26/5/22

La derecha política

Por Mario Bunge

La derecha del espectro político no es menos diversa que el centro o la izquierda. Sin embargo, todas las ideologías de derechas, ya sean liberales o autoritarias, laicas o religiosas, comparten dos características: su preferencia por los ricos y los correlativos odio a la igualdad y desconfianza por el disenso. Tal como se ha dicho, saben distinguir la derecha de la izquierda, pero no lo bueno de lo malo. No solo ignoran los lamentos de los pobres, quienes, casualmente, constituyen la enorme mayoría de la población: los neoliberales libran una guerra inmisericorde contra aquellos, sean estos personas o naciones, al oponerse a toda redistribución de la riqueza.

La rama liberal de la derecha se llama neoliberalismo o neoconservadurismo. Se trata de una suerte de anarquismo de derechas, ya que combina el liberalismo político con el culto al mercado. De hecho, propone volver al capitalismo victoriano (o crudo). En efecto, los neoliberales procuran reducir el Estado a la sola protección de la persona y la propiedad, y dejan que los indigentes se las arreglen por sí mismos («iniciativa privada»). De hecho, el neoliberalismo o fundamentalismo mercantil se compone de: desregulación y globalización económica, reducción radical de los servicios sociales, debilitamiento de los sindicatos, «flexibilización» del mercado laboral y democracia política en casa, pero tolerancia o apoyo de las dictaduras extranjeras amistosas. No tienen nada constructivo que decir acerca de la degradación ambiental, la guerra, el desempleo crónico, la desigualdad en los ingresos, la discriminación de género, el despotismo, la salud pública, el analfabetismo, el abismo Norte-Sur u otras calamidades sociales. El neoliberalismo es elitista, puesto que procura asegurar el dominio de unos pocos sobre la mayoría.

Los neoliberales ven todas las cuestiones sociales a través del prisma más estrecho posible. Practican tanto el individualismo como el economicismo. Sus lemas son La sociedad no existe: solo existen los individuos (Margaret Thatcher) y El mercado lo da y el mercado lo quita. Toda amenaza al imperio del mercado se encuentra con el autoritarismo. Esta es la razón de que los Gobiernos republicanos de Estados Unidos hayan entablado relaciones amistosas con todos los Gobiernos autoritarios de derechas en todo el mundo. La extremada estrechez conceptual y práctica del neoliberalismo ilustra el principio praxiológico de que siempre se persigue un único objetivo, tal como la libertad o la igualdad, todos los demás objetivos quedan amenazados.

Las consecuencias prácticas de las políticas neoliberales (el llamado Consenso de Washington) diseñadas e impuestas por el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio se hicieron sentir en América Latina después de que fueran adoptadas en forma masiva, durante la década de 1990. Los resultados fueron decepcionantes, en el mejor de los casos: la pobreza, la desigualdad y el analfabetismo no disminuyeron, la productividad no aumentó y la opinión pública fue silenciada.

La reacción popular llegó en nuestro siglo. Numerosos partidos con tendencia a la izquierda y hasta rudimentarios movimientos populistas, tales como el de Hugo Chávez en Venezuela, llegaron al poder o cerca de él en numerosas naciones de la región. Este es un contraejemplo más a la «ley» de Tocqueville de que el pueblo no se levanta cuando está más oprimido, sino cuando la situación comienza a mejorar y el Estado se debilita. (Excepciones anteriores fueron la revolución rusa, china e indochina.)

A continuación, en el espectro ideológico, viene el tradicionalismo, el cual une el fundamentalismo religioso a la defensa del statu quo. Un ejemplo es el de la actual teocracia iraní, en la que la política y la cultura cotidianas estás sometidas a una estricta censura religiosa. Se llevan a cabo elecciones regularmente, pero los candidatos deben ser examinados por un consejo que no es elegido por votación. Dicho sea de paso, esto no es excepcional: aun en las naciones más democráticas, solo la élite del partido selecciona a los candidatos o precandidatos.

Por último, encontramos el fascismo en sus muy diversas formas, cada una adaptada a las condiciones y tradiciones particulares de un país dado. Sean de base laica, sean de base religiosa, todos los regímenes fascistas se han caracterizado por ser partidarios de la desigualdad radical, así como por la intolerancia, la identificación del Gobierno con el partido y el uso de la violencia extrema en defensa de los ricos. Todos los regímenes fascistas se han beneficiado de la complicidad, explícita o tácita, de la iglesia católica, así como de la protestante.

Fuente: Bunge, M. (2009), Filosofía política, Gedisa, Barcelona.

