28/1/21

¿Maricona o marica?

Por Roberto Bolaño
Desperté en casa de Catalina O'Hara. Mientras desayunaba, muy temprano (María no estaba, el resto de la casa dormía), con Catalina y su hijito Davy, a quien tenía que llevar a la guardería, recordé que la noche anterior, cuando ya sólo quedábamos unos pocos, Ernesto San Epifanio dijo que existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Las novelas, generalmente, eran heterosexuales, la poesía, en cambio, era absolutamente homosexual, los cuentos, deduzco, eran bisexuales, aunque esto no lo dijo.
Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas.
–En nuestra lengua, claro está –aclaró–; en el mundo ancho y ajeno el paradigma sigue siendo Verlaine el Generoso.
Una loca, según San Epifanio, estaba más cerca del manicomio florido y de las alucinaciones en carne viva mientras que los maricones y los maricas vagaban sincopadamente de la Ética a la Estética y viceversa. Cernuda, el querido Cernuda, era un ninfo y en ocasiones de gran amargura un poeta maricón, mientras que Guillén, Aleixandre y Alberti podían ser considerados mariquita, bujarrón y marica, respectivamente. Los poetas tipo Carlos Pellicer eran, por regla general, bujarrones, mientras que poetas como Tablada, Novo, Renato Leduc eran mariquitas. De hecho, la poesía mexicana carecía de poetas maricones, aunque algún optimista pudiera pensar que allí estaba López Velarde o Efraín Huerta. Maricas, en cambio, abundaban, desde el matón (aunque por un segundo yo escuché mafioso) Díaz Mirón hasta el conspicuo Homero Aridjis. Debíamos remontarnos a Amado Nervo (silbidos) para hallar a un poeta de verdad, es decir a un poeta maricón, y no a un fileno como el ahora famoso y reivindicado potosino Manuel José Othón, un pesado donde los haya. Y hablando de pesados; mariposa era Manuel Acuña y ninfo de los bosques de Grecia José Joaquín Pesado, perennes padrotes de cierta lírica mexicana.
–¿Y Efrén Rebolledo? –pregunté yo.
–Un marica menorcísimo. Su única virtud es la de ser si no el único, el primer poeta mexicano que publicó un libro en Tokio, Rimas japonesas, 1909. Era diplomático, por supuesto.
El panorama poético, después de todo, era básicamente la lucha (subterránea), el resultado de la pugna entre poetas maricones y poetas maricas por hacerse con la palabra. Los mariquitas, según San Epifanio, eran poetas maricones en su sangre que por debilidad o comodidad convivían y acataban –aunque no siempre– los parámetros estéticos y vitales de los maricas. En España, en Francia y en Italia los poetas maricas han sido legión, decía, al contrario de lo que podría pensar un lector no excesivamente atento. Lo que sucedía era que un poeta maricón como Leopardi, por ejemplo, reconstruye de alguna manera a los maricas como Ungaretti, Montale y Quasimodo, el trío de la muerte.
–De igual modo Pasolini repinta a la mariquería italiana actual, véase el caso del pobre Sanguinetti (con Pavese no me meto, era una loca triste, ejemplar único de su especie, o con Dino Campana, que come en mesa aparte, la mesa de las locas terminales). Para no hablar de Francia, gran lengua de fagocitadores, en donde cien poetas maricones, desde Villon hasta nuestra admirada Sophie Podolski cobijaron, cobijan y cobijarán con la sangre de sus tetas a diez mil poetas maricas con su corte de filenos, ninfos, bujarrones y mariposas, excelsos directores de revistas literarias, grandes traductores, pequeños funcionarios y grandísimos diplomáticos del Reino de las Letras (véase, si no, el lamentable y siniestro discurrir de los poetas de Tel Quel). Y no digamos nada de la mariconería de la Revolución Rusa en donde, si hemos de ser sinceros, sólo hubo un poeta maricón, uno solo.
