26/5/23

Anchieta

Por Eduardo Galeano

1593

Guarapari

Ignacio de Loyola señaló el horizonte y ordenó:

¡Id, e incendiad el mundo!

José de Anchieta era el más joven de los apóstoles que trajeron el mensaje de Cristo, la buena nueva, a las selvas del Brasil. Cuarenta años después, los indios lo llaman caraibebé, hombre con alas, y dicen que haciendo la señal de la cruz Anchieta desvía tempestades y convierte a un pez en un jamón y a un moribundo en un atleta. Coros de ángeles bajan del cielo para anunciarle la llegada de los galeones o los ataques de los enemigos, y Dios lo eleva de la tierra cuando reza, arrodillado, las plegarias. Rayos de luz desde su cuerpo enclenque, quemado por el cinturón de cilicio, cuando él se azota compartiendo los tormentos del hijo único de Dios.

Otros milagros le agradecerá el Brasil. De la mano de este santo haraposo han nacido los primeros poemas escritos en esta tierra, la primera gramática tupí-guaraní y las primeras obras de teatro, autos sacramentales que en lengua indígena trasmiten el evangelio mezclando personajes nativos con emperadores romanos y santos cristianos. Anchieta ha sido el primer maestro de escuela y el primer médico del Brasil y ha sido el descubridor y el cronista de los animales y las plantas de esta tierra, en un libro que cuenta cómo cambia de colores el plumaje de los guarás, cómo desova el peixe-boi en los ríos orientales y cuáles son las costumbres del puercoespín.

A los sesenta años, continúa fundando ciudades y levantando iglesias y hospitales; sobre sus hombros huesudos carga, a la par de los indios, las vigas maestras. Como llamados por su limpia y pobretona luminosidad, los pájaros lo buscan y lo busca la gente. Él camina leguas sin quejarse ni aceptar que lo lleven en redes, a través de estas comarcas donde todo tiene el color del calor y todo nace y se pudre en un instante para volver a nacer, fruta que se hace miel, agua, muerte, semilla de nuevas frutas: hierve la tierra, hierve la mar a fuego lento y Anchieta escribe en la arena, con un palito, sus versos de alabanza al Creador de la vida incesante.

Fuente: Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo XXI, México, D.F.

19/5/23

Borges según Galeano

Por Eduardo Galeano

1935

Buenos Aires

Le horroriza todo lo que reúne a la gente, como el fútbol o la política, y todo lo que la multiplica, como el espejo o el acto del amor. No reconoce otra realidad que la que existe en el pasado, en el pasado de sus antepasados, y en los libros escritos por quienes supieron nombrarla. El resto es humo.

Con alta finura y filoso ingenio, Jorge Luis Borges cuenta la Historia universal de la infamia. De la infamia nacional, la que lo rodea, ni se entera.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

12/5/23

El derecho de soñar

Por Eduardo Galeano

Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;

en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;

la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;

el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;

la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;

se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;

en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;

los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;

los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas;

los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;

los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;

la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;

la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;

nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;

el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;

la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;

nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;

los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;

los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;

la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;

la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;

la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas; volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;

en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;

la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las talas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;

la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»;

serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;

los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;

seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;

la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

Fuente: Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

5/5/23

Rafael Vargas

Por Eduardo Galeano

1975

Cabimas

Por las orillas del lago de Maracaibo pasó el petróleo y se llevó los colores. En este basurero, sórdidas calles, aire sucio, aguas aceitosas, vive y pinta Rafael Vargas.

No crece la hierba en Cabimas, ciudad muerta, tierra vaciada, ni quedan peces en sus aguas, ni pájaros en su aire, ni gallos que alegren sus madrugadas, pero en los cuadros de Vargas el mundo está de fiesta, respira la tierra a pleno pulmón, estallan de frutas y flores los verdísimos árboles, y prodigiosos peces y pájaros y gallos se codean de igual a igual con la gente.

Vargas casi no sabe leer ni escribir. Bien sabe, sí, ganarse la vida, como carpintero, y como pintor ganarse la limpia luz de sus días: venganza y profecía de quien no pinta la realidad que conoce sino la realidad que necesita.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.