26/4/24

Llamas

Por Eduardo Galeano

1948

Bogotá

Invaden el centro de Bogotá las ruanas indias y las alpargatas obreras, manos curtidas por la tierra o por la cal, manos manchadas de aceite de máquinas o de lustre de zapatos, y al torbellino acuden los changadores y los estudiantes y los camareros, las lavanderas del río y las vivanderas del mercado, las sieteamores y los sieteoficios, los buscavidas, los buscamuertes, los buscasuertes: del torbellino se desprende una mujer llevándose cuatro abrigos de piel, todos encima, torpe y feliz como osa enamorada; como conejo huye un hombre con varios collares de perlas en el pescuezo y como tortuga camina otro con una nevera a la espalda.

En las esquinas, niños en harapos dirigen el tránsito, los presos revientan los barrotes de las cárceles, alguien corta a machetazos las mangueras de los bomberos. Bogotá es una inmensa fogata y el cielo una bóveda roja; de los balcones de los ministerios incendiados llueven máquinas de escribir y llueven balazos desde los campanarios de las iglesias en llamas. Los policías se esconden o se cruzan de brazos ante la furia.

Desde el palacio presidencial, se ve venir el río de gente. Las ametralladoras han rechazado ya dos ataques, pero el gentío alcanzó a arrojar contra las puertas del palacio al destripado pelele que había matado a Gaitán.

Doña Bertha, la primera dama, se calza un revólver al cinto y llama por teléfono a su confesor:

Padre, tenga la bondad de llevar a mi hijo a la Embajada americana.

Desde otro teléfono, el presidente, Mariano Ospina Pérez, manda proteger la casa del general Marshall y dicta órdenes contra la chusma alzada. Después, se sienta y espera. El rugido crece desde las calles.

Tres tanques encabezan la embestida contra el palacio presidencial. Los tanques llevan gente encima, gente agitando banderas y gritando el nombre de Gaitán, y detrás arremete la multitud erizada de machetes, hachas y garrotes. No bien llegan a palacio, los tanques se detienen. Giran lentamente las torretas, apuntan hacia atrás y empiezan a matar pueblo a montones.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

19/4/24

Antístenes

Por Bertrand Russell

Antístenes era un carácter notable; en ciertos aspectos, algo así como Tolstoi. Hasta después de la muerte de Sócrates vivió en el círculo aristocrático de sus condiscípulos y no mostró ningún signo de heterodoxia. Pero algo le incitó –sea la derrota de Atenas, la muerte de Sócrates o cierto disgusto por el ergotismo filosófico–, ya no muy joven, a despreciar las cosas que anteriormente estimara. No tenía nada, sino la simple bondad. Se asoció con los hombres trabajadores y vistió como ellos. Adoptó un aire práctico al perorar, en un estilo que el inculto podía comprender. Reputó de viles a todos los filósofos refinados; cuanto tuviera que conocerse, podía ser conocido por el hombre sencillo. Creía en la «vuelta a la naturaleza», y llevó este credo muy lejos. No había que tener gobierno ni propiedad privada, ni matrimonio, ni religión establecida. Sus seguidores, si no él mismo, condenaron la esclavitud. No era exactamente ascético, pero despreciaba el lujo y todo lo que fomentaba los placeres artificiales de los sentidos. «He sido más bien loco que voluptuoso», dice.

Fuente: Russell, B. (1946), Historia de la filosofía occidental, Espasa, Madrid.

12/4/24

Antônio Conselheiro

Por Eduardo Galeano

1893

Canudos

Hace mucho tiempo que los profetas recorren las tierras candentes del nordeste brasileño. Anuncian que el rey Sebastián regresará desde la isla de las Brumas y castigará a los ricos y volverá blancos a los negros y jóvenes a los viejos. Cuando acabe el siglo, anuncian, el desierto será mar y el mar, desierto; y el fuego arrasará las ciudades del litoral, frenéticas adoradoras del dinero y el pecado. Sobre las cenizas de Recife, Bahía, Río y San Pablo se alzará una nueva Jerusalem y en ella Cristo reinará mil años. Se acerca la hora de los pobres, anuncian los profetas: faltan siete años para que el cielo baje a la tierra. Entonces ya no habrá enfermedad ni muerte; y en el nuevo reino terrestre y celeste toda injusticia será reparada.

El beato Antônio Conselheiro vaga de pueblo en pueblo, fantasma escuálido y polvoriento, seguido por un coro de letanías. La piel es una gastada armadura de cuero; la barba, una maraña de zarzas; la túnica, una mortaja en harapos. No come ni duerme. Reparte entre los infelices las limosnas que recibe. A las mujeres, les habla de espaldas. Niega obediencia al impío gobierno de la república y en la plaza del pueblo de Bom Conselho arroja al fuego los edictos de impuestos.

Perseguido por la policía, huye al desierto. Con doscientos peregrinos, funda la comunidad de Canudos junto al lecho de un río fugaz. Aquí flota y fulgura el calor sobre la tierra. El calor no deja que la lluvia toque el suelo. Brotan de los cerros calvos las primeras casuchas de barro y paja. En medio de esta hosca tierra, tierra prometida, primer escalón hacia los cielos, Antônio Conselheiro alza en triunfo la imagen de Cristo y anuncia el apocalipsis: Serán aniquilados los ricos, los incrédulos y las coquetas. Se teñirán de sangre las aguas. No habrá más que un pastor y un solo rebaño. Muchos sombreros y pocas cabezas...

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

5/4/24

Día del servicio doméstico

Por Eduardo Galeano

Marzo

30

Maruja no tenía edad.

De sus años de antes, nada contaba. De sus años de después, nada esperaba.

No era linda, ni fea, ni más o menos.

Caminaba arrastrando los pies, empuñando el plumero, o la escoba, o el cucharón.

Despierta, hundía la cabeza entre los hombros.

Dormida, hundía la cabeza entre las rodillas.

Cuando le hablaban, miraba el suelo, como quien cuenta hormigas.

Había trabajado en casas ajenas desde que tenía memoria.

Nunca había salido de la ciudad de Lima.

Mucho trajinó, de casa en casa, y en ninguna se hallaba. Por fin, encontró un lugar donde fue tratada como si fuera persona.

A los pocos días, se fue.

Se estaba encariñando.

Fuente: Galeano, E. (2012), Los hijos de los días, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

29/3/24

Fundación de la división del trabajo

Por Eduardo Galeano

Dicen que fue el rey Manu quien otorgó prestigio divino a las castas de la India.

De su boca, brotaron los sacerdotes. De sus brazos, los reyes y los guerreros. De sus muslos, los comerciantes. De sus pies, los siervos y los artesanos.

Y a partir de entonces se construyó la pirámide social, que en la India tiene más de tres mil pisos.

Cada cual nace donde debe nacer, para hacer lo que debe hacer. En tu cuna está tu tumba, tu origen es tu destino: tu vida es la recompensa o el castigo que merecen tus vidas anteriores, y la herencia dicta tu lugar y tu función.

El rey Manu aconsejaba corregir la mala conducta: Si una persona de casta inferior escucha los versos de los libros sagrados, se le echará plomo derretido en los oídos; y si los recita, se le cortará la lengua. Estas pedagogías ya no se aplican, pero todavía quien se sale de su sitio, en el amor, en el trabajo o en lo que sea, arriesga escarmientos públicos que podrían matarlo o dejarlo más muerto que vivo.

Los sincasta, uno de cada cinco hindúes, están por debajo de los de más abajo. Los llaman intocables, porque contaminan: malditos entre los malditos, no pueden hablar con los demás, ni caminar sus caminos, ni tocar sus vasos ni sus platos. La ley los protege, la realidad los expulsa. A ellos, cualquiera los humilla; a ellas, cualquiera las viola, que ahí sí que resultan tocables las intocables.

A fines del año 2004, cuando el tsunami embistió contra las costas de la India, los intocables se ocuparon de recoger la basura y los muertos.

Como siempre.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

22/3/24

George Bush

Por Eduardo Galeano

Fue pastor evangélico, pero poco duró. La ortodoxia religiosa no era lo suyo. Hombre de ideas abiertas, polemista apasionado, cambió la iglesia por la universidad.

Estudió en Princeton, enseñó en Nueva York.

Fue profesor de lenguas orientales y autor de la primera biografía de Mahoma publicada en los Estados Unidos.

