Por Jesús Mosterín
El
lenguaje y el pensamiento lingüístico son instrumentos formidables para
enfrentarnos a los problemas que nos presenta la vida y el entorno, para
resolverlos colectivamente y para satisfacer nuestras necesidades. Pero al
tiempo que el lenguaje facilita nuestra vida, la complica. Y al tiempo que el
pensamiento simbólico nos permite solucionar nuestros problemas reales, nos
induce también a enredarnos en seudoproblemas sin sentido, extrapolando a lo
invisible y lo imaginario pautas de preguntas y de respuestas que hemos
aprendido a usar en lo visible y lo próximo. El animal prelingüístico se
acurruca aterrorizado ante la tormenta y el rayo, pero no articula
lingüísticamente su terror, no se plantea preguntas. El humán que ha aprendido
a preguntar quién ha lanzado la piedra que acaba de golpearle en la espalda
pronto preguntará también quién ha lanzado el rayo que acaba de caer en el
bosque, y pronto razonará que si la piedra ha sido lanzada por un compañero
enfadado con él, también el rayo habrá sido lanzado por alguien poderoso y
enfadado. Y se planteará el inédito problema (o seudoproblema) de cómo aplacar
el enfado de ese misterioso personaje. El animal prelingüístico se retuerce de
dolor y desesperación ante la muerte de su infante, pero no articula en palabras
su horror por la súbita frialdad del cadáver. El primitivo humán o neandertal
se pregunta que adónde habrá ido su infante muerto, si no habrá emprendido un
largo camino, y razona que quien emprende un largo camino necesita alimentos,
armas y provisiones. Naturalmente no tenemos ni idea de si el primitivo Homo
neanderthalensis pensaba eso o algo completamente distinto. Lo cierto es
que, por primera vez, los homínidos no dejan abandonados a sus muertos a merced
de los carroñeros, sino que los entierran con regalos y ceremonias. La
religión, la magia y los enterramientos aparecen junto con el lenguaje. El uso
del lenguaje y del pensamiento simbólico, a diferencia de la percepción y de
las habilidades sensoriomotrices, no conoce fronteras. No solo nos sirve para
describir lo que vemos, sino también para inventar y describir lo que no vemos,
lo real y lo irreal, lo posible y lo imposible. No solo nos sirve para acertar,
sino también para equivocarnos. Llegados a este estadio, el del Homo sapiens,
y aunque no dispongamos de documentos escritos, podemos estar seguros de que la
historia del pensamiento se ha puesto en marcha.
Fuente:
Mosterín, J. (2006), El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid.