Lo más leído el último mes
25/2/21
Edward I versus los judíos
18/2/21
Sobre el suicidio
Casi
todas las personas toman partido por la vida, a pesar de lo dura que puede ser,
pero en la secta nos parecía importante auxiliar a la la minoría que opta por
el suicidio. Hay buenos y malos motivos para quitarse la vida. Un adolescente desesperado
que piensa en el suicidio luego de una ruptura amorosa, tiene un mal motivo, pues
seguramente el tiempo curaría esa herida. En la secta creíamos que treinta son
los años que hacen falta para conocer la vida. Quien opte por el suicidio debería
entonces haber vivido al menos treinta años, con la excepción de quienes
padezcan una grave enfermedad desde temprana edad. Un sufrimiento tan intenso
que un adulto lo considere insoportable, constituye un buen motivo para quitarse
la vida. Pero el cuerpo es resistente y no se deja apagar tan fácilmente, como
muestran los penosos casos de personas que logran quitarse la vida después de
varios intentos y recurriendo a métodos cada vez más violentos. Hay que ayudar
a los suicidas a conseguir su objetivo. El procedimiento consiste en
proporcionarle una pastilla que lo duerma para que a continuación un médico compasivo
le inyecte una droga letal. En la secta pensábamos que lo ideal sería que
existieran centros para asistir a los suicidas en todas las ciudades del mundo con
al menos un millón de habitantes.
11/2/21
¡Dos y dos son cuatro!
Por Philip Roth
Filosófica:
–A quién le importa.
–¡A mí me importa! ¿Sabes
cuántas son dos más dos? ¡Quiero saberlo! Mírame. Hablo en serio. Tengo que saber
lo que sabes y lo que no sabes, y por dónde hay que empezar. ¿Cuántas son dos
más dos? ¡Contéstame!
Estúpida:
–No sé.
–¡Sí lo sabes! Y no
hables como una criatura. ¡Contéstame!
Fuera de sí:
–¡No sé! ¡Te digo que me
dejes en paz!
–Mónica, ¿cuántas son
once menos uno? A once le quitas uno. Si tienes once centavos y alguien te
quita un centavo, ¿cuánto te queda? Tienes que saber esto.
Histérica:
–¡No lo sé!
–¡Lo sabes!
Explosión:
–¡Doce!
–¿Cómo pueden ser doce?
Doce es más que once. Te pregunto qué es menos que once. Once menos uno
son… ¿cuánto?
Pausa. Reflexión.
Decisión:
–Uno.
–¡No! ¡Tienes onces y le quitas
uno!
Iluminación:
–¡Aaah! ¡Le quito...!
–Sí. Sí.
Impávida:
–Nunca hemos hecho quitar.
–Lo has hecho. Has tenido
que hacerlo.
Firme:
–Te digo la verdad. No
tenemos quitar en la escuela James Madison.
–Mónica, esto es restar...
lo tienen en todas partes, en todas las escuelas, y tienes que saberlo.
Querida, no me importa lo del sombrero, ni siquiera me importa lo de tu padre,
eso ya pasó. Me importas tú y lo que será de ti. Porque no puedes ser como una
niña pequeña que no sabe nada. Sí sigues así tendrás dificultades y una vida
terrible. Eres mujer, y estás creciendo, y tienes que saber cómo obtener cambio
de un dólar y qué viene antes del once, que es la edad que tendrás el año
que viene. Y tienes que saber cómo sentarte... por favor, por favor, no te
sientes así, Mónica, por favor, no vayas en el autobús ni te sientes así en
público, aunque insistas en sentarte así aquí para hacerme enfadar. Por favor,
prométemelo.
Hosca, perpleja:
–No te entiendo
–Mónica, estás creciendo,
aunque los domingos te vistan como una muñeca.
Justa indignación:
–Eso es para la iglesia.
–Pero la iglesia no tiene
nada que ver contigo. Lo que es importante para ti es leer y escribir...
Mónica, te juro que te digo todo esto solo porque te quiero, y no quiero que te
pase nada malo, nunca. ¡Te quiero, debes saberlo! Lo que puedan haberte
dicho de mí no es verdad. No estoy loca, no soy una demente. No tienes que
tenerme miedo, ni odiarme... He estado enferma, pero ahora estoy bien, y me dan
ganas de ahorcarme cada vez que pienso que te dejé en manos de él, que pensé
que te daría una madre y un hogar y todo lo que yo quería que tuvieses. ¡Y
ahora no tienes madre... tienes esta persona, esta mujer, esta idiota que te
viste con ese disfraz ridículo y te da una Biblia para llevarla en la mano
cuando ni siquiera sabes leer! Y como padre tienes a ese hombre. ¡De
todos los padres del mundo, ese!
En este punto, Mónica
lanzó un alarido tan penetrante que salí corriendo de la cocina, donde había
estado sentado a solas con una taza de café frío, sin saber qué pensar.
En la sala, lo único que
había hecho Lydia era tomar una de las manos de Mónica, y sin embargo la chica
gritaba como si fueran a matarla.
–Pero ¡si solo quiero
acariciarte! –decía Lydia entre sollozos.
Como si mi aparición
fuese la señal para el comienzo de la verdadera violencia, Mónica empezó a
echar espuma por la boca, gritando sin interrupción:
–¡No me toques! ¡No me
toques! ¡Dos y dos son cuatro! ¡No me pegues! ¡Son cuatro!
Fuente: Roth, P. (1974), Mi vida
como hombre, Random House Mondadori, Barcelona.