Escribió que Mahoma había sido un hombre extraordinario, un visionario dotado de un imán irresistible, y también un impostor, un charlatán, un vendedor de ilusiones. Pero él no tenía mejor opinión del cristianismo, que era desastroso en la época de la fundación del Islam.

Ése fue su primer libro. Después, escribió otros. En asuntos de Medio Oriente, y en temas de la Biblia, pocos eran los estudiosos que se le podían comparar.

Vivió encerrado entre torres de libros raros. Cuando no escribía, leía.

Murió en Nueva York, en 1859.

Se llamaba George Bush.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

15/3/24

La Guerra del Chaco

Por Eduardo Galeano

1933

Campo Jordán

Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco.

Metidos en la guerra, paraguayos y bolivianos están obligados a odiarse en nombre de una tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un desierto gris, habitado por espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente. Todo tiene sed en este mundo de espanto. Las mariposas se apiñan, desesperadas, sobre las pocas gotas de agua. Los bolivianos vienen de la heladera al horno: han sido arrancados de las cumbres de los Andes y arrojados a estos calcinados matorrales. Aquí mueren de bala, pero más mueren de sed.

Nubes de moscas y mosquitos persiguen a los soldados, que agachan la cabeza y trotando embisten a través de la maraña, a marchas forzadas, contra las líneas enemigas. De un lado y del otro, el pueblo descalzo es la carne de cañón que paga los errores de los oficiales. Los esclavos del patrón feudal y del cura rural mueren de uniforme, al servicio de la imperial angurria.

Habla uno de los soldados bolivianos que marcha hacia la muerte. No dice nada sobre la gloria, nada sobre la patria. Dice, resollando:

Maldita la hora en que nací hombre.

Contará Augusto Céspedes, del lado boliviano, la patética epopeya. Un pelotón de soldados empieza a excavar un pozo, a pico y pala en busca de agua. Ya se ha evaporado lo poco que llovió y no hay nada de agua por donde se mire o se ande. A los doce metros, los perseguidores del agua encuentran barro líquido. Pero después, a los treinta metros, a los cuarenta y cinco, la polea sube baldes de arena cada vez más seca. Los soldados continúan excavando, día tras día, atados al pozo, pozo adentro, boca de arena cada vez más honda, cada vez más muda; y cuando los paraguayos, también acosados por la sed, se lanzan al asalto, los bolivianos mueren defendiendo el pozo, como si tuviera agua.

Contará Augusto Roa Bastos, del lado paraguayo, la patética epopeya. También él hablará de los pozos convertidos en fosas, y del gentío de muertos, y de los vivos que sólo se distinguen de los muertos porque se mueven, pero se mueven como borrachos que han olvidado el camino de su casa. Él acompañará a los soldados perdidos, que no tienen ni una gota de agua para perder en lágrimas.

1935

Camino de Villamontes a Boyuibe

Después de noventa mil muertos, acaba la guerra del Chaco. Tres años ha durado la guerra, desde que paraguayos y bolivianos cruzaron las primeras balas en un caserío llamado Masamaclay –que en lengua de indios significa lugar donde pelearon dos hermanos.

Al mediodía llega al frente la noticia. Callan los cañones. Se incorporan los soldados, muy de a poco, y van emergiendo de las trincheras. Los haraposos fantasmas, ciegos de sol, caminan a los tumbos por campos de nadie hasta que quedan frente a frente el regimiento Santa Cruz, de Bolivia, y el regimiento Toledo, del Paraguay: los restos, los jirones. Las órdenes recién recibidas prohíben hablar con quien era enemigo hasta hace un rato. Sólo está permitida la venia militar; y así se saludan. Pero alguien lanza el primer alarido y ya no hay quien pare la algarabía. Los soldados rompen la formación, arrojan las gorras y las armas al aire y corren en tropel, los paraguayos hacia los bolivianos, los bolivianos hacia los paraguayos, bien abiertos los brazos, gritando, cantando, llorando, y abrazándose ruedan por la arena caliente.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

8/3/24

Estados Unidos contra Grecia

Por Noam Chomsky

En Grecia las tropas británicas entraron después de reiterarse los nazis. Impusieron un régimen corrupto que provocó una renovada resistencia, e Inglaterra, en su declive de posguerra, no fue capaz de mantener control. En 1947, Estados Unidos entró en apoyo de una guerra asesina que cobró cerca de 160 mil muertes.