19/5/22

La sombra de Popper

Por Jesús Mosterín

Los antiguos griegos habían contrapuesto la ciencia (epistéme), que constituiría un saber seguro y definitivo, a la mera opinión conjetural (dóxa). Aristóteles había descrito el método científico como la deducción rigurosa a partir de verdades necesarias. Descartes había creído encontrar el camino de la certeza, basado en la evidencia indudable. Kant había pretendido garantizar para siempre la verdad de la física newtoniana, considerando sus teoremas como juicios sintéticos a priori, necesariamente válidos en cualquier experiencia posible. Francis Bacon y John Stuart Mill veían en la inducción el método infalible de la ciencia empírica. Pero Popper nos ha enseñado que no hay método infalible ni ciencia segura. No hay epistéme, solo dóxa; no hay saber definitivo, solo conjeturas provisionales. Esta postura radical ha acabado por calar tan hondo que ya no nos parece radical, sino algo obvio y compartido. Cuando oíamos las cautelas y dudas con que en 1994 se anunciaba el descubrimiento del quark top en el Fermilab y la consiguiente confirmación (provisional) del modelo estándar de la física de partículas, parecía como si la sombra de Popper se cerniese sobre los propios descubridores. Y lo mismo volvió a ocurrir en 2012 con la detección del bosón de Higgs en el CERN.

Fuente: Mosterín, J. (2013), Ciencia, filosofía y racionalidad, Gedisa, Barcelona.

12/5/22

Los últimos fueron los primeros

Por Eduardo Galeano

En 1821, la American Colonization Society compró un pedazo del África.

En Washington bautizaron al nuevo país, lo llamaron Liberia, y llamaron Monrovia a la capital en homenaje a James Monroe, que por entonces era presidente de los Estados Unidos. Y en Washington también diseñaron la bandera, igualita a la propia pero con una sola estrella, y eligieron las autoridades. En Harvard elaboraron la Constitución.

Los ciudadanos de la recién nacida nación eran esclavos liberados, o más bien expulsados, de las plantaciones del sur de los Estados Unidos.

Los que habían sido esclavos se convirtieron en amos no bien desembarcaron en tierra africana. La población nativa, negros salvajes de la selva, debía obediencia a estos recién llegados que venían de ser los últimos y pasaban a ser los primeros.

Al amparo de las cañoneras, ellos se apoderaron de las mejores tierras y se adjudicaron, en exclusiva, el derecho de voto.

Después, con el paso de los años, concedieron el caucho a las empresas Firestone y Goodrich y obsequiaron el petróleo, el hierro y los diamantes a otras empresas norteamericanas.

Sus herederos, cinco por ciento de la población total, siguen administrando esta base militar extranjera en África. Cada tanto, cuando el pobrerío entra en turbulencia, llaman a los marines para poner orden.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

5/5/22

Lo que cambió con el peronismo

Por Mario Bunge

En mis tiempos, los únicos nobles o aristócratas que conocíamos eran terratenientes o estancieros. Eran considerados aristócratas aunque descendieran de pobres inmigrantes españoles, y aunque se hubieran arruinado por desidia o derroche. En cambio, los descendientes de inmigrantes italianos, rusos o libaneses no tenían la menor posibilidad de ser considerados caballeros o damas, por cuantiosas que fueran sus fortunas. Sólo contaban los apellidos llamados tradicionales, todos ellos de prosapia española. Se olvidaba convenientemente que había habido próceres de origen italiano, como Manuel Belgrano, o irlandés, como el almirante Brown.

Cuando se pedía un favor para un inútil de apellido se aclaraba que, aunque carecía de oficio y no tenía dónde caerse muerto, era "todo un caballero". O sea, alternaba sólo entre iguales, se vestía bien aunque fuera con ropas deshilachadas, tenía buenos modales y hablaba sin italianismos ni dequeísmos. Si acaso había estafado, sólo lo había hecho a algún proveedor "ruso" (judío) o "turco" (sirio o libanes). Tenía como atenuante un precedente famoso: la estafa del Cid Campeador al prestamista judío que había financiado sus mesnadas. (En mi colegio, se comentaba este caso como una broma propia de gran talento).

Si el "caballero" hacía política, posiblemente se complicaba con lo que el presidente de la nación general Agustín P. Justo llamara "fraude patriótico". Este se perpetraba para asegurar la continuidad del gobierno conservador. Si para cometer fraude había que negociar la complicidad de delincuentes notorios, como el famoso Alberto Barceló, paciencia; no se puede engañar a la chusma sin el concurso de canallas. Todo sea por la Patria.

Todo eso cambió con el peronismo. Los aristócratas con olor a bosta, como los había llamado Sarmiento, perdieron el poder político, aunque no sus privilegios económicos, de la noche a la mañana. Por primera vez en la historia del país hubo parlamentarios de apellidos árabes o judíos. Por primera vez valió más la astucia que el abolengo (pero no era la astucia del self-made man, sino del protegido por las fuerzas armadas). La nueva clase política era muchísimo menos culta que la vieja, pero estaba más cerca del pueblo, aunque lo traicionara con igual intensidad y frecuencia. Así como el conservadurismo fue sustituido por el populismo, el fraude electoral fue reemplazado por el fraude ideológico.

Fuente: Bunge, M. (2006), 100 ideas, Laetoli, Pamplona.