Por Jesús Mosterín
Imagen tomada de shorturl.at/oAPTX
Edward I (1239-1307) accedió al trono de
Inglaterra en 1272, a la muerte de su padre, Henry III. Trató de unificar todas
las islas Británicas bajo el dominio de la monarquía inglesa. Aplastó a los
galeses y condujo repetidas guerras contra los escoceses. Para financiar sus
continuas guerras, Edward I incrementó constantemente la presión fiscal sobre
los judíos, hasta arruinarlos completamente. Al no poder extraer más dinero de
ellos, optó por castigarlos. Los obligó a portar como distintivo una estrella
amarilla, como haría Hitler en el siglo XX. En 1275 retiró a los judíos el
derecho a prestar dinero, que era casi la única actividad que les estaba
permitida. Sólo podrían trabajar como comerciantes sin gremio o como peones agrícolas.
En esas condiciones, los judíos ya no estaban en posición de seguir
contribuyendo a la hacienda real. En 1278 Edward I hizo ejecutar a trescientas
cabezas de familia judíos por una vaporosa acusación de falsificación de
moneda, confiscando a continuación todas las propiedades de los ejecutados. En
1290 ya no había manera alguna de sacar un céntimo más de los judíos. El rey
decretó su expulsión definitiva, convirtiendo así a Inglaterra en el primer
país europeo en expulsarlos. Varios miles de judíos tuvieron que abandonar Gran
Bretaña, que quedó casi completamente vacía de hebreos durante los siguientes
350 años. Muchos de los expulsados se establecieron en Francia o Alemania. Los
judíos sólo volverían a Inglaterra a partir de la época de Cromwell, a mediados
del siglo XVII.
Fuente: Mosterín, J. (2006), Los
judíos, Alianza Editorial, Madrid.
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