–¿Quién? –le preguntaron.
–¿Maiacovski?
–No.
–¿Esenin?
–Tampoco.
–¿Pasternak, Blok, Mandelstam, Ajmátova?
–Menos.
–Dilo de una vez, Ernesto, que me estoy comiendo las uñas.
–Sólo uno –dijo San Epifanio–, y ahora te saco de la duda, pero eso sí, maricón de las estepas y de las nieves, maricón de la cabeza a los pies: Khlebnikov.
Hubo opiniones para todos los gustos.
–Y en Latinoamérica, ¿cuántos maricones verdaderos podemos encontrar? Vallejo y Martín Adán. Punto y aparte. ¿Macedonio Fernández, tal vez? El resto, maricas tipo Huidrobo, mariposas tipo Alfonso Cortés (aunque éste tiene versos de maricona auténtica), bujarrones tipo León de Greiff, ninfos abujarronados tipo Pablo de Rokha (con ramalazos de loca que hubieran vuelto loco a Lacan), mariquitas tipo Lezama Lima, falso lector de Góngora, y junto con Lezama todos los poetas de la Revolución Cubana (Diego, Vitier, el horrible Retamar, el penoso Guillén, la inconsolable Fina García) excepto Rogelio Nogueras, que es un encanto y una ninfa con espíritu de maricón juguetón. Pero sigamos. En Nicaragua dominan mariposas tipo Coronel Urtecho o maricas con voluntad de filenos, tipo Ernesto Cardenal. Maricas también son los Contemporáneos de México...
–¡No –gritó Belano–, Gilberto Owen no!
–De hecho –prosiguió imperturbable San Epifanio–, Muerte sin fin es, junto con la poesía de Paz, La Marsellesa de los nerviosísimos y sedentarios poetas mexicanos maricas. Más nombres: Gelman, ninfo, Benedetti, marica, Nicanor Parra, mariquita con algo de maricón, Westphalen, loca, Enrique Lihn, mariquita, Girondo, mariposa, Rubén Bonifaz Nuño, bujarrón amariposado, Sabines, bujarrón abujarronado, nuestro querido e intocable Josemilio Pe, loca. Y volvamos a España, volvamos a los orígenes –silbidos–: Góngora y Quevedo, maricas; San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, maricones. Ya está todo dicho. Y ahora, algunas diferencias entre maricas y maricones. Los primeros piden hasta en sueños una verga de treinta centímetros que los abra y fecunde, pero a la hora de la verdad les cuesta Dios y ayuda encamarse con sus padrotes del alma. Los maricones, en cambio, pareciera que vivan permanentemente con una estaca removiéndoles las entrañas y cuando se miran en un espejo (acto que aman y odian con toda su alma) descubren en sus propios ojos hundidos la identidad del Chulo de la Muerte. El chulo, para maricones y maricas, es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada (o del silencio de la otredad). Por lo demás, y con buena voluntad, nada impide que maricas y maricones sean buenos amigos, se plagien con finura, se critiquen o se alaben, se publiquen o se oculten mutuamente en el furibundo y moribundo país de las letras.
–¿Y Cesárea Tinajero, es una poeta maricona o marica? –preguntó alguien. No reconocí la voz.
–Ah, Cesárea Tinajero es el horror –dijo San Epifanio.
Fuente: Bolaño, R. (1998), Los detectives salvajes, Anagrama, Barcelona.

