5/1/24

Hitler

Por Ian Kershaw

Las cotas sin precedentes de crueldad que alcanzó el régimen nazi pudieron contar con la amplia complicidad de todos los sectores de la sociedad. Pero el nombre de Hitler representa siempre, justificadamente, el del principal instigador del desmoronamiento más profundo de la civilización en los tiempos modernos. La forma de gobierno extremadamente personalista que se permitió asumir y ejercer a un demagogo de cervecería sin formación, un fanático racista, un narcisista megalómano que se autoproclamó salvador nacional, en un país moderno, económicamente avanzado y culto, famoso por sus filósofos y por sus poetas, fue absolutamente decisiva para el desarrollo de los terribles acontecimientos que se produjeron en aquellos doce fatídicos años.

Hitler fue el principal responsable de una guerra que dejó más de cincuenta millones de muertos y a otros muchos millones de personas llorando a sus seres queridos y tratando de rehacer sus vidas destrozadas. Hitler fue el principal inspirador de un genocidio como nunca antes había conocido el mundo y que en el futuro se verá, justamente, como un episodio definitorio del siglo XX. El Reich cuya gloria había tratado de buscar terminó al final en ruinas, con sus restos divididos entre las potencias victoriosas y ocupantes. El acérrimo enemigo, el bolchevismo, se instaló en la propia capital del Reich y dominó más de media Europa. Incluso el pueblo alemán, cuya supervivencia había dicho que era la razón misma de su lucha política, había llegado a ser algo prescindible.

Al final, el pueblo alemán, que Hitler estaba dispuesto a ver condenado con él, demostró ser capaz de sobrevivir incluso a Hitler. Pero aunque se reconstruyeran las vidas destruidas y los hogares destruidos en ciudades y pueblos destruidos, la profunda impronta moral de Hitler persistiría. No obstante, poco a poco fue surgiendo de las ruinas de la vieja sociedad una sociedad nueva basada, afortunadamente, en nuevos valores. Porque en medio de la vorágine de destrucción, el régimen de Hitler también había demostrado de manera concluyente el absoluto fracaso de las ambiciones de poder mundial hipernacionalistas y racistas (y de las estructuras sociales y políticas que las sustentaban), que habían imperado en Alemania durante el medio siglo anterior y que habían conducido por dos veces a Europa y al resto del mundo a una guerra desastrosa.

La vieja Alemania había desparecido con Hitler. La Alemania que había producido a Hitler y que había visto su futuro en la visión de éste, que se había mostrado tan dispuesta a servirle y que había compartido su hibris, también tenía que compartir su némesis.

Fuente: Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.

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