Esta guerra se completó con tortura, exilio político para decenas de millares de griegos, lo que llamamos "campamentos de reeducación" para decenas de millares de otros, y la destrucción de sindicatos y de cualquier posibilidad de política independiente.

Colocó a Grecia firmemente en las manos de los inversionistas estadounidenses y de empresarios locales, mientras gran parte de la población tuvo que emigrar para sobrevivir. Entre los beneficiarios estaban los colaboradores nazis, mientras las víctimas primarias fueron los trabajadores y campesinos de la resistencia antinazi, dirigida por comunistas.

Nuestra victoriosa defensa de Grecia contra su propia población fue el modelo para la guerra de Vietnam –como Adlai Stevenson explicó a las Naciones Unidas en 1964. Los consejeros de Reagan usaron exactamente el mismo modelo al hablar de Centroamérica, y el patrón fue seguido en muchos otros lugares.

Fuente: Chomsky, N (1994), Lo que realmente quiere el tío sam, Siglo XXI, México, D.F.

1/3/24

Teodora

Por Eduardo Galeano


 Imagen tomada de https://shorturl.at/fuAEF

Ravena debía obediencia al emperador Justiniano y a la emperatriz Teodora, aunque las afiladas lenguas de la ciudad se deleitaban evocando el turbio pasado de esa mujer, las danzas en los bajos fondos de Constantinopla, los gansos picoteando semillas de cebada en su cuerpo desnudo, sus gemidos de placer, los rugidos del público...

Pero eran otros los pecados que la puritana ciudad de Ravena no le podía perdonar. Los había cometido después de su coronación. Por culpa de Teodora, el imperio cristiano bizantino había sido el primer lugar en el mundo donde el aborto era un derecho,

no se penaba con muerte el adulterio,

las mujeres tenían derecho de herencia,

estaban protegidas las viudas y los hijos ilegales,

el divorcio de la mujer ya no era una hazaña imposible

y ya no estaban prohibidas las bodas de los nobles cristianos con mujeres de clases subalternas o de religión diferente.

Mil quinientos años después, el retrato de Teodora en la iglesia de San Vital es el mosaico más famoso del mundo.

Esta obra maestra de la pedrería es, también, el símbolo de la ciudad que la odiaba y que ahora vive de ella.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

23/2/24

El Dios universal

Por Eduardo Galeano

1506

Tenochtitlán

Moctezuma ha vencido en Teuctepec.

En los adoratorios, arden los fuegos. Resuenan los tambores. Uno tras otro, los prisioneros suben las gradas hacia la piedra redonda del sacrificio. El sacerdote les clava en el pecho el puñal de obsidiana, alza el corazón en el puño y lo muestra al sol que brota de los volcanes azules.

¿A qué dios se ofrece la sangre? El sol la exige, para nacer cada día y viajar de un horizonte al otro. Pero las ostentosas ceremonias de la muerte también sirven a otro dios, que no aparece en los códices ni en las canciones.

Si ese dios no reinara sobre el mundo, no habría esclavos ni amos, ni vasallos, ni colonias. Los mercaderes aztecas no podrían arrancar a los pueblos sometidos un diamante a cambio de un frijol, ni una esmeralda por un grano de maíz, ni oro por golosinas, ni cacao por piedras. Los cargadores no atravesarían la inmensidad del imperio en largas filas, llevando a las espaldas toneladas de tributos. Las gentes del pueblo osarían vestir túnicas de algodón y beberían chocolate y tendrían la audacia de lucir prohibidas plumas de quetzal y pulseras de oro y magnolias y orquídeas reservadas a los nobles. Caerían, entonces, las máscaras que ocultan los rostros de los jefes guerreros, el pico de águila, las fauces de tigre, los penachos de plumas que ondulan y brillan en el aire.

