25/7/19

El primero

Por Carl Sagan
Imagen tomada de https://bit.ly/2Phttot
El microscopio y el telescopio, desarrollados ambos en Holanda, a principios del siglo diecisiete, representan una ampliación de las perspectivas humanas hacia los reinos de lo muy pequeño y de lo muy grande. Nuestras observaciones de los átomos y de las galaxias comenzaron en esa época y en ese lugar. Christiaan Huygens disfrutaba desbastando y puliendo las lentes de telescopios astronómicos, y construyó uno de cinco metros de longitud. Sus descubrimientos con el telescopio bastarían para asegurarle un lugar en la historia de los logros humanos. Fue la primera persona que, siguiendo las huellas de Eratóstenes, midió el tamaño de otro planeta. Fue también el primero en conjeturar que Venus está cubierto totalmente de nubes; el primero en dibujar un accidente de la superficie de Marte (una gran ladera oscura azotada por el viento llamada Syrtis Major); y fue el primero que, al observar la aparición y desaparición de tales rasgos mientras el planeta giraba, determinó que el día marciano tenía, como el nuestro, una duración de unas veinticuatro horas. Fue el primero en reconocer que Saturno está rodeado por un sistema de anillos que no tocan en ningún punto al planeta. Y fue el descubridor de Titán, la mayor luna de Saturno y, como sabemos ahora, la luna mayor del sistema solar; un mundo de extraordinario interés y porvenir. Realizó la mayoría de estos descubrimientos antes de los treinta años. También pensaba que la astrología era una tontería.
Fuente: Sagan, C. (1980), Cosmos, Planeta, Barcelona.

18/7/19

La libertad y las corridas de toros

Por Jesús Mosterín
La libertad que han propugnado los pensadores liberales es la de las transacciones voluntarias entre seres humanos adultos (consenting adults): dos adultos pueden interaccionar entre ellos como quieran, mientras la interacción sea voluntaria por ambas partes y no agreda a terceros. Ni la Iglesia ni el Estado ni la familia ni ninguna otra instancia pueden interferirse en dichas transacciones voluntarias. Esto se aplica tanto a la libertad política como a la comercial, la religiosa, la lingüística, la sexual y a cualquier otra. Ningún liberal ha defendido que la libertad sea una patente de corso para maltratar y torturar a criaturas indefensas. La libertad sexual no incluye la violación ni la pederastia; la libertad política tampoco incluye el sacar los ojos a pájaros o a prisioneros, ni el torturar sin necesidad a pacíficos rumiantes.
De hecho, los países que más han contribuido a desarrollar la idea de libertad, como Inglaterra, han sido los primeros que han abolido los encierros y las corridas de toros. En ningún país con tradición liberal se hecho de la crueldad y la tortura pública un espectáculo festivo. Ya los antiguos atenienses, fundadores de la democracia, se mantuvieron al margen de los espectáculos sangrientos de la plebe romana. Curiosamente, y es un síntoma de nuestro atraso, la misma discusión que estamos teniendo ahora en España, Colombia, México y Perú, ya se tuvo en Gran Bretaña hace doscientos años. Y ya entonces, los padres del liberalismo tomaron partido inequívoco contra la crueldad. La libertad no solo es compatible, sino que exige y siempre va acompañada de la prohibición de violencias y crueldades de todo tipo.
Imagen tomada de https://bit.ly/2XAiIB0
Soy partidario de la máxima libertad en todas las interacciones voluntarias entre ciudadanos. Soy contrario a todo prohibicionismo, excepto en los casos extremos. Pero es que las corridas de toros son un caso extremo. Los amigos de la libertad tenemos que acabar con la cultura de la sangre, la violencia y la crueldad, y postular una cultura de la inteligencia, la serenidad y la compasión, más favorable al florecimiento de la libertad. Ya se ha logrado la abolición de la tauromaquia en Canarias y en Cataluña, en la mayoría de los países latinoamericanos y en casi todos los países del mundo. El debate se traslada ahora al resto de España y al par de países donde todavía perduran similares bolsas de crueldad. No sabemos cuándo acabará esta discusión, pero sí cómo acabará. A la larga, la crueldad es indefendible. Todos los buenos argumentos y todos los buenos sentimientos apuntan al triunfo de la compasión.
Fuente: Mosterín, J. (2014), El triunfo de la compasión, Alianza Editorial, Madrid.

11/7/19

El ser humano no está hecho para comprar melones

Por Philip Roth
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–No sabe ni comprar un melón –me dijo por teléfono una mañana, muy disgustado; y como se daba la circunstancia de que ya estaba harto de oírle hablar de las cosas que Lil era incapaz de hacer, le contesté:
–Mira, los melones son dificilísimos de comprar. Quizá lo más difícil de comprar que hay, si te paras a pensarlo. No pasa como con las manzanas, no hay modo de saber lo que tienen por dentro. A mí me cuesta menos trabajo comprar un coche que un melón. Una casa, que un melón. Si una de cada diez veces salgo de la tienda con un buen melón en las manos, me doy con un canto en los dientes. Lo huelo de cerca y de menos cerca, lo aprieto por las dos puntas con el dedo gordo, agarro otro, lo huelo, lo aprieto por las puntas... Así hasta ocho o diez melones, antes de decidirme por uno de ellos, y luego me lo llevo a casa y lo abro para la cena y resulta que no sabe a nada y que está duro como una piedra. Qué quieres que te diga: todos nos equivocamos con los melones. El ser humano no está hecho para comprar melones... Hazme un favor, Herm, deja de darle la lata a la pobre mujer, porque no es ella la única que compra melones asquerosos: es un fallo humano. La estás acosando por algo que ni siquiera una de cada cien personas hace bien, y eso por casualidad, la mitad de las veces, para colmo.
–Bueno –dijo, desconcertado ante la seriedad de mi tono–, el melón es lo de menos...
Fuente: Roth, P. (1991), Patrimonio, Random House, Barcelona.

4/7/19

La historia del checoslovaco

Por Albert Camus
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Puedo decir que, en los últimos meses, dormía de dieciséis a dieciocho horas diarias. Me quedaban así seis horas que matar con las comidas, las necesidades naturales, mis recuerdos y la historia del checoslovaco.
Entre mi colchoneta y la tabla de la cama, había encontrado, en efecto, un viejo pedazo de periódico casi pegado a la tela, amarillento y transparente. Relataba un suceso cuyo comienzo faltaba, pero que debía de haber acontecido en Checoslovaquia. Un hombre había salido de una aldea checa para hacer fortuna. Al cabo de veinticinco años, había regresado, rico, con una mujer y un niño. Su madre regentaba un hotel con su hermana en la aldea natal. Para darles una sorpresa, dejó a su mujer y a su hijo en otro alojamiento y fue al hotel de su madre, que no lo reconoció cuando entró. Por broma, tomó una habitación. Había dejado ver su dinero. Durante la noche, su madre y su hermana lo asesinaron a martillazos para robarle y arrojaron su cuerpo al río. Por la mañana vino la mujer y reveló sin darse cuenta la identidad del viajero. La madre se ahorcó. La hermana se arrojó a un pozo. Debí de leer esta historia miles de veces. Por una parte, era inverosímil. Por otra, era natural. Me parecía, de todos modos, que el viajero lo había merecido un poco y que nunca se debe jugar.
Fuente: Camus, A. (1942), El extranjero, Alianza Editorial, Madrid.