26/11/20

La estrella

Por Eduardo Galeano

Al amanecer, doña Tota llegó a un hospital del barrio de Lanús. Ella traía un niño en la barriga. En el umbral, encontró una estrella, en forma de prendedor, tirada en el piso.

La estrella brillaba de un lado, y del otro no. Esto ocurre con las estrellas, cada vez que caen en la tierra, y en la tierra se revuelcan: de un lado son de plata, y fulguran conjurando las noches del mundo; y del otro lado son de lata nomás.

Esa estrella de plata y de lata, apretada en un puño, acompañó a doña Tota en el parto.

El recién nacido fue llamado Diego Armando Maradona.

Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo XXI, México, D.F.

19/11/20

El gobierno de Torrijos

Por Noam Chomsky
La dictadura de Torrijos tuvo un carácter populista, que terminó en su mayor parte tras su muerte en 1981 en un accidente de avión (con varias acusaciones en lo referente a la causa) y la subsiguiente toma del poder por parte de Noriega. Durante este período, los panameños negros, mestizos e indígenas lograron su primera participación en el poder, y se emprendieron reformas económicas y agrarias. En estas dos décadas, la mortalidad infantil descendió de un 40 por 100 a menos de un 20 por 100 y la esperanza de vida aumentó en nueve años. Se construyeron nuevos hospitales, centros de salud, viviendas, escuelas y universidades, y se formaron más médicos, enfermeras y maestros. Se garantizó a las comunidades indígenas la autonomía y protección de sus territorios tradicionales hasta un punto sin parangón en el hemisferio. Por vez primera, Panamá avanzó hacia una política exterior independiente –aún viva hasta cierto punto en los años ochenta, cuando Panamá participó en los esfuerzos de paz de Contadora.
Fuente: Chomsky, N. (1991), El miedo a la democracia, Crítica, Barcelona.

12/11/20

¿Por qué no?

 

La gente suele dar por descontado que se encontrará mejor a medida que más dinero posea, aunque también suele estar de acuerdo con la idea de que el dinero no compra la felicidad. El dinero está en la cima de sus prioridades, a la vez que entienden que hay cosas más importantes que el dinero. Esa confusión tal vez pueda diluirse si conocemos que existe un monto por encima del cual el dinero no aumenta la felicidad. En un artículo sobre la búsqueda de la felicidad de la revista Mente y cerebro,1 se lee que «una vez conseguido cierto nivel de prosperidad, el saldo creciente de la cuenta bancaria no hace que uno se sienta cada vez más feliz. De ahí que los habitantes de los países ricos no se sientan más felices en la misma proporción al enorme aumento de prosperidad registrado en los últimos cincuenta o sesenta años. Las encuestas del Instituto Allensbach de demoscopia indican que los alemanes alcanzaron ya el punto crítico de suficiente prosperidad lo más tarde a principios del año 1960. Desde entonces se mantiene más o menos constante el porcentaje de sus ciudadanos felices.» Aunque la cifra puede variar según el costo de vida y la distribución de riqueza de cada país, creo que podemos sacar una valiosa lección utilizando la cifra alemana para el mundo entero. En 1960 la riqueza del alemán promedio era de unos 12.000 dólares anuales.2 En ese año dieciséis países tenían una riqueza igual o superior, y la riqueza del habitante promedio del mundo era de 5.000. En 2000, la riqueza del habitante promedio del mundo había ascendido a 12.000, y cincuenta y siete países tenían una riqueza igual o mayor. Es decir, el siglo comenzó con buena parte de la población mundial en el nivel de prosperidad suficiente, y si la riqueza estuviese muy bien distribuida, todo el mundo lo habría alcanzado. ¿Por qué, si estamos entre los afortunados, no apoyamos una redistribución de la riqueza para elevar el bienestar de nuestros compatriotas que todavía pueden extraerlo de unos ingresos mayores? ¿O mejor aún, por qué no ayudamos a los ciudadanos más pobres de todos los países, sin fijarnos en los límites nacionales? ¿Por qué no?

Notas

1Hartmann, U., U. Schneider y H. M. Emrich (2003), «La búsqueda de la felicidad», Mente y cerebro, 4, pp. 78-83.

2Esta y las siguientes cifras de riqueza se refieren al PIB per cápita real en dólares estadounidense de 2011. Están tomadas de la base de datos del proyecto Maddison, https://www.rug.nl/ggdc/historicaldevelopment/maddison/.

5/11/20

La salvación eterna

Por Jesús Mosterín
La base productiva de la sociedad medieval (los laboratores) estaba formada por una gran masa de campesinos, un número menor de artesanos y una clase novedosa e incomprendida de comerciantes y prestamistas. Parasitando y controlando a esta base productiva había una superestructura de poder formada por la clase de los guerreros, nobles y caballeros (los bellatores), dedicados al ejercicio de las armas, y por la clase de los clérigos o eclesiásticos (los oratores), dedicados a la oración. La guerra y la oración eran las actividades prestigiosas. La agricultura y la artesanía se aceptaban como necesarias, aunque vulgares. El comercio y el crédito, sin embargo, eran vistos con recelo y desconfianza. Al frente de los guerreros estaba el rey; al frente de los clérigos, el papa. El rey protegía a la Iglesia, mientras que la Iglesia rezaba por el rey y justificaba su autoridad. Cada individuo ocupaba un lugar determinado en la sociedad jerarquizada de la época, y cada uno debía conformarse con su condición, obedeciendo a las autoridades feudales y eclesiásticas situadas por encima. En definitiva, lo importante en esta vida era alcanzar la salvación eterna tras la muerte, y eso se podía lograr en cualquier situación social en la que uno se encontrase, obedeciendo la voluntad de Dios, interpretada por la Iglesia.
Fuente: Mosterín, J. (2010), Los cristianos, Alianza Editorial, Madrid.