Están manchadas de sangre las escalinatas del templo mayor y los cráneos se acumulan en el centro de la plaza. No solamente para que se mueva el sol, no: también para que ese dios secreto decida en lugar de los hombres. En homenaje al mismo dios, al otro lado de la mar los inquisidores fríen a los herejes en las hogueras o los retuercen en las cámaras de tormento. Es el Dios del Miedo. El Dios del Miedo, que tiene dientes de rata y alas de buitre.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

16/2/24

Éramos pocos

Por Noam Chomsky

Cuando yo era niño había un campo de prisioneros de guerra junto a la secundaria. Continuamente surgían conflictos entre los alumnos sobre la cuestión de molestar a los prisioneros. Los alumnos no podían atacarlos físicamente, porque estaban protegidos por una cerca, pero les arrojaban cosas y los agredían verbalmente. A algunos nos parecía abominable y nos oponíamos, pero éramos pocos.

Fuente: Chomsky, N. (1994), Secretos, mentiras y democracia, Siglo XXI, México, D. F.

9/2/24

Estados Unidos contra Nicaragua

Por Eduardo Galeano

Con diez años de guerra fue castigada Nicaragua, cuando cometió la insolencia de ser Nicaragua. Un ejército reclutado, entrenado, armado y orientado por los Estados Unidos atormentó al país, durante los años ochenta, mientras una campaña de envenenamiento de la opinión pública mundial confundía al proyecto sandinista con una conspiración tramada en los sótanos del Kremlin. Pero no se atacó a Nicaragua porque fuera el satélite de una gran potencia, sino para que volviera a serlo; no se atacó a Nicaragua porque no fuera democrática, sino para que no lo fuera. En plena guerra, la revolución sandinista había alfabetizado a medio millón de personas, había abatido la mortalidad infantil en un tercio y había desatado la energía solidaria y la vocación de justicia de muchísima gente. Ése fue su desafío, y ésa fue su maldición. Al fin, los sandinistas perdieron las elecciones, por el cansancio de la guerra extenuante y devastadora. Y después, como suele ocurrir, algunos dirigentes pecaron contra la esperanza, pegando una voltereta asombrosa contra sus propios dichos y sus propias obras.

Fuente: Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

2/2/24

Cambiar las circunstancias

Por Noam Chomsky

Cuando estaba en el college, teníamos que tomar clase de boxeo. Para practicar, peleábamos con un amigo y, al terminar la clase, nos íbamos a casa. Nunca he sido especialmente violento y, sin embargo, me sorprendía que después de empujarnos un buen rato, en realidad queríamos hacernos daño, aunque se tratara de nuestro mejor amigo. Sentíamos cómo surgía la furia y casi queríamos matarnos.

¿Quiere decir que el deseo de matar es innato? Tal vez este deseo surja en ciertas circunstancias, incluso si se trata de nuestro mejor amigo; es decir, habrá circunstancias en las que predomine este aspecto de nuestra personalidad, aunque en otras predominarán otros aspectos. Si pretendemos crear un mundo humano, habrá que cambiar las circunstancias.

Fuente: Chomsky, N (1994), Pocos prósperos, muchos descontentos, Siglo XXI, México, D.F.

26/1/24

No todavía

Por Eduardo Galeano

Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur. Vaya donde vaya, ellas me persiguen. Bajo la cruz del sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte.

No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar. Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares de este mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro.

En Montevideo, hay un niño que explica:

Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre.

Fuente: Galeano, E. (1989), El libro de los abrazos, Siglo XXI, Madrid.

19/1/24

Las vueltas de la vida

Por Eduardo Galeano

Abril

27

El Partido Conservador gobernaba Nicaragua cuando en este día de 1837 se reconoció a las mujeres el derecho de abortar si su vida corría peligro.

Ciento setenta años después, en ese mismo país, los legisladores que decían ser revolucionarios sandinistas prohibieron el aborto en cualquier circunstancia, y así condenaron a las mujeres pobres a la cárcel o al cementerio.

Fuente: Galeano, E. (2012), Los hijos de los días, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

