27/1/23

Blancos

Por Eduardo Galeano

En las Américas, y también en Europa, la policía caza estereotipos, culpables del delito de portación de cara. Cada sospechoso que no es blanco confirma la regla escrita, con tinta invisible, en las profundidades de la conciencia colectiva: el crimen es negro, o marrón, o por lo menos amarillo.

Esta demonización ignora la experiencia histórica del mundo. Por no hablar más que de estos últimos cinco siglos, habría que reconocer que no han sido para nada escasos los crímenes de color blanco. Los blancos sumaban no más que la quinta parte de la población mundial, en tiempos del Renacimiento, pero ya se decían portadores de la voluntad divina. En nombre de Dios, exterminaron a qué sé yo cuántos millones de indios en las Américas y arrancaron a quién sabe cuántos millones de negros del África. Blancos fueron los reyes, los vampiros de indios y los traficantes negreros que fundaron la esclavitud hereditaria en América y en África, para que los hijos de los esclavos nacieran esclavos en las minas y en las plantaciones. Blancos fueron los autores de los incontables actos de barbarie que la Civilización cometió, en los siglos siguientes, para imponer, a sangre y fuego, su blanco poder imperial sobre los cuatro puntos cardinales del globo. Blancos fueron los jefes de estado y los jefes guerreros que organizaron y ejecutaron, con ayuda de los japoneses, las dos guerras mundiales que en el siglo veinte mataron a sesenta y cuatro millones de personas, en su mayoría civiles; y blancos fueron los que planificaron el holocausto de los judíos, que también incluyó a rojos, gitanos y homosexuales, en los campos nazis de exterminio.

Fuente: Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

20/1/23

Y sin embargo

Por Julio Cortázar

No era que me gustaran particularmente las chicas del bajo en ese entonces, me movía en el cómodo pequeño mundo de una relación estable con alguien a quien llamaré Susana y calificaré de kinesióloga, solamente que a veces ese mundo me resultaba demasiado pequeño y demasiado confortable, entonces había como una urgencia de sumersión, una vuelta a tiempos adolescentes con caminatas solitarias por los barrios del sur, copas y elecciones caprichosas, breves interludios quizá más estéticos que eróticos, un poco como la escritura de este párrafo que releo y que debería tachar pero que guardaré porque así ocurrían las cosas, eso que he llamado sumersión, ese encanallamiento objetivamente innecesario puesto que Susana, puesto que T. S. Eliot, puesto que Wilhelm Backhaus, y sin embargo, sin embargo.

Fuente: Cortázar, J. (1982), Cuentos completos/3, Santillana, México, D.F.

13/1/23

Desterrados en una playa inhóspita

Por Bertrand Russell

En mi opinión, deberíamos predicar, en la medida de lo posible, nuestra actitud sobre temas religiosos, que no es la misma que la de cualquiera de los conocidos oponentes del cristianismo. Está la tradición volteriana, que se burla de todo ello desde el punto de vista del sentido común, semihistórico, semiliterario. Esto, desde luego, es irremediablemente inadecuado, porque sólo se apodera de los accidentes y excrecencias de los sistemas históricos. Luego, está la actitud científica, la actitud Darwin-Huxley, que me parece perfectamente verdadera, y totalmente fatal, si se lleva adelante en forma adecuada, para todos los argumentos usuales de la religión. Pero es demasiado externa, demasiado fríamente crítica, demasiado remota de toda emoción; además, no puede llegar a la raíz de la cuestión sin ayuda de la filosofía. Están después los filósofos, como Bradley, que conservan una sombra de religión, demasiado escasa para ser reconfortante, pero suficiente para arruinar intelectualmente sus sistemas. Pero lo que tenemos que hacer, y lo que privadamente hacemos, es tratar el instinto religioso con profundo respeto, pero insistiendo en que no hay un jirón o partícula de verdad en ninguna de las metafísicas que ha sugerido, paliando esto mediante el intento de hacer resaltar la belleza del mundo y de la vida, en tanto que existan, y, sobre todo, insistiendo en preservar la seriedad de la actitud religiosa y su hábito de formular preguntas definitivas. Y, si una vida buena es lo mejor que conocemos, la pérdida de la religión da nuevo vuelo al valor y a la fortaleza, y así puede hacer de una vida buena algo mejor que cualquier otra actitud, pues la religión sólo procuraba una droga en la desgracia.

Y, con frecuencia, pienso que la religión, como el sol, ha extinguido las estrellas de menos brillo, pero no de menos belleza, que lucen sobre nosotros en las tinieblas de un universo sin Dios. Estoy convencido de que el esplendor de la vida humana es mayor para aquellos que no estén deslumbrados por la radiación divina. Y la camaradería humana parece hacerse más íntima y más tierna mediante la impresión de que todos somos desterrados en una playa inhóspita.

Fuente: Russell, B. (2010), Autobiografía, Edhasa, Barcelona.

6/1/23

Revolución en el fútbol

Por Eduardo Galeano

Impulsados por un extraordinario jugador llamado Sócrates, que era el más respetado y el más querido, hace ya unos cuantos años, todavía en tiempos de la dictadura militar, los jugadores brasileños conquistaron la dirección del club Corinthians, uno de los clubes más poderosos del país.

Insólito, jamás visto: los jugadores decidían todo, entre todos, por mayoría. Democráticamente, discutían y votaban los métodos de trabajo, los sistemas de juego que mejor se adaptaban a cada partido, la distribución del dinero recaudado y todo lo demás. En sus camisetas, se leía: Democracia Corinthiana.

Al cabo de dos años, los dirigentes desplazados recuperaron la manija y mandaron a parar. Pero mientras duró la democracia, el Corinthians, gobernado por sus jugadores, ofreció el fútbol más audaz y vistoso de todo el país, atrajo las mayores multitudes a los estadios y ganó dos veces seguidas el campeonato de San Pablo.

Fuente: Galeano, E. (2016), El cazador de historias, Siglo XXI, Ciudad de México.