Un buen cuento parece ser el resultado de juntar
un estilo vigoroso, una anécdota interesante e ingenio al relatar. El interés
que provoque la anécdota es el elemento más subjetivo del buen cuento, porque cada
lector tiene sus temas predilectos. A mí me gustan sobre todo los retratos del
dolor y el deseo humanos. El estilo vigoroso en realidad no parece
indispensable, como muestran los casos de Chéjov y Mansfield, pero debo decir
que los cuentistas que trabajan mucho su estilo, como Borges, Cortázar o Rulfo,
me parecen los más virtuosos. Mi favorito es Cortázar. En su «Casa tomada» el estilo es sobrio y claro. La anécdota es
fantástica: una extraña presencia en la parte posterior de una casa habitada
por una pareja de hermanos, los expulsa por la puerta delantera. El ingenio lo
encuentro en la resignación con que los hermanos aceptan su destino, y en la
minuciosa descripción de los ambientes hasta el punto que el lector podría trazar
el plano de la casa tomada. En «La señorita Cora» el estilo de Cortázar es
claro y además exigente, porque todos los personajes narran en primera persona
y la batuta paso de uno a otro sin aviso. La anécdota es la de un adolescente con
apendicitis que se enamora de su bella enfermera. Ella tiene pareja y él está
custodiado por sus padres. Ella le besa y él llora de rabia. El ingenio lo
encuentro en la abrumadora tensión sexual que se crea entre esos amantes imposibles.
Un ejemplo de un cuento
formidable sin un estilo vigoroso es «Casa de muñecas» de Mansfield. Lo
protagonizan las dos hijas de la lavandera del pueblo, que asisten a la misma
escuela que las niñas ricas porque es la única que hay. Aunque sus compañeras y
hasta su profesora las aíslan y humillan, ellas se interesan por la casa de
muñecas de la que se habla en el recreo. Es tan hermosa que todas quieren ir a
verla. Es grande y muy completa. Hasta tiene una lámpara que se enciende de
verdad. Las niñas pobres, por supuesto, no están invitadas a la casa de la niña
dueña del juguete, pero se arriesgan a ir y aprovechan una puerta descuidada para
entrar al patio que alberga la casa de muñecas y observar… hasta que un adulto las
descubre y las expulsa a escobazos. El ingenio de Mansfield lo encuentro en el
suspenso con que arrastra al lector hasta el asombroso final. La hermana más pequeña,
que siempre va a la cola de la otra y nunca habla, luego de la expulsión habla
por fin y entre lágrimas le confiesa a su hermana que vio la lámpara encendida.