», no se comen un rosco y no transmiten sus genes. En mis caminatas por la banquisa (plataforma rocosa plana entre el acantilado y el mar) de la península Valdés (Argentina), observando harenes de elefantes marinos, lo que más me llamaba la atención era la diferencia estética entre los solteros, generalmente guapos, pulidos y con la piel intacta, y los sultanes, feos pero poderosos, con el cuerpo marcado por mil heridas y cicatrices, resultado de las sucesivas peleas en las que han reafirmado su rango.

El dimorfismo sexual entre los humanes es moderado, pero desde luego no nulo. Los hombres norteamericanos de treinta y cinco años pesan un 24 por 100 más que las mujeres de la misma edad; aunque esa diferencia se reduce con el tiempo, sigue siendo del 22 por 100 a los cuarenta y cinco años y del 17 por 100 a los cincuenta y cinco años. En correspondencia con este grado moderado de dimorfismo, los hombres tienen una moderada tendencia a la poligamia o, digamos, al ligue, lo que a veces provoca conflictos con las mujeres, más centradas en establecer una relación estable de pareja. En general, el erotismo masculino es distinto del femenino y a lo largo de la historia ha dado lugar a fenómenos sociales como los harenes, la pornografía y la prostitución, sin parangón entre las mujeres. De todos modos, estos datos promedios ocultan todo tipo de excepciones individuales. Además, tampoco hay que exagerar las diferencia y los conflictos. El erotismo entre hombres y mujeres con frecuencia es profundamente satisfactorio para ambas partes, y unos y otras están genéticamente programados para buscarlo.

Fuente: Mosterín, J. (2006), La naturaleza humana, Espasa Calpe, Madrid.

28/2/25

Un saludo

Por Jesús Mosterín

Somos sistemas físicos, partes del Universo, pero no partes cualesquiera: somos (o podemos llegar a ser) partes conscientes del Universo y, por tanto, partes de la conciencia cósmica. La conciencia cósmica es la conciencia distribuida del Universo (la «conciencia divina», si se quiere hablar metafóricamente). Cuando nuestro cerebro piensa, decimos que nosotros pensamos. Nuestro cerebro es parte nuestra, pero nosotros somos partes del Universo y, por tanto, nuestro cerebro es parte del Universo. Cuando pensamos en el Universo con nuestro cerebro, el Universo se piensa a sí mismo en nuestro cerebro. Nuestros pensamientos son chipas «divinas», chispas de la conciencia cósmica. Es posible que otras criaturas inteligentes piensen también en el Universo en algún otro lugar en la vasta inmensidad del espaciotiempo, pero no lo sabemos. Si existen, ellos son también partes de la conciencia cósmica distribuida, participantes, como nosotros, en la autoconciencia universal. No sabemos si existen. Por si acaso, desde aquí les envío un saludo.

Fuente: Mosterín, J. (2013), Ciencia, filosofía y racionalidad, Gedisa, Barcelona.

10/1/25

China y Roma

Por Jesús Mosterín

El Imperio Han del Este fue contemporáneo del Imperio Romano. Entre ambos imperios se aprecian semejanzas, aparte de las cronológicas. El Imperio Romano siempre estaba amenazado por los pueblos bárbaros germánicos del norte. El Imperio Han tenía sus fronteras septentrionales igualmente amenazadas por los nómadas de la estepa del norte, como los yuezhi y los xiongnu. Para protegerse de esa amenaza, los chinos construyeron y reconstruyeron la Gran Muralla China. Los romanos fortificaron el limes, sobre todo en el Rin y el Danubio. También había notables diferencias. Toda la cultura china tenía un sabor «de tierra adentro», frente al marítimo del mundo mediterráneo greco-romano clásico. El emperador chino –fuera de las audiencias solmenes y las ceremonias– vivía aislado del mundo, en su palacio, rodeado de sus mujeres y concubinas y de los eunucos. La importancia de los eunucos en la corte china contrasta con su ausencia en la romana. Los emperadores romanos tenían un carácter más militar; los chinos, más civil. En China nunca existió el concepto de la ciudad-estado o pólis; tampoco el de pueblo (populus). China desconocía la elección de los altos cargos que practicaba Roma. Y Roma ignoraba lo que era una burocracia profesional concienzudamente preparada y seleccionada mediante exámenes, como la china.

Mosterín, J. (2007), China, Alianza Editorial, Madrid.

19/5/22

La sombra de Popper

Por Jesús Mosterín

Los antiguos griegos habían contrapuesto la ciencia (epistéme), que constituiría un saber seguro y definitivo, a la mera opinión conjetural (dóxa). Aristóteles había descrito el método científico como la deducción rigurosa a partir de verdades necesarias. Descartes había creído encontrar el camino de la certeza, basado en la evidencia indudable. Kant había pretendido garantizar para siempre la verdad de la física newtoniana, considerando sus teoremas como juicios sintéticos a priori, necesariamente válidos en cualquier experiencia posible. Francis Bacon y John Stuart Mill veían en la inducción el método infalible de la ciencia empírica. Pero Popper nos ha enseñado que no hay método infalible ni ciencia segura. No hay epistéme, solo dóxa; no hay saber definitivo, solo conjeturas provisionales. Esta postura radical ha acabado por calar tan hondo que ya no nos parece radical, sino algo obvio y compartido. Cuando oíamos las cautelas y dudas con que en 1994 se anunciaba el descubrimiento del quark top en el Fermilab y la consiguiente confirmación (provisional) del modelo estándar de la física de partículas, parecía como si la sombra de Popper se cerniese sobre los propios descubridores. Y lo mismo volvió a ocurrir en 2012 con la detección del bosón de Higgs en el CERN.

Fuente: Mosterín, J. (2013), Ciencia, filosofía y racionalidad, Gedisa, Barcelona.

20/1/22

La mutilación genital de las mujeres

Por Jesús Mosterín

La mutilación genital de las mujeres es práctica casi universal en los países del África islámica central y oriental, como Egipto, Sudán, Somalia, Yibuti, Chad, Mali y norte de Nigeria. También se da fuera de África, en Yemen, Omán e Indonesia. En Francia, en 1999, fue condenada una curandera por practicar la ablación del clítoris a cincuenta niñas originarias de Mali. Esta costumbre ancestral precede al islam, que luego la adoptó en esos países como un medio para asegurar la castidad y fidelidad femenina. Se calcula que en el mundo hay unos 130 millones de mujeres mutiladas genitalmente. Cada día se realizan unas seis mil nuevas mutilaciones. La costumbre garantiza la castidad y fidelidad de las mujeres, por lo que es defendida por los hombres obsesionados por su presunto honor. Las propias mujeres también transmiten la costumbre, llevan a sus hijas a la curandera a mutilarlas y les cuentan todo tipo de mitos absurdos, como que el clítoris es peligroso para la salud, perjudica al marido y puede matar al bebé durante el parto.

