Por Jesús Mosterín
En lo más profundo de nosotros mismos,
somos conciencia, atman, pero esa conciencia está atrapada en la materia del
cuerpo y en los entresijos del alma, en el mundo empírico, en el mundo de los
intereses y los sentimientos y las preocupaciones y los sufrimientos. El atman,
alienado de sí mismo, se identifica falsamente con su cuerpo, con su alma, con
su mente, con sus percepciones y con sus cosas, está encadenado al mundo de lo
que no es él mimo, al no-atman. Pero esa conciencia encarnada, entrelazada y
apegada a las cosas, no es el atman, sino el jīva. Es el jīva el
que está encadenado, el que necesita ser liberado. Shankara recalca que la
causa del encadenamiento del jīva es la ignorancia (avidyā). La
única medicina capaz de vencer y eliminar la ignorancia es el conocimiento, y
no un conocimiento cualquiera, por ejemplo de las cosas empíricas, sino el
conocimiento liberador, el percatarse de que uno mismo en el fondo es atman y
que atman es Brahman. Todo el mundo del espacio y el tiempo, de los nombres y
las formas, de la dualidad y las relaciones, es el resultado de concebir y ver
a la realidad absoluta, Brahman, a través del tamiz engañoso e ilusionista de
maya. Todo el mundo empírico, incluido Ishvara, el dios creador, es apariencia,
ilusión y engaño. Si somos capaces de apartar la cortina de maya, encontramos a
Brahman en todas partes, y en especial dentro de nosotros mismos. Todo el mundo
subjetivo, fenoménico y emocional, nuestro propio yo, el diferenciar el yo del
tú, lo mío de lo tuyo y de lo suyo, el identificarnos con nuestra alma y con
nuestro cuerpo, el pensar que somos algo separado del resto, el sentir apego
por las cosas, el tener deseos y temores, todo eso es efecto de la ignorancia.
Así como maya nos impide captar a Brahman, la ignorancia nos impide captarnos
como lo que somos de verdad, atman, conciencia universal, Brahman. Ya no nos
importa lo que es nuestro, porque el universo entero es nuestro. Ya no tenemos
que pedir nada a Dios, porque somos Dios. Ya carecemos de deseos de poseer y de
ser, pues somos todo y lo poseemos todos. La conciencia turbia de nuestro yo,
entrelazada con el alma y con el cuerpo, apegada a las cosas y arrastrada por
los deseos y las frustraciones, se purifica y se convierte en conciencia pura,
en la conciencia universal, que es dicha y libertad definitivas.
Fuente: Mosterín, J. (2007), India,
Alianza Editorial, Madrid.
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