21/1/21

El neoliberalismo

Por Noam Chomsky

Tomemos el ejemplo de los Estados Unidos. Para la gran mayoría de la población, el principio es «que mande el mercado». Recortes en los derechos, recortes o destrucción de la Seguridad Social, recortes o reducción de la ya limitada sanidad pública… es decir, que el mercado lo gobierne todo. Pero no se aplica el mismo principio a los ricos. Para los ricos, el Estado es un Estado fuerte, dispuesto a reaccionar en cuanto tienen un problema y rescatarlos. Reagan, por ejemplo, fue el presidente más proteccionista del país desde la posguerra. Dobló las barreras proteccionistas para intentar resguardar a los incompetentes directivos estadounidenses de la superior producción japonesa y rescató a los bancos en lugar de dejar que pagaran las consecuencias. Pero lo cierto es que el Gobierno creció en los años de Reagan en lo relativo a la economía, lo que es paradigmático del neoliberalismo. Debería añadir que «la guerra de las galaxias» de Reagan (su programa de defensa militar) se publicitó abiertamente al mundo empresarial como un estímulo estatal, una especie de gallina de los huevos de oro. Pero eso era para los ricos; entretanto, lo que regía para los pobres era el sometimiento a los principios del mercado: es decir, no esperes ayuda del Gobierno; el Gobierno es el problema, no la solución, etcétera. Eso es neoliberalismo. Tiene este carácter dual que se repite a lo largo de la historia económica. Unas normas para los ricos y otras normas opuestas para los pobres.

Fuente: Chomsky, N. (2017), Réquiem por el sueño americano, Sexto Piso, Madrid.

14/1/21

El primer día que los pollos ven el sol

Por Jesús Mosterín
La avicultura es quizá la rama de la ganadería donde el desprecio de los animales y la desnaturalización de sus condiciones de vida más lejos han llegado. Tradicionalmente las gallinas vivían al aire libre en corrales abiertos junto a la casa de campo, correteando y escarbando el suelo a su alrededor. Normalmente cuidaba de ellas y recogía sus huevos la mujer del granjero. Sin embargo, desde los años cincuenta, el modo de vida natural y tradicional de las gallinas ha sido desbaratado. En muchos lugares se ha ido extendiendo un sistema de estabulación abusiva en grandes naves industriales, campos de concentración donde las gallinas han sido degradadas a meras máquinas de poner huevos o producir carne, olvidando que son animales, no máquinas.
La mayoría de los huevos en venta proceden de gallinas desgraciadas. Nada más nacer, se aparta brutalmente a los polluelos de su madre. A muchos se les corta el pico con un cuchillo al rojo vivo, para minimizar el canibalismo en las posteriores condiciones de hacinamiento que les esperan. Este corte es muy doloroso, pues entre la córnea y el hueso hay una capa de tejido blando extremadamente sensible. Además, esa mutilación del ave produce dolores crónicos y trastoca todo su comportamiento natural. Las gallinas ponedoras jóvenes son criadas en jaulas especiales con paja hasta las 18 semanas, a partir de las cuales son encerradas en baterías para el resto de sus vidas. Unas cinco gallinas son apiñadas en una jaula de apenas un cuarto de metro cuadrado. En su estado natural, las gallinas se pasan el día correteando, picoteando y escarbando el suelo en busca de gusanos e insectos, dándose baños de tierra y construyendo sus nidos para la puesta. Las gallinas en las baterías, condenadas a la inmovilidad y la frustración, sin espacio para estirar siquiera las alas, en las que las llagas aparecen entre las plumas, se picotean unas a otras dentro de la minijaula. Las jaulas se amontonan en varios pisos. Los suelos y paredes son de alambre, para facilitar la caída de los excrementos. Las gallinas se frotan desesperadamente contra los alambres, tratando de remedar el modo de vida para el que están genéticamente programadas. En efecto, a pesar del suelo de alambre, las gallinas realizan los movimientos similares al baño de tierra que harían en condiciones normales e intentan, una y otra vez, arrastrarse por debajo de sus compañeras, buscando en vano ponerse a cubierto. Como señala la etóloga Marian Stamp Dawkins:

Las angustiosas condiciones de vida impuestas en las jaulas en batería no han logrado destruir la memoria genética de las gallinas. A pesar del suelo de alambre de las jaulas, las gallinas realizan los movimientos similares al baño de tierra que harían en condiciones normales. Si se les brinda la oportunidad de darse un verdadero baño de tierra, se sumergen en él con verdadera locura, una y otra vez, en el afán de recuperar el tiempo perdido.