Hay diversos tipos de mutilación genital femenina. La más frecuente incluye la ablación (extirpación) del clítoris, el corte de los labios interiores, el corte de la parte superior de los labios mayores, la infibulación (obstaculización y costura) de la vagina, colocando a su través espinas afiladas como agujas, fijadas con cordeles. La mujer queda completamente cosida y cerrada por debajo, con solo un agujero del diámetro de un palillo de dientes. Además del dolor tremendo de la operación, realizada al margen de cualquier higiene o tecnología actual por mujeres ignorantes e insensibles, y del trauma físico y psíquico correspondiente, a la víctima le aguarda una vida de dolores recurrentes. Sufren cada vez que orinan o defecan y padecen durante las menstruaciones. Cuando se casan, son brutalmente desvirgadas y sufren en las relaciones sexuales, de las que no obtienen ningún placer, y experiencian terribles dolores cuando paren. Con frecuencia, los maridos insisten en que sus mujeres vuelvan a ser infibuladas después del parto o cuando ellos se van de viaje, a fin de asegurar su fidelidad. Las mujeres somalíes, que se cuentan entre las más bellas del mundo, son objeto sistemático de estas prácticas brutales, condenadas a una vida de sufrimiento absurdo e innecesario. Obviamente, se trata de prácticas culturales frontalmente opuestas a los intereses y tendencias de la naturaleza humana.

Fuente: Mosterín, J. (2006), La naturaleza humana, Espasa Calpe, Madrid.

16/12/21

Mahoma versus los judíos

Por Jesús Mosterín

Al negarse los judíos a reconocerlo como su profeta, el decepcionado Mahoma reaccionó vindicativamente. Hizo matar a varios de sus críticos y, con excusas triviales, expulsó de la ciudad a la tribu judía de los Banu Qaynuqa en 623 y a la de los descendientes de al-Nadir en 625. Hombres, mujeres y niños hebreos tuvieron que abandonar sus casas y campos con lo puesto. Todos sus bienes fueron confiscados y entregados al profeta, que repartió las casas ahora vacías entre sus seguidores llegados de La Meca. Si dos de las tres tribus judías de Medina fueron expulsadas de la ciudad, la tercera, la de los Banu Qurayza, tuvo un destino aún más aciago. Mahoma acabó condenando a muerte a sus hombres y reduciendo a la esclavitud a sus mujeres e infantes. Acusados por Mahoma de conspirar con los hebreos de Jaibar, los judíos qurayzíes fueron encerrados durante un mes en su propio barrio, hasta que «Dios introdujo el terror en sus corazones». Aunque los judíos se rindieron a los muslimes, no les sirvió de nada; la totalidad de los hombres judíos adultos fueron pasados a cuchillo y la totalidad de las mujeres e infantes fueron repartidos o vendidos como esclavos. Los seguidores de Mahoma cavaron zanjas cerca del mercado y arrojaron a ellas más de 700 cabezas cortadas de judíos.

Fuente: Mosterín, J. (2012), El islam, Alianza Editorial, Madrid. 

18/11/21

Los ancestros prehumanos

Por Jesús Mosterín

Casi todos los detalles de nuestra anatomía y fisiología los hemos heredado de los ancestros prehumanos que nos precedieron. Ellos nos han transmitido la visión estereoscópica y cromática, la atrofia del olfato, las manos prensiles, la posición erguida y la marcha bípeda, la proporción de los dedos que permite apoyar y presionar el pulgar contra las yemas de los otros dedos, posibilitando la manipulación precisa de los objetos, y la coordinación sensoriomotriz del ojo y la mano a través del cerebro. De ellos hemos heredado también la mayor parte de nuestra psicología profunda, de nuestras necesidades básicas, de nuestros impulsos fundamentales, de las motivaciones permanentes de nuestra conducta. Ellos nos han transmitido el omnivorismo, nuestra capacidad de comunicarnos mediante gestos como la sonrisa y muchos otros rasgos, como la continua receptividad sexual de las hembras, quizá seleccionada en el curso de la evolución porque contribuía a que los machos volviesen y aportasen alimentos para las madres y las crías, que no podían valerse por sí mismas durante el periodo excepcionalmente largo de la crianza humana.

Fuente: Mosterín, J. (2006), El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid.

30/9/21

Mil madres Teresas

Por Jesús Mosterín

El planeta Tierra pura y simplemente no puede sostener a un número ilimitado de seres humanos. En cualquier caso, el número máximo solo se alcanzaría en condiciones de extrema miseria. Pero el objetivo civilizado no es que haya la mayor cantidad posible de gente (no importa cómo vivan), sino más bien que la gente viva lo mejor posible (no importa cuántos sean). El objetivo no es alcanzar el máximo, sino alcanzar el óptimo de la población. Y ese óptimo ya hace tiempo que lo hemos superado.

En los países más desarrollados (Estados Unidos, Canadá, Europa, Rusia, Japón, Corea del Sur, Australia, Singapur) la bomba de población ha sido desactivada. Los problemas que se plantean a sus 1.100 millones de habitantes parece que tienen solución. Lo malo es que ellos solo constituyen un sector de la humanidad. Otro sexto largo de la población mundial vive en China, donde en las últimas dos décadas se ha frenado la explosión demográfica mediante la implementación de la política del hijo único. Los otros cuatro sextos de la humanidad siguen multiplicándose desaforadamente. La explosión demográfica de África, Latinoamérica y Asia meridional –el crecimiento de la población por encima de la reposición de las muertes– añade 80 millones de bocas hambrientas suplementarias al año, unas 220.000 al día. Y los recursos escasos que habrían de concentrarse en pocos infantes, a fin de proporcionarles la alimentación y la educación adecuadas, se dispersan entre cada vez más criaturas cada vez más miserables.

