26/1/24

No todavía

Por Eduardo Galeano

Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur. Vaya donde vaya, ellas me persiguen. Bajo la cruz del sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte.

No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar. Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares de este mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro.

En Montevideo, hay un niño que explica:

Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre.

Fuente: Galeano, E. (1989), El libro de los abrazos, Siglo XXI, Madrid.

19/1/24

Las vueltas de la vida

Por Eduardo Galeano

Abril

27

El Partido Conservador gobernaba Nicaragua cuando en este día de 1837 se reconoció a las mujeres el derecho de abortar si su vida corría peligro.

Ciento setenta años después, en ese mismo país, los legisladores que decían ser revolucionarios sandinistas prohibieron el aborto en cualquier circunstancia, y así condenaron a las mujeres pobres a la cárcel o al cementerio.

Fuente: Galeano, E. (2012), Los hijos de los días, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

12/1/24

El consenso

Por Ian Kershaw

El régimen de Hitler … no fue únicamente (durante la mayor parte de los casi doce años que duró) una tiranía que impuso su voluntad a una gran mayoría hostil de la población. Y hasta que «se desbocó» en la última fase de la guerra, el terror, al menos dentro de Alemania, había estado dirigido específicamente contra unos enemigos políticos y raciales definidos, no arbitrarios, mientras que el nivel de consenso, al menos parcial, en todos los sectores de la sociedad había sido bastante amplio. Las generalizaciones sobre la mentalidad y el comportamiento de millones de alemanes durante el nazismo tienen una aplicación limitada, salvo, tal vez, la generalización de que, metafóricamente hablando, era menos probable encontrar en la gran mayoría de la población los colores blanco y negro puros que una amplia y variada gama de grises. Aun así, sigue siendo cierto que, colectivamente, los miembros de una sociedad sumamente moderna, sofisticada y pluralista que, tras perder una guerra, estaba sufriendo una profunda humillación nacional, la bancarrota económica, una fuerte polarización social, política e ideológica y lo que se percibía en general como un completo fracaso de un sistema político desacreditado, habían estado dispuestos, cada vez más, a depositar su confianza en la visión milenarista de un hombre que se autoproclamaba un salvador político. Como ahora se puede apreciar más claramente, en cuanto se logró una serie de triunfos nacionales relativamente fáciles (aunque, en realidad, extremadamente peligrosos), todavía fueron más quienes estuvieron despuestos a guardarse sus dudas y creer en el destino de su gran líder. Además, esos triunfos, por mucho que la propaganda los atribuyera a los logros de un único hombre, no sólo se habían logrado contando con la aclamación de las masas, sino también con un nivel de apoyo muy alto de casi todos los grupos de elite no nazis (empresarios, industriales, funcionarios y, sobre todo, las fuerzas armadas), que controlaban prácticamente todos los sectores del poder fuera de las altas esferas del propio movimiento nazi. Aunque en muchos sentidos el consenso fuera superficial, y se basara en diferentes niveles de apoyo a los distintos aspectos de la visión ideológica global que Hitler encarnaba, hasta la mitad de la guerra brindó una plataforma extremadamente amplia y potente de apoyo, que Hitler podía manipular y aprovechar.

Fuente: Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.

5/1/24

Hitler

Por Ian Kershaw

Las cotas sin precedentes de crueldad que alcanzó el régimen nazi pudieron contar con la amplia complicidad de todos los sectores de la sociedad. Pero el nombre de Hitler representa siempre, justificadamente, el del principal instigador del desmoronamiento más profundo de la civilización en los tiempos modernos. La forma de gobierno extremadamente personalista que se permitió asumir y ejercer a un demagogo de cervecería sin formación, un fanático racista, un narcisista megalómano que se autoproclamó salvador nacional, en un país moderno, económicamente avanzado y culto, famoso por sus filósofos y por sus poetas, fue absolutamente decisiva para el desarrollo de los terribles acontecimientos que se produjeron en aquellos doce fatídicos años.

Hitler fue el principal responsable de una guerra que dejó más de cincuenta millones de muertos y a otros muchos millones de personas llorando a sus seres queridos y tratando de rehacer sus vidas destrozadas. Hitler fue el principal inspirador de un genocidio como nunca antes había conocido el mundo y que en el futuro se verá, justamente, como un episodio definitorio del siglo XX. El Reich cuya gloria había tratado de buscar terminó al final en ruinas, con sus restos divididos entre las potencias victoriosas y ocupantes. El acérrimo enemigo, el bolchevismo, se instaló en la propia capital del Reich y dominó más de media Europa. Incluso el pueblo alemán, cuya supervivencia había dicho que era la razón misma de su lucha política, había llegado a ser algo prescindible.

Al final, el pueblo alemán, que Hitler estaba dispuesto a ver condenado con él, demostró ser capaz de sobrevivir incluso a Hitler. Pero aunque se reconstruyeran las vidas destruidas y los hogares destruidos en ciudades y pueblos destruidos, la profunda impronta moral de Hitler persistiría. No obstante, poco a poco fue surgiendo de las ruinas de la vieja sociedad una sociedad nueva basada, afortunadamente, en nuevos valores. Porque en medio de la vorágine de destrucción, el régimen de Hitler también había demostrado de manera concluyente el absoluto fracaso de las ambiciones de poder mundial hipernacionalistas y racistas (y de las estructuras sociales y políticas que las sustentaban), que habían imperado en Alemania durante el medio siglo anterior y que habían conducido por dos veces a Europa y al resto del mundo a una guerra desastrosa.

La vieja Alemania había desparecido con Hitler. La Alemania que había producido a Hitler y que había visto su futuro en la visión de éste, que se había mostrado tan dispuesta a servirle y que había compartido su hibris, también tenía que compartir su némesis.

Fuente: Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.