31/3/23

Los invisibles

Por Eduardo Galeano

En 1869, el canal de Suez hizo posible la navegación entre dos mares.

Sabemos que Ferdinand de Lesseps fue autor del proyecto, que el pachá Said y sus herederos vendieron el canal a los franceses y a los ingleses a cambio de poco o nada,

que Giuseppe Verdi compuso la ópera «Aída» para que fuera cantada en la inauguración

y que noventa años después, al cabo de una larga y dolida pelea, el presidente Gamal Abdel Nasser logró que el canal fuera egipcio.

¿Quién recuerda a los ciento veinte mil presidiarios y campesinos, condenados a trabajos forzados, que construyendo el canal cayeron asesinados por el hambre, la fatiga y el cólera?

En 1914, el canal de Panamá abrió un tajo entre dos océanos.

Sabemos que Ferdinand de Lesseps fue autor del proyecto,

que la empresa constructora quebró, en uno de los más sonados escándalos de la historia de Francia,

que el presidente de los Estados Unidos, Teddy Roosevelt, se apoderó del canal y de Panamá y de todo lo que encontró en el camino

y que sesenta años después, al cabo de una larga y dolida pelea, el presidente Omar Torrijos logró que el canal fuera panameño.

¿Quién recuerda a los obreros antillanos, hindúes y chinos que cayeron construyéndolo? Por cada kilómetro murieron setecientos, asesinados por el hambre, la fatiga, la fiebre amarilla y la malaria.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

24/3/23

Lo peor de Heidegger

Por Mario Bunge

Los autores mejor conocidos como existencialistas modernos son el alemán Martin Heidegger y el francés Jean-Paul Sartre. Sartre es perdonable porque, cuando no plagiaba a Heidegger, cosa que hizo en su tesis, hacía periodismo y teatro en buen francés. En cambio, Heidegger no tiene defensa: masacró la lengua que habían embellecido Goethe, Schiller y Heine, militó en el partido nazi y, sobre todo, quiso hacer pasar el absurdo por filosofía.

He aquí una muestra mínima del enorme montón de disparates que dejó escritos Heidegger: "El mundo mundea", "la nada nadea", "la palabra es la morada del ser", "el tiempo es la maduración de la temporalidad", "la esencia de la verdad es la libertad" y "la esencia de la libertad es la verdad". Si Heidegger hubiera respetado la lógica, de las dos últimas proposiciones habría deducido estas otras dos, aún más absurdas: "La esencia de la esencia de la libertad es la libertad" y "la esencia de la esencia de la verdad es la verdad". Pero Heidegger denunció la lógica como cosa de maestro de escuela.

Lo peor de Heidegger son las dos opiniones que lo hicieron utilizable por el nazismo. La primera es su concepción sombría, egoísta y degradante del hombre como un ser angustiado y por lo tanto paralizado ante la nada (la muerte). La segunda es su afirmación de que la razón y la ciencia son despreciables: que lo único que importa es la existencia desnuda, el "estar ahí", el Dasein. (¡Qué diferencia con Sócrates, quien enseñaba que la vida no examinada no vale la pena ser vivida!). Ambas tesis ayudan a entrenar soldados dóciles, resignados a "ser para la muerte" (Sein zum Tode).

Lo que es peor, ninguna de esas tesis de Heidegger es original. La primera es de Kierkegaard; y la segunda, de Nietzsche (su autor favorito, así como el de Hitler). En resumen, la metafísica de Heidegger fue una mezcla de afirmaciones carentes de sentido (muchas de ellas intraducibles), de perogrulladas y de falsedades. Y no tuvo teoría del conocimiento ni semántica ni ética. No propuso, en suma, una filosofía propiamente dicha.

Fuente: Bunge, M. (2006), 100 ideas, Laetoli, Pamplona.

17/3/23

De país humillado a potencia humillante

Por Eduardo Galeano

A mediados del siglo diecinueve, amenazado por los buques de guerra que apuntaban contra sus costas, el Japón aceptó tratados inaceptables.

Contra esas humillaciones, impuestas por las potencias occidentales, nació el Japón moderno.

Un nuevo emperador inauguró la era Meiji, y el estado japonés, encarnado en su sagrada figura,

creó y protegió fábricas, de propiedad pública, que desarrollaron sesenta sectores de la actividad industrial,

contrató técnicos europeos que adiestraron a los técnicos japoneses y los pusieron al día,

fundó una red pública de trenes y telégrafos,

nacionalizó la tierra de los señores feudales,

organizó un ejército nuevo, que derrotó a los samurais y los obligó a mudar de oficio,

impuso la enseñanza pública gratuita y obligatoria

y multiplicó los astilleros y los bancos.

Fukuzama Yukichi, que fundó la universidad más importante de la era Meiji, resumió así ese programa de gobierno:

Ningún país debería tener miedo de defender su libertad contra toda interferencia, aunque el mundo entero sea hostil.

Y así Japón pudo anular los tratados maltratantes que le habían sido impuestos, y el país humillado se convirtió en potencia humillante. Bien lo supieron, más temprano que tarde, China, Corea y otros vecinos.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

10/3/23

Como en América

Por Eduardo Galeano

Casi tres siglos después del desembarco de Colón en América, el capitán James Cook navegó los misteriosos mares del sur del oriente, clavó la bandera británica en Australia y Nueva Zelanda, y abrió paso a la conquista de las infinitas islas de la Oceanía.

Por su color blanco, los nativos creyeron que esos navegantes eran muertos regresados al mundo de los vivos. Y por sus actos, supieron que volvían para vengarse.

Y se repitió la historia.

Como en América, los recién llegados se apoderaron de los campos fértiles y de las fuentes de agua y echaron al desierto a quienes allí vivían.

Y los sometieron al trabajo forzado, como en América, y les prohibieron la memoria y las costumbres.

Como en América, los misioneros cristianos pulverizaron o quemaron las efigies de piedra o madera. Unas pocas se salvaron y fueron enviadas a Europa, previa amputación de los penes, para dar testimonio de la guerra contra la idolatría. El dios Rao, que ahora se exhibe en el Louvre, llegó a Paris con una etiqueta que lo definía así: Ídolo de la impureza, del vicio y de la pasión desvergonzada.

Como en América, pocos nativos sobrevivieron. Los que no cayeron por extenuación o bala, fueron aniquilados por pestes desconocidas, contra las cuales no tenían defensas.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

3/3/23

Tales

Por Eduardo Galeano

Hace dos mil seiscientos años, en la ciudad de Mileto, un sabio distraído llamado Tales paseaba en las noches, y espiando estrellas solía caerse en algún pozo.

Tales, hombre curioso, pudo averiguar que nada muere, que todo se transforma y que nada hay en el mundo que no esté vivo, y que en el origen y en el fin de toda vida está el agua. No los dioses: el agua. Los terremotos ocurren porque la mar se mueve y alborota la tierra, y no por las rabietas de Poseidón. No es por gracia divina que el ojo ve, sino porque el ojo refleja la realidad, como el río refleja los arbustos de las orillas. Y los eclipses ocurren porque la luna tapa el sol, y no porque el sol se esconda de las iras del Olimpo.

Tales, que en Egipto había aprendido a pensar, predijo los eclipses sin error, sin error midió la distancia de los barcos que venían de altamar, y supo calcular exactamente la altura de la pirámide de Keops por la sombra que proyectaba. Se le atribuye el teorema más famoso, y cuatro más, y hasta dicen que descubrió la electricidad.

Pero quizá su gran hazaña fue otra: vivir como vivió, desnudo del abrigo de la religión, sin consuelos.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.