Desde la época de los sumerios (hace cinco mil años) hasta el siglo XVIII, el progreso técnico se traducía directamente en incremento demográfico a niveles de miseria constante. Para la inmensa mayoría de la gente, a pesar de todos los descubrimientos e invenciones, el nivel de vida no subía; solo los números de la población aumentaban. Actualmente esta situación ha cambiado en Europa, Norteamérica y los países del Pacífico (como Japón y Australia), que, juntos, representan un sexto de la humanidad. Esta parte privilegiada del mundo ha alcanzado el equilibrio demográfico, en ella la población ya no crece, y, por lo tanto, el progreso tecnológico se traduce en una elevación constante del nivel de vida (a pesar de las obvias excepciones). Pero gran parte del mundo subdesarrollado fuera de China, que incluye dos tercios de los seres humanos, sigue anclado en la miseria provocada por la galopante expansión demográfica.

La explosión demográfica es la principal causa de la miseria y el hambre en el mundo, así como del creciente deterioro ecológico del planeta, además de estar detrás de diversas guerras civiles (como la de la superpoblada Ruanda). La familia que podría alimentar y educar bien a un hijo o dos distribuye sus escasos recursos entre diez, con lo que todos pasan hambre, o son abandonados a la mendicidad y la delincuencia. Las ciudades que podrían albergar humanamente a un número limitado de habitantes se convierten en hormigueros invivibles, pasto de las infecciones, el caos urbanístico y el aire irrespirable, rodeados de inmensos arrabales chabolistas sin desagües ni servicios, en los que se hacinan millones de miserables sin trabajo, sin salud y sin esperanza. Los bosques, marismas y montañas que podrían continuar albergando la riqueza y diversidad bilógica del planeta son talados, quemados y roturados por masas famélicas e inconscientes. El volcán demográfico en constante erupción vomita constantemente nuevos millones de hambrientos y desesperados que van de un lado a otro, buscando su suerte en la destrucción de las últimas selvas tropicales o en el hacinamiento de las nuevas favelas.

La relación de la superpoblación con la miseria humana ya era el tema central del primer demógrafo, Malthus. En 1968, Paul Ehrlich publicó The population bomb [La bomba de población], en que advertía claramente de la amenaza demográfica. En los años 1970, la «revolución verde», con semillas mejoradas de arroz, trigo y maíz, produjo un incremento considerable del rendimiento agrícola, lo que hizo disminuir la preocupación por la superpoblación, aunque ya en 1970 el padre mismo de la revolución verde, Norman Borlaug, al recibir el premio Nobel, insistió en que el problema de fondo de la pobreza era la explosión demográfica y que había que aprovechar el respiro de la revolución verde para detenerla. Una vez muerto Mao y acabado el período de locuras colectivas por él inspirado, China introdujo su política del hijo único e inició la liberalización de su economía, medidas que condujeron a su impresionante despegue económico y a la mejora sustancial del nivel de alimentación y educación de los niños. Los presidentes demócratas americanos, como John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson, Jimmy Carter y Bill Clinton, eran conscientes del problema de la superpoblación y promovían la planificación familiar en el mundo. Sin embargo, Ronald Reagan, ignorante, despreocupado de los problemas globales y dependiente políticamente del voto de los fundamentalistas cristianos del sur profundo de Estados Unidos, torpedeó la Conferencia Internacional sobre Población celebrada en México en 1984 y, en alianza con el Vaticano y las dictaduras islámicas, se opuso frontalmente a todos los esfuerzos de las Naciones Unidas para promover la planificación familiar como la más eficaz medida de lucha contra la pobreza. La oposición del Vaticano y del presidente de Estados Unidos han logrado que hoy día el tema del crecimiento demográfico se haya convertido en tabú en ciertos círculos, como señala Colin Butler.

La explosión demográfica se produce sobre todo en los países pobres, cuyas mujeres carecen de la información, la libertad y los medios para evitar los embarazos o abortar. La primera vez que estuve en Ciudad de México me hospedé en cada de unos amigos, donde una mujer venía a limpiar varios días a la semana. Por su cara ajada y sus movimientos cansinos yo estimaba que debía tener una edad avanzada. Cuál no sería mi sorpresa cuando, hablando con ella, me enteré de que solo tenía veintiséis años y que ya tenía seis hijos. Un par de veces había intentado usar algún medio anticonceptivo legal, y otra había considerado un aborto ilegal, pero lo único que había conseguido en cada caso fue una paliza de su marido, un desempleado borrachín y temeroso de que se dudase de su hombría, si su mujer no quedaba de nuevo embarazada.

Los expertos aconsejan a los gobiernos de esos países poner en marcha políticas vigorosas de control de la natalidad como requisito indispensable, aunque no suficiente, para escapar del círculo infernal del hambre y la degradación del medio. Muchos de esos gobiernos seguirían tales consejos si no fuera por la presión en contra que ejerce el fanatismo religioso, y en especial la Iglesia católica. En 1968, cuando la explosión demográfica era ya alarmante, el papa Pablo VI condenó la planificación familiar, la anticoncepción y el aborto en su encíclica Humanae vitae. Su sucesor, el papa Wojtyla, Juan Pablo II (1920-2005), se convirtió en vendedor ambulante de la irracionalidad demográfica, viajando incansablemente por los países más pobres y necesitados de planificación familiar y empleando a fondo su influencia para evitar que remediasen su problema. En los países avanzados, los católicos se han limitado a ignorar la postura de su Iglesia. Los índices de natalidad de los católicos son semejantes a la de los no católicos. Y precisamente Italia y España se encuentran ahora entre los países con menor tasa de fecundidad (el número medio de hijos por mujer), a un nivel de 1,3 infantes, bastante menos de la tasa de reposición, que es del 2,1.

La influencia de la Iglesia católica ha hecho que en toda Latinoamérica el aborto siga prohibido, y que los organismos internacionales sean incapaces de adoptar una política racional de contención de la explosión demográfica. La morbosa obsesión de Juan Pablo II lo llevó a beatificar a Gianna Beretta, una fanática antiabortista cuyo único mérito fue morir por negarse a una operación de útero que le habría salvado la vida, pues estaba embarazada y pensaba que la vida del feto es más valiosa que la de la madre. Una opinión así es un insulto a las mujeres y a la inteligencia, y más digna de lástima que de admiración. Ya vimos que en la Conferencia Mundial sobre la Población y el Desarrollo, celebrada en México en 1984, el Gobierno de Reagan se alineó con el Vaticano en contra del derecho al aborto y de todo freno a la explosión demográfica. En la siguiente Conferencia, celebrada en 1994 en El Cairo, la Iglesia ya no pudo contar con el apoyo de Estados Unidos, cuyo presidente Clinton estaba a favor de la planificación familiar y del aborto legal (a pesar de las llamadas telefónicas personales de Wojtyla, apremiándole a mantener la postura de Reagan), aunque, tras la elección de George W. Bush como nuevo presidente, el Vaticano volvió a tener un aliado en este asunto. El Fondo de Población de Naciones Unidas tuvo que acusar formalmente a la Iglesia católica de ejercer una influencia negativa que compromete el equilibrio demográfico mundial. El Consejo Pontificio para la Familia replicó acusando a la ONU de practicar el «imperialismo anticonceptivo».