Ninguna pauta natural de conducta de la gallina es respetada. Como indicó Konrad Lorenz en 1981:

La peor tortura a la que se ve expuesta una gallina en batería es la imposibilidad de resguardarse en un lugar en donde pueda hacer su puesta. Cualquier persona algo entendida en animales y con un mínimo de sensibilidad verá con gran pena cómo una gallina intenta, una y otra vez, arrastrarse por debajo de sus compañeras de jaula, buscando en vano ponerse a cubierto.

Privadas de espacio, suelo y privacidad las gallinas desarrollan gran estrés y agresividad y sufren una elevada mortalidad por infecciones y tumores. Estas gallinas desgraciadísimas llegan a producir hasta 300 huevos anuales. Cuando, al cabo de unos 15 meses, quedan exhaustas, son enviadas al matadero y sustituidas por otras más jóvenes.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, más o menos, se comían relativamente pocos pollos, que solían ser los machos indeseados que producían las gallinas ponedoras de los corrales. Ahora, más de 3000 millones de pollos se matan y consumen al año solo en Estados Unidos. Son los desgraciados «pollos de engorde» que ya no se crían al aire libre en el corral de la granja, sino encerrados en inmensas naves sin ventanas. Han sido seleccionados para ser monstruos prematuros de gordura. A las seis semanas de edad ya casi no pueden sostenerse ni andar. En la misma nave pueden llegar a criarse 50 000 y hasta 100 000 pollos juntos, hacinados en pésimas condiciones. Cada día hay que recoger a los numerosos muertos. Los pollos desarrollan ulceraciones en las patas y a veces se vuelven ciegos por los altos niveles de amoniaco, generados por sus propios excrementos. Cuando unos cuantos (digamos, menos de 100) gallos y gallinas viven en el corral, se tantean y prueban su fuerza, de tal modo que enseguida se establece una jerarquía (pecking order) que garantiza la paz. Cada gallina conoce su lugar en la jerarquía y cede ante las que están por encima, con lo que se evitan las peleas. En las grandes naves en que se hacinan muchos miles de pollos de engorde, no hay posibilidad alguna de conocerse ni establecer jerarquías. Además, el modo de vida totalmente estresante y antinatural produce en los animales una tensión e irritabilidad extraordinarias. Con frecuencia unos pollos picotean a otros hasta la muerte y el canibalismo. Para amortiguar el problema, por un lado se reduce la intensidad de la luz artificial (la del sol no la ven nunca) y por otro se les corta el pico, con las secuelas de dolor ya mencionadas. Durante su breve y hacinada vida son pasto de las enfermedades respiratorias y tumorales y de los parásitos, lo que se trata de atemperar introduciendo fármacos y antibióticos en su comida. El último día de su vida es el primero en que los pollos ven el sol, cuando se los saca boca abajo y a veces malheridos para ser empaquetados y cargados en camiones que los conducen al matadero, completamente aterrorizados.
Tras repetidas peticiones del Parlamento Europeo, la Comisión Europea promulgó la directiva 1999-74-EC, que establece estándares mínimos de habitabilidad para las gallinas ponedoras y prohíbe las baterías más pequeñas y abusivas, aunque sin establecer multas. La directiva entró en vigor definitivamente en 2012, aunque algunos Estados miembros, como España, Italia, Polonia y Rumanía, todavía no la cumplen. Otros, sin embargo, como Alemania, Austria, Suecia y Holanda, han ido más lejos que la directiva, prohibiendo completamente todo tipo de avicultura basado en baterías. De todos modos, el consumidor de huevos sensible y que quiera evitar ser cómplice del maltrato a las gallinas que suponen las perores prácticas de la avicultura abusiva, tiene ahora en su mano la posibilidad de hacer algo para evitarlo. En Europa, desde 2004, todos los huevos que se ponen en venta para el consumo humano llevan obligatoriamente grabando en rojo en su cáscara un código que empieza por un número que informa sobre el trato a las gallinas. Si ese número es 0 (ecológico) o si es 1 (campero), el huevo procede de gallinas de corral o que al menos a veces están al aire libre. Si el número es 2 (suelo) o 3 (jaula), procede de gallinas encerradas y maltratadas, por lo que debe evitarse su consumo. En ningún caso hay que comprar un huevo con el número 3, por barato que sea. El consumidor sensible y consciente tiene derecho a ejercer su propia opción moral y dietética, evitando la complicidad con la tortura de las gallinas. Respecto a la carne de pollo, muchos consumidores están dispuestos a pagar un precio más alto por gozar de salud y buena conciencia La calidad de vida tanto de los pollos como de los consumidores pasa por una reducción de la producción, una elevación del precio y una garantía de condiciones de vida relativamente naturales para los pollos.
Fuente: Mosterín, J. (2014), El triunfo de la compasión, Alianza Editorial, Madrid.

