23/2/24

El Dios universal

Por Eduardo Galeano

1506

Tenochtitlán

Moctezuma ha vencido en Teuctepec.

En los adoratorios, arden los fuegos. Resuenan los tambores. Uno tras otro, los prisioneros suben las gradas hacia la piedra redonda del sacrificio. El sacerdote les clava en el pecho el puñal de obsidiana, alza el corazón en el puño y lo muestra al sol que brota de los volcanes azules.

¿A qué dios se ofrece la sangre? El sol la exige, para nacer cada día y viajar de un horizonte al otro. Pero las ostentosas ceremonias de la muerte también sirven a otro dios, que no aparece en los códices ni en las canciones.

Si ese dios no reinara sobre el mundo, no habría esclavos ni amos, ni vasallos, ni colonias. Los mercaderes aztecas no podrían arrancar a los pueblos sometidos un diamante a cambio de un frijol, ni una esmeralda por un grano de maíz, ni oro por golosinas, ni cacao por piedras. Los cargadores no atravesarían la inmensidad del imperio en largas filas, llevando a las espaldas toneladas de tributos. Las gentes del pueblo osarían vestir túnicas de algodón y beberían chocolate y tendrían la audacia de lucir prohibidas plumas de quetzal y pulseras de oro y magnolias y orquídeas reservadas a los nobles. Caerían, entonces, las máscaras que ocultan los rostros de los jefes guerreros, el pico de águila, las fauces de tigre, los penachos de plumas que ondulan y brillan en el aire.

Están manchadas de sangre las escalinatas del templo mayor y los cráneos se acumulan en el centro de la plaza. No solamente para que se mueva el sol, no: también para que ese dios secreto decida en lugar de los hombres. En homenaje al mismo dios, al otro lado de la mar los inquisidores fríen a los herejes en las hogueras o los retuercen en las cámaras de tormento. Es el Dios del Miedo. El Dios del Miedo, que tiene dientes de rata y alas de buitre.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

16/2/24

Éramos pocos

Por Noam Chomsky

Cuando yo era niño había un campo de prisioneros de guerra junto a la secundaria. Continuamente surgían conflictos entre los alumnos sobre la cuestión de molestar a los prisioneros. Los alumnos no podían atacarlos físicamente, porque estaban protegidos por una cerca, pero les arrojaban cosas y los agredían verbalmente. A algunos nos parecía abominable y nos oponíamos, pero éramos pocos.

Fuente: Chomsky, N. (1994), Secretos, mentiras y democracia, Siglo XXI, México, D. F.

9/2/24

Estados Unidos contra Nicaragua

Por Eduardo Galeano

Con diez años de guerra fue castigada Nicaragua, cuando cometió la insolencia de ser Nicaragua. Un ejército reclutado, entrenado, armado y orientado por los Estados Unidos atormentó al país, durante los años ochenta, mientras una campaña de envenenamiento de la opinión pública mundial confundía al proyecto sandinista con una conspiración tramada en los sótanos del Kremlin. Pero no se atacó a Nicaragua porque fuera el satélite de una gran potencia, sino para que volviera a serlo; no se atacó a Nicaragua porque no fuera democrática, sino para que no lo fuera. En plena guerra, la revolución sandinista había alfabetizado a medio millón de personas, había abatido la mortalidad infantil en un tercio y había desatado la energía solidaria y la vocación de justicia de muchísima gente. Ése fue su desafío, y ésa fue su maldición. Al fin, los sandinistas perdieron las elecciones, por el cansancio de la guerra extenuante y devastadora. Y después, como suele ocurrir, algunos dirigentes pecaron contra la esperanza, pegando una voltereta asombrosa contra sus propios dichos y sus propias obras.

Fuente: Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

2/2/24

Cambiar las circunstancias

Por Noam Chomsky

Cuando estaba en el college, teníamos que tomar clase de boxeo. Para practicar, peleábamos con un amigo y, al terminar la clase, nos íbamos a casa. Nunca he sido especialmente violento y, sin embargo, me sorprendía que después de empujarnos un buen rato, en realidad queríamos hacernos daño, aunque se tratara de nuestro mejor amigo. Sentíamos cómo surgía la furia y casi queríamos matarnos.

¿Quiere decir que el deseo de matar es innato? Tal vez este deseo surja en ciertas circunstancias, incluso si se trata de nuestro mejor amigo; es decir, habrá circunstancias en las que predomine este aspecto de nuestra personalidad, aunque en otras predominarán otros aspectos. Si pretendemos crear un mundo humano, habrá que cambiar las circunstancias.

Fuente: Chomsky, N (1994), Pocos prósperos, muchos descontentos, Siglo XXI, México, D.F.