En líneas generales, cuanto más deprisa crece la población, mayor es la pobreza y la conflictividad. Zonas como la Franja de Gaza, Níger, Angola, Somalia, Ruanda y Afganistán se encuentran entre las de tasa de fecundidad más alta del mundo. El mayor crecimiento demográfico se da en el África subsahariana (con excepción de Sudáfrica), que bate también todos los récords de miseria del planeta y es un desastre total y sin paliativos (de nuevo con excepción de Sudáfrica). La población crece imparablemente, a pesar de las constantes guerras civiles que la asolan, de la desertización antropógena y de la trágica propagación del sida. Como ya vimos, más de cien millones de mujeres africanas han sido mutiladas en sus genitales. Así, privadas de todo placer sexual y convertidas en meras máquinas de parir, viven condenadas a una cadena ininterrumpida de embarazados y partos no deseados, sumidas en la miseria y amenazadas o infectadas por el sida.

Ante esta situación espeluznante, en sus viajes a África, el papa Wojtyla se dedicó a despotricar contra la única posibilidad de salir de ella. El Sínodo de la Iglesia Católica sobre África, convocado por Wojtyla y celebrado en el Vaticano en 1994, invitó a los jefes de Estado africanos a boicotear el documento final de la Conferencia de El Cairo sobre la Población, pues la ONU «quiere imponer [...] la liberalización del aborto, la promoción de un estilo de vida sin referencias morales y la destrucción de la familia». Y el Consejo Pontificio para la Familia exhortó a los fieles a defender a la mujer de «las campañas antinatalistas lesivas para su salud y dignidad». Realmente, hacen falta dosis considerables de obnubilación ideológica para considerar que la liberación de la mujer africana de su degradante condición de máquina de parir es lesiva para su salud y dignidad, y destructiva de la familia.

Desde el papa Pablo VI, la doctrina de la Iglesia católica ha sostenido la tesis contradictoria de que la reducción artificial de la natalidad (mediante la planificación familiar, los anticonceptivos y el aborto) es antinatural y debe prohibirse, mientras que la reducción artificial de la mortalidad (mediante la higiene, las vacunas y los antibióticos) es natural y debe autorizarse. Obviamente, tan cultural y no natural es la una como la otra.

El planeta tiene ya unos seis mil quinientos millones de habitantes, muchos más de los que puede aguantar de un modo sostenible y con un nivel de vida aceptable. Pero en muchos países pobres, en vez de reducirse, la población sigue explotando como una bomba y hundiéndolos cada vez más en la miseria. En 2050 la semidesértica Nigeria tendrá más habitantes que toda Europa occidental. La paupérrima África tendrá bastantes más habitantes que Norteamérica, Europa, Rusia, Japón, Corea y Australia juntos. De hecho, la población africana, que todavía en 1900 representaba el 8,1 por 100 de la población mundial, pasó a representar el 12,9 por 100 en 2000 y constituirá el 20 por 100 en 2050. La India sobrepasará ampliamente a China, que siempre había sido más populosa, y alcanzará los 1.630 millones de habitantes. Ya hace bastantes años, Bertrand Russell no entendía el ideal de convertir la mayor cantidad posible de masa terrestre en carne humana. Es un ideal difícil de compartir, excepto para el Vaticano y los fundamentalistas cristianos e islámicos, que confían en la providencia divina y desprecian la racionalidad humana.

Algunos misioneros cristianos ayudan abnegadamente a los desharrapados a los que tratan de convertir, pero el Papa les impide darles lo que más necesitan, la planificación familiar. Las prohibiciones papales y la obsesiva presión de la Iglesia contra todo intento de control demográfico y de liberación de las mujeres del yugo de los embarazos no deseados causan más miseria de la que mil madres Teresas podrían nunca aliviar.

Fuente: Mosterín, J. (2006), La naturaleza humana, Espasa Calpe, Madrid.

9/9/21

Stalin versus los judíos

Por Jesús Mosterín

Stalin era profundamente antisemita y ordenó más asesinatos de judíos que nadie (excepto Hitler), incluyendo el del propio Trotski, llevado a cabo en México en 1940. Cada dos por tres, Stalin lanzaba tremendas purgas de cientos de miles de imaginarios enemigos, de intelectuales, de campesinos e incluso de miembros de su propio Partido Comunista. El porcentaje de los judíos purgados (es decir, asesinados) siempre era desproporcionadamente alto. En 1953, cuando todavía quedaban unos dos millones de judíos en Rusia, Stalin estaba preparando una «solución final» de la cuestión judía que consistiría en la deportación masiva de todos los judíos a Siberia, como ya había hecho con otros grupos étnicos, lo que sin duda habría causado la muerte de la mayoría de los implicados, dadas las condiciones en que se efectuaban dichas deportaciones. En 1953 los nueve médicos de Stalin (seis de los cuales eran judíos) fueron absurdamente acusados de tratar de envenenarle. Estaba previsto que este juicio apañado fuera el preludio de la deportación de los judíos, que ya estaba preparada, pero la imprevista muerte de Stalin, sin necesidad de envenenamiento alguno, puso fin a todo el proyecto.

Fuente: Mosterín, J. (2006), Los judíos, Alianza Editorial, Madrid.

19/8/21

El derecho a abortar es más importante que el derecho a votar

Por Jesús Mosterín

Los dramones y folletines del pasado están llenos de historias lacrimosas de mujeres cuyas vidas quedaban destrozadas por un embarazo inoportuno. Por desgracia, los casos de la vida real no eran menos trágicos que los ficticios. Situaciones de este tipo se han acabado en casi todos los países civilizados.

