24/2/22

Juan Gerardi

Por Eduardo Galeano

Imagen tomada de https://bit.ly/3hbaJ8F

El obispo Juan Gerardi presidió el grupo de trabajo que rescató la historia reciente del terror en Guatemala. Miles de voces, testimonios recogidos en todo el país, fueron juntando los pedacitos de cuarenta años de memoria del dolor: 150 mil guatemaltecos muertos, cincuenta mil desaparecidos, un millón de exiliados y refugiados, doscientos mil huérfanos, cuarenta mil viudas. Nueve de cada diez víctimas eran civiles desarmados, en su mayoría indígenas; y en nueve de cada diez casos, la responsabilidad era del ejército o de sus bandas paramilitares.

La Iglesia hizo público el informe un jueves de abril del 98. Dos días después, el obispo Gerardi apareció muerto, con el cráneo partido a golpes de piedra.

Fuente: Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

17/2/22

Los dos primeros gobiernos peronistas

Por Mario Bunge

Para que un gobierno sea legítimo, debe cumplir dos condiciones: debe gozar de amplio apoyo popular y debe comportarse moralmente, o sea, trabajar al servicio del pueblo en lugar de servirse de él. Por ejemplo, los gobiernos peronistas gozaron de legitimidad política porque fueron libremente elegidos por grandes mayorías. Pero su legitimidad moral es dudosa, ya que hicieron tanto o más mal que bien. Por ejemplo, los dos primeros gobiernos peronistas ampliaron la legislación laboral, pero sometieron al movimiento obrero; dieron el voto a la mujer, pero la engañaron; construyeron edificios escolares, pero transformaron las escuelas en centros de adoctrinamiento partidario; abrieron nuevos mercados internacionales, pero inauguraron la inflación; aseguraron el libre sufragio, pero no la libertad de asociación ni de expresión. Para colmo, minaron la débil cultura superior.

Fuente: Bunge, M. (2006), 100 ideas, Laetoli, Pamplona.

10/2/22

La masacre del río Sumpul

Por Noam Chomsky

La guerra de Carter contra los campesinos [de El Salvador] se desencadenó con toda virulencia en mayo [de 1980], con matanzas a gran escala en áreas fundamentalmente destinadas a la reforma agraria. La mayor de todas esas matanzas fue la del 14 de mayo en Río Sumpul, cuando miles de campesinos huyeron a Honduras tratando de escapar de una acción del ejército. Tan pronto cruzaban el río eran atacados por los helicópteros, los miembros de ORDEN y las tropas regulares. Según los testimonios de las personas que presenciaron la acción, difundidos por Amnesty International y por el clero hondureño, se torturó a las mujeres, se lanzaron los recién nacidos al aire para utilizarlos como blancos de prácticas de tiro, los soldados ahogaron a los niños o bien los decapitaron o acuchillaron con machetes hasta morir, e incluso tiraron partes de sus cuerpos a los perros. Los soldados hondureños devolvieron a los supervivientes a las manos de las fuerzas salvadoreñas. Por lo menos 600 cuerpos insepultos fueron pasto de los perros y de las rapaces, mientras otros se perdieron entre las aguas del río, que quedó contaminado por los cadáveres. Un pescador hondureño halló los cuerpos de cinco niños en una de sus trampas para peces. La masacre no figura en el Country Reports on Human Rights Practices, editado por el Departamento de Estado de la administración Carter, y fue ignorada por la prensa hasta un año después, en que se publicó una pequeña información acerca de ella. Sin embargo, tanto la prensa extranjera como la prensa eclesiástica de los Estados Unidos dieron información inmediata de los hechos. Nos encontramos ante un ejemplo, uno sólo, de la supresión de noticias, hasta el punto que la información sobre El Salvador fue considerada, por un proyecto de investigación sobre los medios de comunicación, como la «historia más censurada de 1980» y no por falta de informes sino porque éstos eran muy sesgados e inadecuados.

Fuente: Chomsky, N. (1985), La quinta libertad, Crítica, Barcelona.

3/2/22

La guerra en Colombia

Por Eduardo Galeano

A principios del siglo veinte, Colombia sufrió la guerra de los mil días.

A mediados del siglo veinte, los días fueron tres mil.

A principios del siglo veintiuno, ya los días son incontables.

Pero esta guerra, mortal para Colombia, no es tan mortal para los dueños de Colombia:

la guerra multiplica el miedo, y el miedo convierte la injusticia en fatalidad del destino;

la guerra multiplica la pobreza, y la pobreza ofrece brazos que trabajan por poco o nada;

la guerra expulsa a los campesinos de sus tierras, que por poco o nada se venden;

la guerra otorga dinerales a los traficantes de armas y a los secuestradores de civiles, y otorga santuarios a los traficantes de drogas, para que la cocaína siga siendo un negocio donde los norteamericanos ponen la nariz y los colombianos los muertos;

la guerra asesina a los militantes de los sindicatos, y los sindicatos organizan más entierros que huelgas y se dejan de molestar a las empresas Chiquita Brands; Coca-Cola, Nestlé, Del Monte o Drummond Limited;

y la guerra asesina a los que denuncian las causas de la guerra, para que la guerra sea tan inexplicable como inevitable.

Los expertos violentólogos dicen que Colombia es un país enamorado de la muerte.

Está en los genes, dicen.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.