Por Mario Bunge
La
derecha del espectro político no es menos diversa que el centro o la izquierda.
Sin embargo, todas las ideologías de derechas, ya sean liberales o autoritarias,
laicas o religiosas, comparten dos características: su preferencia por los
ricos y los correlativos odio a la igualdad y desconfianza por el disenso. Tal
como se ha dicho, saben distinguir la derecha de la izquierda, pero no lo bueno
de lo malo. No solo ignoran los lamentos de los pobres, quienes, casualmente,
constituyen la enorme mayoría de la población: los neoliberales libran una
guerra inmisericorde contra aquellos, sean estos personas o naciones, al
oponerse a toda redistribución de la riqueza.
La rama liberal de la derecha se llama
neoliberalismo o neoconservadurismo. Se trata de una suerte de anarquismo de
derechas, ya que combina el liberalismo político con el culto al mercado. De
hecho, propone volver al capitalismo victoriano (o crudo). En efecto, los
neoliberales procuran reducir el Estado a la sola protección de la persona y la
propiedad, y dejan que los indigentes se las arreglen por sí mismos
(«iniciativa privada»). De hecho, el neoliberalismo o fundamentalismo mercantil
se compone de: desregulación y globalización económica, reducción radical de
los servicios sociales, debilitamiento de los sindicatos, «flexibilización» del
mercado laboral y democracia política en casa, pero tolerancia o apoyo de las
dictaduras extranjeras amistosas. No tienen nada constructivo que decir acerca
de la degradación ambiental, la guerra, el desempleo crónico, la desigualdad en
los ingresos, la discriminación de género, el despotismo, la salud pública, el
analfabetismo, el abismo Norte-Sur u otras calamidades sociales. El
neoliberalismo es elitista, puesto que procura asegurar el dominio de unos
pocos sobre la mayoría.
Los neoliberales ven todas las cuestiones
sociales a través del prisma más estrecho posible. Practican tanto el
individualismo como el economicismo. Sus lemas son La sociedad no existe:
solo existen los individuos (Margaret Thatcher) y El mercado lo da y el
mercado lo quita. Toda amenaza al imperio del mercado se encuentra con el
autoritarismo. Esta es la razón de que los Gobiernos republicanos de Estados
Unidos hayan entablado relaciones amistosas con todos los Gobiernos
autoritarios de derechas en todo el mundo. La extremada estrechez conceptual y
práctica del neoliberalismo ilustra el principio praxiológico de que siempre se
persigue un único objetivo, tal como la libertad o la igualdad, todos los demás
objetivos quedan amenazados.
Las consecuencias prácticas de las
políticas neoliberales (el llamado Consenso de Washington) diseñadas e
impuestas por el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio
se hicieron sentir en América Latina después de que fueran adoptadas en forma
masiva, durante la década de 1990. Los resultados fueron decepcionantes, en el
mejor de los casos: la pobreza, la desigualdad y el analfabetismo no
disminuyeron, la productividad no aumentó y la opinión pública fue silenciada.
La reacción popular llegó en nuestro
siglo. Numerosos partidos con tendencia a la izquierda y hasta rudimentarios
movimientos populistas, tales como el de Hugo Chávez en Venezuela, llegaron al
poder o cerca de él en numerosas naciones de la región. Este es un
contraejemplo más a la «ley» de Tocqueville de que el pueblo no se levanta
cuando está más oprimido, sino cuando la situación comienza a mejorar y el
Estado se debilita. (Excepciones anteriores fueron la revolución rusa, china e
indochina.)
A continuación, en el espectro ideológico,
viene el tradicionalismo, el cual une el fundamentalismo religioso a la defensa
del statu quo. Un ejemplo es el de la actual teocracia iraní, en la que
la política y la cultura cotidianas estás sometidas a una estricta censura
religiosa. Se llevan a cabo elecciones regularmente, pero los candidatos deben
ser examinados por un consejo que no es elegido por votación. Dicho sea de
paso, esto no es excepcional: aun en las naciones más democráticas, solo la
élite del partido selecciona a los candidatos o precandidatos.
Por último, encontramos el fascismo en sus
muy diversas formas, cada una adaptada a las condiciones y tradiciones
particulares de un país dado. Sean de base laica, sean de base religiosa, todos
los regímenes fascistas se han caracterizado por ser partidarios de la
desigualdad radical, así como por la intolerancia, la identificación del
Gobierno con el partido y el uso de la violencia extrema en defensa de los
ricos. Todos los regímenes fascistas se han beneficiado de la complicidad,
explícita o tácita, de la iglesia católica, así como de la protestante.
Fuente:
Bunge, M. (2009), Filosofía política, Gedisa, Barcelona.