Toda precaución puede fallar. El cómputo de Ogino puede fallar, los anticonceptivos pueden fallar, uno puede equivocarse de fecha o tener un lapsus de memoria. A veces el embarazo imprevisto será una sorpresa agradable e incluso maravillosa, o al menos soportable. Pero habrá circunstancias en que representará partir por la mitad la vida de una mujer, o arruinar su carrera profesional, o lo que sea. Solo a la mujer interesada le es dado juzgar esas circunstancias, y no a la caterva arrogante de políticos, prelados, jueces, médicos y burócratas empeñados en decidir por ella. El aborto es un trauma. Ninguna mujer lo practicaría por gusto o a la ligera. Pero la procreación y la maternidad son algo demasiado importante como para dejarlo al albur de un error o un descuido o una violación. El aborto, como el divorcio o los bomberos, se inventó para cuando las cosas fallan.

La única razón para prohibir el aborto es el tabú impuesto por el fundamentalismo religioso. Ninguna otra razón moral, filosófica ni política avala tal precepto. Donde la Iglesia católica (o el fundamentalismo islámico, o el evangélico) no es prepotente y dominante, el aborto está permitido.

El sofisma básico consiste en decir que abortar es matar a un humán, cometer un homicidio, y, puesto que todas las personas civilizadas estamos contra el asesinato, tenemos que estar también contra el derecho al aborto, que sería un derecho al homicidio. El aborto está permitido y liberalizado en Estados Unidos y en Rusia, en Francia y en Holanda, en Gran Bretaña y en Italia, en China y en la India, en Austria y en Japón, en Suecia y Singapur, y en tantos otros países, en todos los cuales el homicidio está terminantemente prohibido y gravemente penado. ¿Será verdad que todos ellos caen en la flagrante contradicción de prohibir y permitir al mismo tiempo el homicidio, como pretenden los agitadores religiosos, o será más bien que el aborto no tiene nada que ver con el homicidio, como es obvio?

Una bellota no es un roble. Los cerdos de Jabugo se alimentan de bellotas, no de robles. Y un cajón de bellotas no constituye un robledo. Un roble es un árbol, mientras que una bellota no es un árbol, sino solo una semilla. Por eso la prohibición de talar los robles de un determinado bosque no implica la prohibición de recoger sus bellotas. Sin embargo, es obvio que hay una íntima relación entre el roble y la bellota. El roble actual se originó a partir de una cierta bellota, del mismo modo que esa bellota se formó a partir de un cierto zigoto (óvulo fecundado por un grano de polen en el interior de una flor de otro roble). Entre el zigoto, la bellota y el roble hay una continuidad genealógica celular: la bellota y el roble se han formado mediante sucesivas divisiones celulares (por mitosis) a partir del mismo zigoto. Ese linaje celular es un organismo. Ese zigoto, esa bellota y ese roble constituyen distintas etapas de un mismo organismo. Una bellota no es un roble, pero es una etapa inicial de un organismo que (en circunstancias favorables) podría alcanzar otra etapa distinta en la que sí sería un roble. Es lo que Aristóteles expresaba diciendo que la bellota no es un roble de verdad, un roble en acto, pero que encierra en sí la potencialidad de llegar a convertirse en un roble y es, por lo tanto, un roble en potencia.

Una oruga no es una mariposa. Una oruga se arrastra por el suelo, come hojas, carece de alas, no se parece nada a una mariposa ni tiene las propiedades típicas de estas. Incluso hay a quien le encantan las mariposas, pero le dan asco las orugas. Sin embargo, una oruga es una mariposa en potencia. Huevo, oruga, pupa y mariposa son estadios distintos del mismo organismo, etapas sucesivas y diferentes de un mismo linaje celular.

Cuando el espermatozoide de un hombre penetra en el óvulo maduro de una mujer y los núcleos haploides de ambos gametos se funden para formar un nuevo núcleo diploide, se forma un zigoto que (en circunstancias favorables) puede convertirse en el inicio de un linaje celular humano, de un organismo que en sus diversas etapas puede ser mórula, blástula, embrión, feto y, finalmente, un humán en acto, hombre o mujer. Aunque estadios de un mismo organismo, un zigoto no es una blástula, y un embrión no es un humán. Un embrión es un conglomerado celular del tamaño y peso de un renacuajo o una bellota, que vive en un medio líquido y es incapaz por sí mismo de ingerir alimentos, respirar o excretar (no digamos ya de sentir o pensar), por lo que solo pervive como parásito interno de su madre, a través de cuyo sistema sanguíneo come, respira y excreta. Desde luego este parásito encierra la portentosa potencialidad de desarrollarse durante meses hasta convertirse en un hombre o mujer. Es un milagro maravilloso y la mujer en cuyo seno se produzca este milagro puede sentirse realizada, orgullosa y satisfecha. Pero, en definitiva, es a ella a quien corresponde decidir si es el momento oportuno para realizar milagros en su vientre.

El niño es un anciano en potencia, pero un niño no es un anciano ni tiene derecho a la jubilación. Un hombre vivo es un cadáver en potencia, mas un hombre vivo no es un cadáver. Enterrar a un hombre vivo es algo muy distinto y de muy diversa gravedad que enterrar a un cadáver. Una oruga es una mariposa en potencia, pero no es una mariposa actual. Una bellota es un roble en potencia, pero no es un roble de verdad. A los vegetarianos, a los que les está prohibido comer carne, les está permitido comer huevos, porque los huevos no son gallinas, aunque tengan la potencialidad de llegar a serlo. Un embrión no es un hombre, y por lo tanto eliminar un embrión no es matar a un hombre. El aborto no es un asesinato. Y el uso de células madre en la investigación, tampoco.

Otro sofisma que emplean los agitadores religiosos consiste en decir que, si los padres de Beethoven hubieran abortado, no habría habido Quinta Sinfonía, por lo que, si somos aficionados a la música, tenemos que estar contra el derecho al aborto. E incluso si no lo somos, pues si nuestros padres hubieran abortado el embrión de que nosotros surgimos, ahora no existiríamos. Pero si los padres de Beethoven y los nuestros hubieran sido castos, tampoco habría Quinta Sinfonía y tampoco existiríamos nosotros. Si esto es un argumento para prohibir el aborto, también lo es para prohibir la castidad. Pero tanta prohibición supongo que resultaría excesiva incluso para la Iglesia católica. Una de sus múltiples contradicciones estriba en que impone un natalismo salvaje a los demás, mientras a sus propios sacerdotes y monjas les prohíbe cualquier atisbo de natalidad, exigiéndoles un celibato y una castidad implacables.

