24/11/23

Espejo

Por Eduardo Galeano

1795

Quito

Pasó por la historia cortando y creando.

Escribió las más filadas palabras contra el régimen colonial y sus métodos de educación, una educación de esclavos, y destripó el ampuloso estilo de los retóricos de Quito. Clavó sus diatribas en puertas de iglesias y esquinas principales, para que se multiplicaran después, de boca en boca, porque escribiendo de anónimo podía muy bien quitar la máscara a los falsos sabios y hacer que parecieran en el traje de su verdadera y natural ignorancia.

Predicó el gobierno de América por los nacidos en ella. Propuso que el grito de independencia resonara, a la vez, en todos los virreinatos y audiencias, y que se unieran las colonias, para hacerse patrias, bajo gobiernos democráticos y republicanos.

Era hijo de indio. Recibió al nacer el nombre de Chusig, que significa lechuza. Para tener título de médico, decidió llamarse Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, nombre que suena a linaje largo, y así pudo practicar y difundir sus descubrimientos contra la viruela y otras pestes.

Fundó, dirigió y escribió de cabo a rabo Primicias de la Cultura, el primer periódico de Quito. Fue director de la biblioteca pública. Jamás le pagaron el sueldo.

Acusado de crímenes contra el rey y contra Dios, Espejo fue encerrado en celda inmunda. Allí murió, de cárcel; y con el último aliento suplicó el perdón de sus acreedores.

La ciudad de Quito no registra en el libro de gentes principales el fin de este precursor de la independencia hispanoamericana, que ha sido el más brillante de sus hijos.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

17/11/23

Stalin según Hitler

Por Ian Kershaw

Hitler creía que el pueblo ruso sólo era apto para el trabajo duro realizado bajo coerción. Su condición natural, y la que prefería, era la desorganización generalizada. «Los ucranianos –comentó en otra ocasión– eran exactamente igual de holgazanes, desorganizados y nihilistamente asiáticos que los habitantes de la gran Rusia». Hablar de cualquier clase de ética del trabajo era absurdo. Lo único que entendían era «el látigo». Admiraba la brutalidad de Stalin. Pensaba que el dictador soviético era «uno de los seres humanos más grandes que había vivos, ya que había conseguido forjar, aunque sólo mediante la coacción más cruel, un Estado a partir de aquella familia de conejos eslavos». Describió al «taimado caucásico» como «uno de los personajes más extraordinarios de la historia», un hombre que rara vez abandonaba su despacho, pero podía gobernar gracias a una burocracia servil.

Fuente: Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.

10/11/23

Rosa María Egipcíaca de Vera Cruz

Por Eduardo Galeano

Cuando tenía seis años, en 1725, un navío negrero la trajo del África, y en Río de Janeiro fue vendida.

Cuando tenía catorce, el amo le abrió las piernas y le enseñó un oficio.

Cuando tenía quince, fue comprada por una familia de Ouro Preto, que desde entonces alquiló su cuerpo a los mineros del oro.

Cuando tenía treinta, esa familia la vendió a un sacerdote, que con ella practicaba sus métodos de exorcismo y otros ejercicios nocturnos.

Cuando tenía treinta y dos, uno de los demonios que le habitaban el cuerpo fumó por su pipa y aulló por su boca y la revolcó por los suelos. Y ella fuera por eso condenada a cien azotes en la plaza de la ciudad de Mariana, y el castigo le dejó un brazo paralizado para siempre.

Cuando tenía treinta y cinco, ayunó y rezó y mortificó su carne con cilicio, y la mamá de la Virgen María le enseñó a leer. Según dicen, Rosa María Egipcíaca de Vera Cruz fue la primera negra alfabetizada en Brasil.

Cuando tenía treinta y siete, fundó un asilo para esclavas abandonadas y putas en desuso, que ella financiaba vendiendo bizcochos amasados con su saliva, infalible remedio contra cualquier enfermedad.

Cuando tenía cuarenta, numerosos fieles asistían a sus trances, donde ella bailaba al ritmo de un coro de ángeles, envuelta en humo de tabaco, y el Niño Jesús mamaba de sus pechos.

Cuando tenía cuarenta y dos, fue acusada de brujería y encerrada en la cárcel de Río de Janeiro.

Cuando tenía cuarenta y tres, los teólogos confirmaron que era bruja porque pudo soportar sin una queja, durante largo rato, una vela encendida bajo la lengua.

Cuando tenía cuarenta y cuatro, fue enviada a Lisboa, a la cárcel de la Santa Inquisición. Entró en las cámaras de tormento, para ser interrogada, y nunca más se supo.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

3/11/23

Perón

Por Eduardo Galeano

1945

Buenos Aires


Imagen tomada de https://shorturl.at/fnyGZ

El general MacArthur se hace cargo de los japoneses y Spruille Braden se ocupa de los argentinos. Para conducir a los argentinos por la buena senda de la Democracia, el embajador norteamericano Braden reúne a todos los partidos, desde el Conservador hasta el Comunista, en un frente único contra Juan Domingo Perón. Según el Departamento de Estado, el coronel Perón, ministro de Trabajo del gobierno, es el jefe de una banda de nazis. La revista «Look» afirma que se trata de un pervertido, que en los cajones de su escritorio guarda fotos de indias desnudas de la Patagonia junto a las imágenes de Hitler y Mussolini.

Volando recorre Perón el camino a la presidencia. Lleva del brazo a Evita, actriz de radioteatro, de ojos febriles y entradora voz; y cuando él se cansa o duda o se asusta, es ella quien lo lleva. Perón reúne más gente que todos los partidos juntos. Cuando lo acusan de agitador, responde que a mucha honra. Los copetudos, los de punta en blanco, corean el nombre del embajador Braden en las esquinas del centro de Buenos Aires, agitando sombreros y pañuelos, pero en los barrios obreros gritan el nombre de Perón las descamisadas multitudes. El pueblo laburante, desterrado en su propia tierra, mudo de tanto callar, encuentra patria y voz en este raro ministro que se pone siempre de su lado.

El prestigio popular de Perón crece y crece a medida que él desempolva olvidadas leyes sociales o crea leyes nuevas. Suyo es el estatuto que obliga a respetar los derechos de quienes se desloman trabajando en estancias y plantaciones. El estatuto no se queda en el papel y así el peón de campo, casi cosa, se hace obrero rural con sindicato y todo.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.