24/9/20

El producto del amor universal

Por Mo Di
La tarea del hombre benevolente consiste en procurar beneficios al mundo y eliminar calamidades. ¿Cuáles son las mayores calamidades del mundo? Los ataques a los estados pequeños por parte de los grandes, la perturbación de las pequeñas familias por las grandes, la opresión de los débiles por los fuertes, el abuso de las minorías por las mayorías, el engaño de los ingenuos por los espabilados, el desprecio de los humildes por los ensalzados [...]. La causa de estas calamidades no es el amor universal, sino la discriminación. Todo el que critica algo debe proponer una alternativa. Por eso yo digo: sustituyamos la discriminación por el amor universal [...]. Cuando cada uno respete los países ajenos como el propio, ¿quién atacará los otros países? Nadie [...]. Cuando cada uno considere las otras casas como la propia, ¿quién robará las otras casas? Nadie [...]. Ahora bien, si los estados no se atacan y las ciudades no se asedian y los clanes no se perjudican y las casas no se roban, ¿es esto una calamidad o un beneficio para el mundo? Evidentemente es un beneficio [...]. Este gran beneficio es el producto del amor universal.
Fuente: La cita procede de Mosterín, J. (2007), China, Alianza Editorial, Madrid.

17/9/20

¡El oso!

Por Bertrand Russell
Mi abuela tenía un rostro muy expresivo y, a despecho de su experiencia del mundo, jamás aprendió el arte de disimular sus emociones. Observé que cualquier alusión a la demencia provocaba en ella un espasmo de angustia. Especulé mucho en cuanto a ello. Sólo muchos años después descubrí que tenía un hijo en un manicomio. Estaba en un regimiento distinguido y, al cabo de unos años de estar allí, se volvió loco. La historia que me han contado, aunque no puedo responder de su absoluta exactitud, es que sus compañeros de armas le mortificaban porque era casto. En el regimiento tenían un oso como mascota, y un día, para divertirse, le azuzaron el oso. Huyó despavorido, perdió la memoria y, después de hallarlo deambulando por el campo, lo llevaron a la enfermería de un asilo, ya que se desconocía su identidad. En medio de la noche, saltó de la cama gritando: «¡El oso!... ¡El oso!...», y estranguló a un vagabundo que estaba en la cama contigua. Jamás recuperó la memoria, pero vivió más de ochenta años.
Fuente: Russell, B. (2010), Autobiografía, Edhasa, Barcelona.

10/9/20

Vos

Por Julio Cortázar
Imposible saber en qué momento todo dejó de ser difícil, juego de preguntas y respuestas, Aníbal había tendido la mano sobre el mantel y la mano de Sara no rehuyó su peso, la dejó estar mientras él agachaba la cabeza porque no podía mirarla en la cara, mientras le hablaba a borbotones del patio, de Doro, le contaba las noches en su cuarto, el termómetro, el llanto contra la almohada. Se lo decía con una voz lisa y monótona, amontonando momentos y episodios pero todo era lo mismo, me enamoré tanto de vos, me enamoré tanto y no te lo podía decir, vos venías de noche y me cuidabas, vos eras la mamá joven que yo no tenía, vos me tomabas la temperatura y me acariciabas para que me durmiera, vos nos dabas el café con leche en el patio, te acordás, vos nos retabas cuando hacíamos pavadas, yo hubiera querido que me hablaras solamente a mí de tantas cosas pero vos me mirabas desde tan arriba, me sonreías desde tan lejos, había un inmenso vidrio entre los dos y vos no podías hacer nada para romperlo, por eso de noche yo te llamaba y vos venías a cuidarme, a estar conmigo, a quererme como yo te quería, acariciándome la cabeza, haciéndome lo que le hacías a Doro, todo lo que siempre le habías hecho a Doro, pero yo no era Doro y solamente una vez, Sara, solamente una vez y fue horrible y no me olvidaré nunca porque hubiera querido morirme y no pude o no supe, claro que no quería morirme pero eso era el amor, querer morirme porque vos me habías mirado todo entero como a un chico, habías entrado en el baño y me habías mirado a mí que te quería, y me habías mirado como siempre lo habías mirado a Doro, vos ya de novia, vos que ibas a casarte y yo ahí mientras me dabas el jabón y me mandabas que me lavara hasta las orejas, me mirabas desnudo como a un chico que era y no te importaba nada de mí, ni siquiera me veías porque solamente veías a un chico y te ibas como si nunca me hubieras visto, como si yo no estuviera ahí sin saber cómo ponerme mientras me estabas mirando.
Fuente: Cortázar, J. (1982), Cuentos completos/3, Santillana, México, D.F.