En el juego de la vida la jugada culminante es la reproducción. Solo quien se reproduce logra transmitir sus genes. Muchas parejas anhelan tener infantes, muchas mujeres desean quedar embarazadas y esperan con inquietud e inmensa ilusión el nacimiento de la criatura. Es difícil exagerar la importancia del momento y del evento, la alegría profunda que puede producir y su contribución absolutamente crucial a la preservación de la naturaleza humana, del género humano y de la sociedad humana. El infante querido y deseado será normalmente bien alimentado y educado, colmado de cariño y estimulación; su cerebro se formará sin más limitaciones que las impuestas por la lotería genética que le haya tocado. Por desgracia, gran parte del mundo está lleno de madres forzadas con sus vidas rotas y de niños no deseados, abandonados a la mendicidad y la delincuencia, famélicos, con los cerebros malformados por la carencia alimentaria y la falta de cariño y estímulo, carne de cañón de guerrillas crueles y sometidos a todo tipo de explotaciones prematuras. El derecho a abortar es para muchas mujeres aún más importante que el derecho a votar en las elecciones generales, y ha de serles reconocido por todos los que están a favor de la libertad y del respeto a la persona (aunque sea mujer), incluso por aquellos que personalmente jamás abortarían.

Fuente: Mosterín, J. (2006), La naturaleza humana, Espasa Calpe, Madrid.

15/7/21

El sentido de nuestras vidas sin sentido

Por Jesús Mosterín
¿Qué hemos de hacer los humanes actuales, si queremos comportarnos racionalmente de un modo colectivo? Hemos de cambiar nuestros modales y valores, no debemos obsesionarnos con los bienes de propiedad y de consumo, hemos de aprender a sacar más jugo a las fuentes casi inagotables de goce y de placer que apenas gastan energía y no consumen materias primas, como las relaciones personales, la amistad, el sexo, la lectura, Internet, el contacto y comunión con la naturaleza y la contemplación intelectual. Hemos de promover el progreso de la ciencia como núcleo de la cultura completamente racionalizada, orientando los desarrollos tecnológicos en la dirección más relevante para la consecución de nuestros fines. Hemos de llegar a una sociedad humana global, sin estados soberanos ni ejércitos que los guarden, pero con una policía y un sistema judicial mundiales. Hemos de llegar a una economía abierta y estable del reciclaje circular de los materiales y de la solución a largo plazo del problema energético. Hemos de estabilizar la población a un nivel óptimo. Hemos de desarrollar una nueva actitud ante la vida, a la vez racional y sensual, escéptica y comprometida, serena y completamente racional.
El universo es como es, sometido a leyes inexorables que solo nos es dado conocer y acatar. El ámbito del destino (lo que se escapa a nuestras posibilidades de decisión y control) es mucho mayor que el de la libertad. Pero esta, por limitada que sea, existe y tiene gran relevancia para la felicidad humana.
Alguien nos puede objetar que tratamos de trascender lo efímero de nuestra vida individual en una cultura igualmente efímera; que buscamos una cultura estable y duradera, pero que en cualquier caso no durará más que la perecedera humanidad. No solo pasan los individuos, sino también las especies. Algún día lejano nuestro sol, convertido en gigante rojo, calcinará sus propios planetas, incluido el nuestro. Y en definitiva, ¿qué? En definitiva, nada. Todo, provisionalmente. Y después de todo, ¿qué? Después de todo, nada.
Antes de morir, digamos: Hemos lanzado una mirada lúcida sobre el universo ingente. Nos hemos encarado con nuestros problemas y no hemos buscando consuelos ilusorios. Hemos gozado de la vida en la medida en que de nosotros dependía y solo el destino implacable ha marcado los límites de nuestra felicidad. Hemos aceptado el destino y la muerte, pero no nos hemos doblegado ante los ídolos. Hemos templado la cultura de nuestros padres en el fuego de la razón, y hemos fraguado un instrumento dúctil para la consecución de nuestros fines, fines que son más anchos que nuestra vida y se desparraman en el tiempo. Este es el sentido que hemos dado a nuestras vidas sin sentido.
Fuente: Mosterín, J. (1978), Lo mejor posible, Alianza Editorial, Madrid.

24/6/21

Lo posible y lo imposible

Por Jesús Mosterín

El lenguaje y el pensamiento lingüístico son instrumentos formidables para enfrentarnos a los problemas que nos presenta la vida y el entorno, para resolverlos colectivamente y para satisfacer nuestras necesidades. Pero al tiempo que el lenguaje facilita nuestra vida, la complica. Y al tiempo que el pensamiento simbólico nos permite solucionar nuestros problemas reales, nos induce también a enredarnos en seudoproblemas sin sentido, extrapolando a lo invisible y lo imaginario pautas de preguntas y de respuestas que hemos aprendido a usar en lo visible y lo próximo. El animal prelingüístico se acurruca aterrorizado ante la tormenta y el rayo, pero no articula lingüísticamente su terror, no se plantea preguntas. El humán que ha aprendido a preguntar quién ha lanzado la piedra que acaba de golpearle en la espalda pronto preguntará también quién ha lanzado el rayo que acaba de caer en el bosque, y pronto razonará que si la piedra ha sido lanzada por un compañero enfadado con él, también el rayo habrá sido lanzado por alguien poderoso y enfadado. Y se planteará el inédito problema (o seudoproblema) de cómo aplacar el enfado de ese misterioso personaje. El animal prelingüístico se retuerce de dolor y desesperación ante la muerte de su infante, pero no articula en palabras su horror por la súbita frialdad del cadáver. El primitivo humán o neandertal se pregunta que adónde habrá ido su infante muerto, si no habrá emprendido un largo camino, y razona que quien emprende un largo camino necesita alimentos, armas y provisiones. Naturalmente no tenemos ni idea de si el primitivo Homo neanderthalensis pensaba eso o algo completamente distinto. Lo cierto es que, por primera vez, los homínidos no dejan abandonados a sus muertos a merced de los carroñeros, sino que los entierran con regalos y ceremonias. La religión, la magia y los enterramientos aparecen junto con el lenguaje. El uso del lenguaje y del pensamiento simbólico, a diferencia de la percepción y de las habilidades sensoriomotrices, no conoce fronteras. No solo nos sirve para describir lo que vemos, sino también para inventar y describir lo que no vemos, lo real y lo irreal, lo posible y lo imposible. No solo nos sirve para acertar, sino también para equivocarnos. Llegados a este estadio, el del Homo sapiens, y aunque no dispongamos de documentos escritos, podemos estar seguros de que la historia del pensamiento se ha puesto en marcha.

Fuente: Mosterín, J. (2006), El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid.

