27/5/21

Óscar Arnulfo Romero

Por Eduardo Galeano
Imagen tomada de https://bit.ly/3dfsvEj
En la primavera de 1979, el arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, viajó al Vaticano. Pidió, rogó, mendigó una audiencia con el papa Juan Pablo II:
Espere su turno.
No se sabe.
Vuelva mañana.
Por fin, poniéndose en la fila de los fieles que esperaban la bendición, uno más entre todos, Romero sorprendió a Su Santidad y pudo robarle unos minutos.
Intentó entregarle un voluminoso informe, fotos, testimonios, pero el Papa se lo devolvió:
¡Yo no tengo tiempo para leer tanta cosa!
Y Romero balbuceó que miles de salvadoreños habían sido torturados y asesinados por el poder militar, entre ellos muchos católicos y cinco sacerdotes, y que ayer nomás, en vísperas de esta audiencia, el ejército había acribillado a veinticinco ante las puertas de la catedral.
El jefe de la Iglesia lo paró en seco:
¡No exagere, señor arzobispo!
Poco más duró el encuentro.
El heredero de san Pedro exigió, mandó, ordenó:
¡Ustedes deben entenderse con el gobierno! ¡Un buen cristiano no crea problemas a la autoridad! ¡La Iglesia quiere paz y armonía!
Diez meses después, el arzobispo Romero cayó fulminado en una parroquia de San Salvador. La bala lo volteó en plena misa, cuando estaba alzando la hostia.
Desde Roma, el Sumo Pontífice condenó el crimen.
Se olvidó de condenar a los criminales.
Años después, en el parque Cuscatlán, un muro infinitamente largo recuerda a las víctimas civiles de la guerra. Son miles y miles de nombres grabados, en blanco, sobre mármol negro. El nombre del arzobispo Romero es el único que está gastadito.
Gastadito por los dedos de la gente.
Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

20/5/21

¿Pueden sufrir?

Por Jeremy Bentham
Imagen tomada de https://bit.ly/2TPi0zV
¿Hay alguna razón para que se permita que atormentemos a los animales? Yo no veo ninguna. […] Ha habido épocas en que la mayor parte de la especie humana, bajo la denominación de esclavos, ha sido tratada del mismo modo [...] como ahora se trata todavía a las razas inferiores de animales. Quizás llegue el día en que el resto de los animales adquieran los derechos de los que nunca pudieron ser privados excepto por la mano de la tiranía. Los franceses ya han descubierto que la negrura de la piel no es razón para abandonar a un ser humano al capricho de su torturador. Quizás llegue el día en que se reconozca que el número de patas, la pilosidad de la piel o la terminación del hueso sacro son razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensitivo al mismo destino [...] Un caballo adulto o un perro puede razonar y comunicarse mejor que un infante de un día o de una semana o incluso de un mes. Pero la cuestión no es ¿pueden razonar? o ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?
Fuente: La cita procede de Mosterín, J. (2014), El triunfo de la compasión, Alianza Editorial, Madrid.

