24/4/19

La fiesta

Desde fuera yo veía cómo movían las cabezas de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, casi al unísono, y veía que al mismo tiempo que las cabezas movían las piernas, dando pequeños pasos en el propio terreno, y a la vez que las cabezas y las piernas movían los traseros y los brazos con una gracia que no sé describir, y a casi todos semejante movimiento les dejaba sin energía para nada más, pero dos o tres alcanzaban todavía a decir te perderás dentro de mis recuerdos por haberme hecho llorar, y había uno que cantaba tan bien que podría haber acompañado a la mismísima Natalia Lafourcade o al resto de intérpretes de esta fiesta que había comenzado con «Made in Japan» de Alphaville, y que había atravesado por los pregones de Héctor Lavoe y por un rocanrol de los Kinks que dice me gustaría volar pero ni siquiera puedo nadar, y aunque la música variaba el baile era siempre lo mismo, mover las cabezas y las piernas y los traseros y los brazos, y si desde fuera todo lucía más bien ridículo, por dentro cundía una magia blanca, la seria diversión del rito muy esperado, una de las tantas caras del goce de vivir.

17/4/19

Ampliar el suelo de la jaula

Por Noam Chomsky
El anarquismo es célebre por oponerse al Estado, al mismo tiempo que aboga por «una administración planificada en interés de la comunidad», en palabras de Rocker; y, aparte de eso, por amplias federaciones de comunidades y lugares de trabajos dotados de autogobierno. En el mundo real actual, los anarquistas centrados en esos objetivos apoyan a menudo al poder del Estado para proteger a las personas, a la sociedad y a la tierra de los estragos de la concentración del capital en manos privadas. Pensemos, por ejemplo, en un respetado periódico anarquista como Freedom, creado como un periódico del socialismo anarquista por los seguidores de Kropotkin en 1886. Al abrir sus páginas, vemos que muchas de ellas están dedicadas a defender esos derechos, a menudo invocando al poder del Estado, como la regulación de la seguridad y la protección sanitaria y medioambiental.
Aquí no hay ninguna contradicción. Las personas viven, sufren y resisten en el mundo real de la sociedad existente, y cualquier persona digna debería ser partidaria de emplear todos los medios a su alcance para salvaguardarlos y beneficiarse de ellos, aun cuando el objetivo a largo plazo sea dejar de lado estos recursos y crear alternativas preferibles. Al tratar estos temas, a veces he tomado prestada una imagen utilizada por el movimiento de trabajadores rurales brasileños. Hablan de ampliar el suelo de la jaula, la jaula de las instituciones coercitivas existentes que pueden ampliarse mediante la lucha popular, como ha sucedido efectivamente a lo largo de muchos años. Y podemos ampliar la imagen y pensar en la jaula de las instituciones del Estado coercitivo como una protección frente a las bestias salvajes que merodean por el exterior, las instituciones capitalistas depredadoras apoyadas por el Estado y entregadas, en principio, a la vil máxima de los amos, el beneficio privado, el poder y la dominación, con el interés de la comunidad y sus miembros como algo secundario en el mejor de los casos, tal vez apreciado de manera retórica, pero descartado en la práctica por principio e incluso por ley.
Fuente: Chomsky, N. (2016), ¿Qué clase de criaturas somos?, Planeta, Barcelona.

10/4/19

Bob Marley

Por Eduardo Galeano
Imagen tomada de https://bit.ly/2IIn2ek
Bob Marley nació en el pobrerío, y grabó sus primeras músicas durmiendo en el suelo del estudio.
Y en pocos años se hizo rico y famoso y durmió en lecho de plumas, abrazado a Miss Mundo, y fue adorado por las multitudes.
Pero nunca olvidó que él no era solamente él.
Por su voz cantaba el sonoro silencio de los tiempos pasados, la fiesta y la furia de los esclavos guerreros que durante dos siglos habían vuelto locos a sus amos en las montañas de Jamaica.
Fuente: Galeano, E. (2012), Los hijos de los días, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

3/4/19

La regeneración moral de los individuos

Por Bertrand Russell
En la vida diaria de la mayoría de hombres y mujeres, el miedo desempeña un papel más importante que la esperanza. La idea de que otros puedan arrebatarles sus posesiones está más presente que la del goce que ellos mismos podrían causar en su existencia o la de aquellos con quienes la comparten.
No es así como debería sentirse la vida.
A aquellos cuyas vidas resultan beneficiosas para sí mismos, para sus amigos o para el mundo les inspira la esperanza y les sustenta la alegría. Imaginan las cosas como podrían ser y llevarse a cabo. En sus relaciones personales, no les provoca ansiedad el temor a perder el afecto o el respeto que reciben, sino que se preocupan de darlo sin buscar nada a cambio y en esto consiste su recompensa. En su trabajo, no les causa envidia la competencia sino que se interesan por sus propios asuntos. Y, en la política, no pierden tiempo ni energía defendiendo los injustos privilegios de la clase o nación a que pertenecen, sino que aspiran en general a un mundo más feliz, menos cruel, con menos conflictos derivados de la codicia y con más seres humanos libres de cualquier opresión que impida su crecimiento.
Una vida regida por este espíritu –que busca crear más que poseer– disfruta de una felicidad elemental que la adversidad no puede sustraer por entero. Ésta es la vida que recomiendan los Evangelios y todos los grandes maestros. Quienes la han hallado, se han liberado de la tiranía del miedo puesto que lo que más valoran en sus vidas no está a merced de ningún poder externo. Si todos los hombres tuvieran el coraje de concebir así la existencia pese a los obstáculos y el desaliento, no habría necesidad, para empezar, de que ninguna reforma política y económica regenerase el mundo. Todos los cambios surgirían automáticamente, sin oponer resistencia, de la regeneración moral de los individuos. No obstante, aunque la doctrina de Cristo ha sido asimilada formalmente por el mundo desde hace muchos siglos, aquellos que la siguen todavía continúan siendo perseguidos como lo fueron en la época de Constantino. La experiencia ha demostrado que muy pocas personas logran ver, más allá de los males aparentes de una vida de paria, la felicidad interior que proviene de la fe y la esperanza creadora. Para superar la tiranía del miedo, no basta con predicar el valor y la indiferencia hacia la adversidad, como cree la mayoría de los hombres, sino que hay que acabar con las causas del miedo, hacer posible una buena vida en todos los sentidos y disminuir el posible daño infligido a quienes no puedan defenderse.
Fuente: Russell, B. (1918), Caminos de libertad, Tecnos, Madrid.