3/6/21

Hiparco

Por Jesús Mosterín

Imagen tomada de https://bit.ly/3lrAliM

Hiparco es considerado como el más grande observador astronómico de la Antigüedad ... Fue él quien introdujo en la astronomía helenística la idea de la observación sistemática y de la predicción exacta, que debe concordar con las observaciones posteriores. Introdujo la trigonometría en forma de tabla de cuerdas. Desarrolló la geometría de los epiciclos y deferentes, usados más tarde por Ptolemeo. Fue el primer astrónomo que construyó modelos cuantitativos precisos de los movimientos del Sol y de la Luna, haciendo uso de la riqueza de datos acumulados por los astrónomos babilónicos durante muchos siglos. Es probable que fuera el primero en poder predecir los eclipses solares, basado en su teoría de los movimientos solares y lunares y en su trigonometría.

Fuente: Mosterín, J. (2007), Helenismo, Alianza Editorial, Madrid.

6/5/21

El unitarismo

Por Jesús Mosterín
El unitarismo es la corriente cristiana que niega el dogma de la Trinidad Divina. Hay un solo Dios y Dios es una única persona. Jesús fue un hombre admirable y un ejemplo moral; incluso puede que fuera en algún sentido divino o hijo de Dios o encarnación del Logos, pero nunca fue Dios. En este sentido teológico, el unitarismo se opone al trinitarismo. Como la doctrina trinitaria es una de las partes más inconsistentes del cristianismo tradicional no es de extrañar que su rechazo haya ido siempre asociado a actitudes intelectuales más tolerantes, racionales y abiertas a la ciencia y al pensamiento lógico. Los unitaristas típicos piensan que la razón y la fe, la ciencia, la filosofía y el pensamiento lógico pueden y deben coexistir. Rechazan las doctrinas del pecado original, de la salvación por la fe y de la predestinación. Piensan que el humán es capaz de hacer el bien y el mal y de actuar de un modo moral y responsable, que hay que fomentar. Están a favor de la tolerancia religiosa (incluso frente al ateísmo), de la libertad de expresión y de la separación de la Iglesia y el Estado.
Los unitaristas, en base a los evangelios, pretenden que Jesús fue el primer unitarista, pues siempre fue consciente de ser un hombre, distinto de Dios, a quien él llamaba «padre», pero con el que nunca se identificó. En la Antigüedad hubo otros unitaristas, el más famoso de los cuales fue Arrio. De todos modos, el unitarismo moderno surgió en el siglo XVI en el contexto de la Reforma. Los unitaristas actuales consideran a Miguel Servet su principal precursor y su primer mártir. Lutero se opuso al unitarismo, al que acusaba de herético y de favorecer la expansión del islam. Desde luego, Calvino lo rechazó tajantemente, enviando a la hoguera a los unitarios que cayeron en sus manos, empezando por el mismo Miguel Servet. Servet también fue un científico, y otros intelectuales y científicos han adoptado alguna versión del unitarismo, desde el gran físico Isaac Newton hasta el químico Linus Pauling, pasando por el arquitecto Frank Lloyd Wright.
Fuente: Mosterín, J. (2010), Los cristianos, Alianza Editorial, Madrid.

22/4/21

El círculo de la compasión

Por Jesús Mosterín
Charles Darwin consideraba la compasión la más noble de nuestras virtudes. Opuesto a la esclavitud y horrorizado por la crueldad de los fueguinos de la Patagonia con los extraños, introdujo su idea del «círculo en expansión» de la compasión para explicar el progreso moral de la humanidad. Los hombres más primitivos solo se compadecían de sus amigos y parientes; luego este sentimiento se iría extendiendo a otros grupos, naciones, razas y especies. Darwin pensaba que el círculo de la compasión seguirá extendiéndose hasta que llegue a su lógica conclusión, es decir, hasta que abarque a todas las criaturas capaces de sufrir. Los animales no humanos quedan a veces fuera del paraguas de la protección jurídica, pero son objeto de compasión, pues es obvio que pueden sufrir. Como señaló Francis Crick (1916-2004), el descubridor de la doble hélice del DNA, los únicos autores que dudan del dolor de los perros son los que no tienen perro.
Fuente: Mosterín, J. (2014), El triunfo de la compasión, Alianza Editorial, Madrid.

8/4/21

Esclavos por máquinas

Por Jesús Mosterín

En la Antigüedad la esclavitud era una institución universal. Aristóteles parece haber tenido una vida doméstica muy satisfactoria. Fue feliz con sus dos mujeres y cordial con sus esclavos. En su testamento concede la libertad a algunos de estos últimos y determina que los hijos de sus esclavos no sean en ningún caso vendidos, sino que sirvan a sus herederos hasta que lleguen a adultos, en cuyo momento se les dará la libertad. Aristóteles dice también que «el amo y el esclavo que por naturaleza merecen serlo tienen intereses comunes y amistad recíproca», y que «se equivocan los que no dan razones a los esclavos y declaran que solo debemos darles órdenes». Sería no solo anacrónico, sino también un poco farisaico, enjuiciar demasiado severamente a Aristóteles por su defensa de la esclavitud. De hecho los esclavos eran los servidores domésticos y hasta hace poco lo normal en nuestra sociedad era que todas las familias de clase media tuvieran sus criadas, que no se diferenciaban tanto de los antiguos esclavos. La vida de los esclavos que trabajaban en las minas sí que era muy dura, pero también lo era la de los mineros y obreros del siglo pasado. Si hoy hemos podido eliminar esas lacras sociales, ello se ha debido más al progreso técnico que al moral. En gran parte hemos sustituido los esclavos por las máquinas. Ya el mismo Aristóteles había pensado en tal posibilidad.

 

Si todos los instrumentos [inanimados] pudieran cumplir su cometido obedeciendo las órdenes de otro o anticipándose a ellas […], si las lanzaderas tejieran solas […], los amos no necesitarían esclavos.

Fuente: Mosterín, J. (2006), Aristóteles, Alianza Editorial, Madrid.