13/5/21

Los sectarios


Todos los sectarios teníamos que estar solteros y ser más o menos castos, porque se suponía que los castos son disciplinados e inusualmente enérgicos. Pero los jefes no podían apelar a remedios que la historia prueba útiles, como encerrarnos y alejarnos de las tentaciones cual monjas y monjes, u ofrecernos la gracia divina a cambio de la abstinencia. Porque el trabajo estaba allí afuera, en las calles, con la gente, y porque no éramos religiosos. En lugar de castigar el deseo, intentaban maniatarlo con la fuerza de la propaganda y los sanos consejos. Si el deseo nos inundaba, nos recomendaban buscar alivio en la masturbación, que además previene el contacto íntimo con otro cuerpo. Trataban de inculcarnos un sentido de culpa libre de dogmas, pero sustentado en el mito de que el sexo es sucio. Que pensemos, nos pedían, en lo mal que huelen los pies, los sexos, las axilas, el aliento, el mal aliento que persiste a pesar de un minucioso cepillado. Que imaginemos los millones de bacterias que intercambian los amantes, algunas vinculadas a enfermedades graves o a enfermedades silenciosas que se manifiestan años después. Los jefes, por supuesto, eran conscientes de que a pesar de todo más de un sectario se las arreglaba para acostarse con mujeres, sectarios que conseguían novias pasajeras o sectarios que aprovechaban los viajes para frecuentar a mujeres de alquiler. Los jefes no podían prescindir de estos sectarios libidinosos porque a menudo eran los que hacían el trabajo más valioso. Pero la mayoría no parecían echar en falta el contacto sexual, sectarios que hablaban con pasmosa naturalidad de su firme castidad. Yo también cumplía los requisitos, pero el deseo me inundaba casi a diario y a menudo una ansiedad devoradora me estropeaba las noches. No acudía al sexo pagado porque de joven había tenido un par de malas experiencia con mujeres que parecían marionetas gruñonas. Tampoco me animaba a cortejar a ninguna mujer porque siempre me había considerado feo y torpe. Solo fui capaz de asumir una actitud más sana y natural cuando conocí a Ana y dejé de ser casto y soltero. Pero los desencuentros con los jefes comenzaron antes de vulnerar las reglas de la secta, al darme cuenta que los sabios que allí habíamos estudiado seguramente habrían criticado el énfasis de la secta en la castidad. En un libro de uno de los autores más leídos encontré una sentencia que rezaba así: «La naturaleza también es un poco sucia, como la vida y como el amor, y así hemos de aceptarla». En esas contradicciones se gestaron los cismas que en los próximos años habrían de dividir a los sectarios y dispersar las nuevas sectas por medio mundo.

6/5/21

El unitarismo

Por Jesús Mosterín
El unitarismo es la corriente cristiana que niega el dogma de la Trinidad Divina. Hay un solo Dios y Dios es una única persona. Jesús fue un hombre admirable y un ejemplo moral; incluso puede que fuera en algún sentido divino o hijo de Dios o encarnación del Logos, pero nunca fue Dios. En este sentido teológico, el unitarismo se opone al trinitarismo. Como la doctrina trinitaria es una de las partes más inconsistentes del cristianismo tradicional no es de extrañar que su rechazo haya ido siempre asociado a actitudes intelectuales más tolerantes, racionales y abiertas a la ciencia y al pensamiento lógico. Los unitaristas típicos piensan que la razón y la fe, la ciencia, la filosofía y el pensamiento lógico pueden y deben coexistir. Rechazan las doctrinas del pecado original, de la salvación por la fe y de la predestinación. Piensan que el humán es capaz de hacer el bien y el mal y de actuar de un modo moral y responsable, que hay que fomentar. Están a favor de la tolerancia religiosa (incluso frente al ateísmo), de la libertad de expresión y de la separación de la Iglesia y el Estado.
Los unitaristas, en base a los evangelios, pretenden que Jesús fue el primer unitarista, pues siempre fue consciente de ser un hombre, distinto de Dios, a quien él llamaba «padre», pero con el que nunca se identificó. En la Antigüedad hubo otros unitaristas, el más famoso de los cuales fue Arrio. De todos modos, el unitarismo moderno surgió en el siglo XVI en el contexto de la Reforma. Los unitaristas actuales consideran a Miguel Servet su principal precursor y su primer mártir. Lutero se opuso al unitarismo, al que acusaba de herético y de favorecer la expansión del islam. Desde luego, Calvino lo rechazó tajantemente, enviando a la hoguera a los unitarios que cayeron en sus manos, empezando por el mismo Miguel Servet. Servet también fue un científico, y otros intelectuales y científicos han adoptado alguna versión del unitarismo, desde el gran físico Isaac Newton hasta el químico Linus Pauling, pasando por el arquitecto Frank Lloyd Wright.
Fuente: Mosterín, J. (2010), Los cristianos, Alianza Editorial, Madrid.