La
gente suele dar por descontado que se encontrará mejor a medida que más dinero
posea, aunque también suele estar de acuerdo con la idea de que el dinero no
compra la felicidad. El dinero está en la cima de sus prioridades, a la vez que
entienden que hay cosas más importantes que el dinero. Esa confusión tal vez
pueda diluirse si conocemos que existe un monto por encima del cual el dinero
no aumenta la felicidad. En un artículo sobre la búsqueda de la felicidad de la
revista Mente y cerebro,1 se lee que «una vez conseguido
cierto nivel de prosperidad, el saldo creciente de la cuenta bancaria no hace
que uno se sienta cada vez más feliz. De ahí que los habitantes de los países
ricos no se sientan más felices en la misma proporción al enorme aumento de
prosperidad registrado en los últimos cincuenta o sesenta años. Las encuestas
del Instituto Allensbach de demoscopia indican que los alemanes alcanzaron ya
el punto crítico de suficiente prosperidad lo más tarde a principios del año
1960. Desde entonces se mantiene más o menos constante el porcentaje de sus ciudadanos
felices.» Aunque la cifra puede variar según el costo de vida y la distribución
de riqueza de cada país, creo que podemos sacar una valiosa lección utilizando
la cifra alemana para el mundo entero. En 1960 la riqueza del alemán promedio
era de unos 12.000 dólares anuales.2 En ese año dieciséis países
tenían una riqueza igual o superior, y la riqueza del habitante promedio del
mundo era de 5.000. En 2000, la riqueza del habitante promedio del mundo había
ascendido a 12.000, y cincuenta y siete países tenían una riqueza igual o
mayor. Es decir, el siglo comenzó con buena parte de la población mundial en el
nivel de prosperidad suficiente, y si la riqueza estuviese muy bien
distribuida, todo el mundo lo habría alcanzado. ¿Por qué, si estamos entre los
afortunados, no apoyamos una redistribución de la riqueza para elevar el
bienestar de nuestros compatriotas que todavía pueden extraerlo de unos
ingresos mayores? ¿O mejor aún, por qué no ayudamos a los ciudadanos más pobres
de todos los países, sin fijarnos en los límites nacionales? ¿Por qué no?
Notas
1Hartmann,
U., U. Schneider y H. M. Emrich (2003), «La búsqueda de la felicidad», Mente y cerebro, 4, pp. 78-83.
2Esta
y las siguientes cifras de riqueza se refieren al PIB per cápita real en
dólares estadounidense de 2011. Están tomadas de la base de datos del proyecto
Maddison, https://www.rug.nl/ggdc/historicaldevelopment/maddison/.