25/3/21

Los turcos versus los armenios

Por Jesús Mosterín
El más grave, extenso y conocido de los genocidios efectuados por los turcos fue el de los armenios. Ya en 1908, una parte de los oficiales ultranacionalistas autodenominados «jóvenes turcos» y de los estudiantes de teología (o talibanes) fanáticos del sultán y la sharía llevaron a cabo la masacre de 30.000 armenios, odiados como cristianos y sospechosos de deslealtad hacia la patria turca. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, los armenios fueron acusados de ayudar a los enemigos rusos y conspirar con ellos, lo que provocó el genocidio de entre un millón y un millón y medio de armenios durante la guerra, hacia 1915, e inmediatamente después. Todos los intelectuales armenios fueron ejecutados. La población de muchos pueblos enteros fue acorralada y quemada viva; otros fueron arrojados al mar. Sobre todo, cientos de miles de armenios fueron obligados por el ejército y sus ayudantes kurdos a emprender agotadoras e inacabables marchas hacia el desierto sirio, sin recibir nada de comer ni de beber, hasta que morían de inanición y deshidratación. Al final, la numerosa población armenia de Turquía, a la que los aliados vencedores de la Guerra Mundial habían planeado entregar una gran parte de la Anatolia que habitaban, quedó aniquilada. Ya no tenía sentido pensar en un Estado anatolio para los armenios, pes ya no quedaban armenios. Solo sobrevivieron los que lograron huir al extranjero.
Fuente: Mosterín, J. (2012), El islam, Alianza Editorial, Madrid.

11/3/21

De perseguidos a perseguidores

Por Jesús Mosterín

La historia da muchas vueltas, y cuando una vuelta es completa, la llamamos una revolución. La secta judía subversiva que había sido el jesusismo inicial ya había pasado por una primera revolución (la paulinista) cuando abandonó la sinagoga y se transformó en el cristianismo helenista, mistérico y sumiso frente al Imperio. A principios del siglo IV tuvo lugar otra revolución aún más imprevisible y de mayor trascendencia histórica: los cristianos conquistaron (o, más bien, recibieron de Constantino) el poder en el Imperio Romano. El cambio resultó portentoso: de ser casi una guerrilla antirromana, y luego una secta de mala reputación, sospechosa y apenas tolerada por las autoridades, el cristianismo se vio de pronto instalado en el centro mismo del poder, en la corte imperial, y enseguida empezó a gozar de todo tipo de privilegios y prebendas, y a usar de las armas del Estado para aplastar y acallar a todos sus competidores ideológicos –judíos, herejes, paganos, filósofos y cualesquiera otros que no comulgasen con sus ruedas de molino–. En definitiva, los cristianos se convirtieron de perseguidos en perseguidores.

Fuente: Mosterín, J. (2010), Los cristianos, Alianza Editorial, Madrid.

25/2/21

Edward I versus los judíos

Por Jesús Mosterín
Imagen tomada de shorturl.at/oAPTX
Edward I (1239-1307) accedió al trono de Inglaterra en 1272, a la muerte de su padre, Henry III. Trató de unificar todas las islas Británicas bajo el dominio de la monarquía inglesa. Aplastó a los galeses y condujo repetidas guerras contra los escoceses. Para financiar sus continuas guerras, Edward I incrementó constantemente la presión fiscal sobre los judíos, hasta arruinarlos completamente. Al no poder extraer más dinero de ellos, optó por castigarlos. Los obligó a portar como distintivo una estrella amarilla, como haría Hitler en el siglo XX. En 1275 retiró a los judíos el derecho a prestar dinero, que era casi la única actividad que les estaba permitida. Sólo podrían trabajar como comerciantes sin gremio o como peones agrícolas. En esas condiciones, los judíos ya no estaban en posición de seguir contribuyendo a la hacienda real. En 1278 Edward I hizo ejecutar a trescientas cabezas de familia judíos por una vaporosa acusación de falsificación de moneda, confiscando a continuación todas las propiedades de los ejecutados. En 1290 ya no había manera alguna de sacar un céntimo más de los judíos. El rey decretó su expulsión definitiva, convirtiendo así a Inglaterra en el primer país europeo en expulsarlos. Varios miles de judíos tuvieron que abandonar Gran Bretaña, que quedó casi completamente vacía de hebreos durante los siguientes 350 años. Muchos de los expulsados se establecieron en Francia o Alemania. Los judíos sólo volverían a Inglaterra a partir de la época de Cromwell, a mediados del siglo XVII.
Fuente: Mosterín, J. (2006), Los judíos, Alianza Editorial, Madrid.

4/2/21

Somos Dios

Por Jesús Mosterín
En lo más profundo de nosotros mismos, somos conciencia, atman, pero esa conciencia está atrapada en la materia del cuerpo y en los entresijos del alma, en el mundo empírico, en el mundo de los intereses y los sentimientos y las preocupaciones y los sufrimientos. El atman, alienado de sí mismo, se identifica falsamente con su cuerpo, con su alma, con su mente, con sus percepciones y con sus cosas, está encadenado al mundo de lo que no es él mimo, al no-atman. Pero esa conciencia encarnada, entrelazada y apegada a las cosas, no es el atman, sino el jīva. Es el jīva el que está encadenado, el que necesita ser liberado. Shankara recalca que la causa del encadenamiento del jīva es la ignorancia (avidyā). La única medicina capaz de vencer y eliminar la ignorancia es el conocimiento, y no un conocimiento cualquiera, por ejemplo de las cosas empíricas, sino el conocimiento liberador, el percatarse de que uno mismo en el fondo es atman y que atman es Brahman. Todo el mundo del espacio y el tiempo, de los nombres y las formas, de la dualidad y las relaciones, es el resultado de concebir y ver a la realidad absoluta, Brahman, a través del tamiz engañoso e ilusionista de maya. Todo el mundo empírico, incluido Ishvara, el dios creador, es apariencia, ilusión y engaño. Si somos capaces de apartar la cortina de maya, encontramos a Brahman en todas partes, y en especial dentro de nosotros mismos. Todo el mundo subjetivo, fenoménico y emocional, nuestro propio yo, el diferenciar el yo del tú, lo mío de lo tuyo y de lo suyo, el identificarnos con nuestra alma y con nuestro cuerpo, el pensar que somos algo separado del resto, el sentir apego por las cosas, el tener deseos y temores, todo eso es efecto de la ignorancia. Así como maya nos impide captar a Brahman, la ignorancia nos impide captarnos como lo que somos de verdad, atman, conciencia universal, Brahman. Ya no nos importa lo que es nuestro, porque el universo entero es nuestro. Ya no tenemos que pedir nada a Dios, porque somos Dios. Ya carecemos de deseos de poseer y de ser, pues somos todo y lo poseemos todos. La conciencia turbia de nuestro yo, entrelazada con el alma y con el cuerpo, apegada a las cosas y arrastrada por los deseos y las frustraciones, se purifica y se convierte en conciencia pura, en la conciencia universal, que es dicha y libertad definitivas.
Fuente: Mosterín, J. (2007), India, Alianza Editorial, Madrid.