12/1/24

El consenso

Por Ian Kershaw

El régimen de Hitler … no fue únicamente (durante la mayor parte de los casi doce años que duró) una tiranía que impuso su voluntad a una gran mayoría hostil de la población. Y hasta que «se desbocó» en la última fase de la guerra, el terror, al menos dentro de Alemania, había estado dirigido específicamente contra unos enemigos políticos y raciales definidos, no arbitrarios, mientras que el nivel de consenso, al menos parcial, en todos los sectores de la sociedad había sido bastante amplio. Las generalizaciones sobre la mentalidad y el comportamiento de millones de alemanes durante el nazismo tienen una aplicación limitada, salvo, tal vez, la generalización de que, metafóricamente hablando, era menos probable encontrar en la gran mayoría de la población los colores blanco y negro puros que una amplia y variada gama de grises. Aun así, sigue siendo cierto que, colectivamente, los miembros de una sociedad sumamente moderna, sofisticada y pluralista que, tras perder una guerra, estaba sufriendo una profunda humillación nacional, la bancarrota económica, una fuerte polarización social, política e ideológica y lo que se percibía en general como un completo fracaso de un sistema político desacreditado, habían estado dispuestos, cada vez más, a depositar su confianza en la visión milenarista de un hombre que se autoproclamaba un salvador político. Como ahora se puede apreciar más claramente, en cuanto se logró una serie de triunfos nacionales relativamente fáciles (aunque, en realidad, extremadamente peligrosos), todavía fueron más quienes estuvieron despuestos a guardarse sus dudas y creer en el destino de su gran líder. Además, esos triunfos, por mucho que la propaganda los atribuyera a los logros de un único hombre, no sólo se habían logrado contando con la aclamación de las masas, sino también con un nivel de apoyo muy alto de casi todos los grupos de elite no nazis (empresarios, industriales, funcionarios y, sobre todo, las fuerzas armadas), que controlaban prácticamente todos los sectores del poder fuera de las altas esferas del propio movimiento nazi. Aunque en muchos sentidos el consenso fuera superficial, y se basara en diferentes niveles de apoyo a los distintos aspectos de la visión ideológica global que Hitler encarnaba, hasta la mitad de la guerra brindó una plataforma extremadamente amplia y potente de apoyo, que Hitler podía manipular y aprovechar.

Fuente: Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.

5/1/24

Hitler

Por Ian Kershaw

Las cotas sin precedentes de crueldad que alcanzó el régimen nazi pudieron contar con la amplia complicidad de todos los sectores de la sociedad. Pero el nombre de Hitler representa siempre, justificadamente, el del principal instigador del desmoronamiento más profundo de la civilización en los tiempos modernos. La forma de gobierno extremadamente personalista que se permitió asumir y ejercer a un demagogo de cervecería sin formación, un fanático racista, un narcisista megalómano que se autoproclamó salvador nacional, en un país moderno, económicamente avanzado y culto, famoso por sus filósofos y por sus poetas, fue absolutamente decisiva para el desarrollo de los terribles acontecimientos que se produjeron en aquellos doce fatídicos años.

Hitler fue el principal responsable de una guerra que dejó más de cincuenta millones de muertos y a otros muchos millones de personas llorando a sus seres queridos y tratando de rehacer sus vidas destrozadas. Hitler fue el principal inspirador de un genocidio como nunca antes había conocido el mundo y que en el futuro se verá, justamente, como un episodio definitorio del siglo XX. El Reich cuya gloria había tratado de buscar terminó al final en ruinas, con sus restos divididos entre las potencias victoriosas y ocupantes. El acérrimo enemigo, el bolchevismo, se instaló en la propia capital del Reich y dominó más de media Europa. Incluso el pueblo alemán, cuya supervivencia había dicho que era la razón misma de su lucha política, había llegado a ser algo prescindible.

Al final, el pueblo alemán, que Hitler estaba dispuesto a ver condenado con él, demostró ser capaz de sobrevivir incluso a Hitler. Pero aunque se reconstruyeran las vidas destruidas y los hogares destruidos en ciudades y pueblos destruidos, la profunda impronta moral de Hitler persistiría. No obstante, poco a poco fue surgiendo de las ruinas de la vieja sociedad una sociedad nueva basada, afortunadamente, en nuevos valores. Porque en medio de la vorágine de destrucción, el régimen de Hitler también había demostrado de manera concluyente el absoluto fracaso de las ambiciones de poder mundial hipernacionalistas y racistas (y de las estructuras sociales y políticas que las sustentaban), que habían imperado en Alemania durante el medio siglo anterior y que habían conducido por dos veces a Europa y al resto del mundo a una guerra desastrosa.

La vieja Alemania había desparecido con Hitler. La Alemania que había producido a Hitler y que había visto su futuro en la visión de éste, que se había mostrado tan dispuesta a servirle y que había compartido su hibris, también tenía que compartir su némesis.

Fuente: Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.