3/9/20

No hay nada sagrado

Por Jesús Mosterín
La pregunta «¿está permitido o no, es bueno o malo en sí mismo?» es una pregunta moralista. La pregunta racional es: «en función de los fines perseguidos, ¿es adecuado o no?, ¿es oportuno o no?». Consideremos el ejemplo del aborto. Los fundamentalistas cristianos e islámicos consideran que el aborto es malo en absoluto, que es un crimen, que no está permitido abortar, que la madre no tiene derecho a abortar. Los exponentes del movimiento de liberación de la mujer consideran que el aborto es un derecho natural y fundamental de la mujer, que nunca se puede negar a las mujeres la posibilidad de decidir por sí mismas si quieren tener infantes o no. Frente a estas posiciones contrapuestas, ¿qué podríamos decir del aborto desde el punto de vista racional? Desde luego, en las circunstancias actuales, son las feministas las que tienen razón y lo racional consiste en apoyar el derecho de cada mujer a decidir si quiere parir o abortar. Pero no es imposible imaginar circunstancias diferentes, en las que lo racional sería otra cosa.
El tipo de propuesta que racionalmente aceptemos depende de los fines que persigamos y de las circunstancias del mundo en que vivamos. Así, en una época en que la población y la natalidad hubieran disminuido hasta extremos peligrosos para la supervivencia de la humanidad, los agentes racionales que asumiesen como uno de sus fines últimos la continuidad del género humano tratarían de fomentar por todos los medios la natalidad y podrían proponer racionalmente la prohibición del aborto, a fin de que todos los embarazos llegasen a término y, de buena o mala gana, las mujeres diesen a luz el mayor número posible de infantes. Pero en una época como la nuestra, en que la explosión demográfica alcanza extremos alarmantes y agrava todo tipo de problemas graves, desde la pobreza extrema hasta el cambio climático, muchos consideran que uno de los fines más acuciantes de la hora presente consiste en frenar el crecimiento demográfico. En esta situación, lo racional consiste en tratar de que se liberalice y permita el aborto en todo el mundo, pues de esta manera se contribuirá a que no nazcan tantos infantes no deseados y, por tanto, a que se frene el catastrófico crecimiento demográfico al que actualmente asistimos en las zonas menos desarrolladas, además de contribuir a la libertad y autonomía de las mujeres, que es también un fin muy importante en sí mismo. En la China actual, el aborto no solo está permitido, sino que es obligatorio a partir del segundo hijo. Esta medida extrema, lamentable desde el punto de vista de la libertad individual, ha contribuido eficazmente a frenar la explosión demográfica en China y ha hecho posible el espectacular crecimiento económico del país. En las calles de China ya no se ven niños famélicos, como antes; ahora los niños están mimados y bien alimentados, pues todos los recursos familiares se concentran en el cuidado del hijo único. Muchos chinos (y no chinos) consideran racional la política demográfica del gobierno, aunque tiene aspectos indeseables y en algún momento tendrá que ser revisada. En cualquier caso, la decisión racional de adherirse a cualquiera de las propuestas en torno al aborto debería tener en cuenta los diversos fines que persigamos, tanto los relativos a la demografía y el destino del planeta como los referentes a la libertad individual y la autonomía de las mujeres, así como a la salud y el bienestar de los infantes, a la organización social y a otros factores.
El punto a señalar y retener es este: desde el punto de vista racional, nada está absolutamente permitido o prohibido, ni por Dios ni por el diablo, ni por la naturaleza ni por la historia. Lo único que no se puede hacer es lo que es físicamente imposible. Esto no significa que todo dé igual –lo cual sería caer en la frivolidad práctica–, sino que todo depende de las metas que en un momento dado persigamos y de la información sobre el mundo de la que dispongamos.
Lo que hemos dicho sobre al aborto podríamos repetirlo sobre las prácticas sexuales y las relaciones de propiedad, sobre la educación y la experimentación con animales, sobre las fronteras y la democracia, sobre la pena de muerte y el pago de impuestos. No hay nada sagrado, no hay nada indiscutible. Desde un punto de vista racional todo puede, y todo debe, ser puesto en cuestión. Ningún dios ni ninguna historia nos han librado del trabajo de pensar y de elaborar por nosotros mismos las propuestas y los programas conforme a los que vivir.
Fuente: Mosterín, J. (1978), Lo mejor posible, Alianza Editorial, Madrid.