Por Eduardo Galeano
La
impunidad es hija de la mala memoria. Bien lo han sabido todas las dictaduras
militares que en nuestras tierras han sido. En América latina se han quemado
cordilleras de libros, libros culpables de contar la realidad prohibida y
libros culpables simplemente de ser libros, y también montañas de documentos.
Militares, presidentes, frailes: es larga la historia de las quemazones, desde
que en 1562, en Maní de Yucatán, fray Diego de Landa arrojó a las llamas los
libros mayas, queriendo incendiar la memoria indígena. Por no citar más que
algunas fogatas, baste recordar que en 1870, cuando los ejércitos de Argentina,
Brasil y Uruguay arrasaron al Paraguay, los archivos históricos del vencido
fueron reducidos a cenizas. Veinte años después, el gobierno de Brasil quemó el
papelerío que daba testimonio de tres siglos y medio de esclavitud negra. En
1983, los militares argentinos echaron al fuego los documentos de la guerra
sucia contra sus compatriotas, y en 1995, los militares guatemaltecos hicieron
lo mismo.
Fuente:
Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.