7/1/21

Fobias

Por Roberto Bolaño
Hay cosas más raras que la sacrofobia, dijo Elvira Campos, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos en México y que aquí la religión siempre ha sido un problema, de hecho, yo diría que todos los mexicanos, en el fondo, padecemos de sacrofobia. Piensa, por ejemplo, en un miedo clásico, la gefidrofobia. Es algo que padecen muchas personas. ¿Qué es la gefidrofobia?, dijo Juan de Dios Martínez. Es el miedo a cruzar puentes. Es cierto, yo conocí a un tipo, bueno, en realidad era un niño, que siempre que cruzaba un puente temía que éste se cayera, así que los cruzaba corriendo, lo cual resultaba mucho más peligroso. Es un clásico, dijo Elvira Campos. Otro clásico: la claustrofobia. Miedo a los espacios cerrados. Y otro más: la agorafobia. Miedo a los espacios abiertos. Ésos los conozco, dijo Juan de Dios Martínez. Otro clásico más: la necrofobia. Miedo a los muertos, dijo Juan de Dios Martínez, he conocido gente así. Si trabajas como policía resulta un lastre. También está la hematofobia, miedo a la sangre. Muy cierto, dijo Juan de Dios Martínez. Miedo a las camas. ¿Puede alguien tener miedo o aversión a una cama? Pues sí, hay gente que sí. Pero esto se puede atenuar durmiendo en el suelo y no entrando jamás a un dormitorio. Y luego está la tricofobia, que es el miedo al pelo. Un poco más complicado, ¿verdad? Complicadísimo. Hay casos de tricofobia que acaban en suicidio. Y también está la verbofobia, que es el miedo a las palabras. En ese caso lo mejor es quedarse callado, dijo Juan de Dios Martínez. En un poco más complicado que eso, porque las palabras están en todas partes, incluso en el silencio, que nunca es un silencio total, ¿verdad? Y luego tenemos la vestiofobia, que es el miedo a la ropa. Parece raro pero está mucho más extendido de lo que parece. Y uno relativamente común: la iatrofobia, que es el miedo a los médicos. O la ginefobia, que es el miedo a la mujer y que lo padecen, naturalmente, sólo los hombres. Extendidísimo en México, aunque disfrazado con los ropajes más diversos. ¿No es un poco exagerado? Ni un ápice: casi todos los mexicanos tienen miedo de las mujeres. No sabría qué decirle, dijo Juan de Dios Martínez. Luego hay dos miedos que en el fondo son muy románticos: la ombrofobia y la talasofobia, que son, respectivamente, el miedo a la lluvia y el miedo al mar. Y otros dos que también tienen algo de románticos: la antofobia, que es el miedo a las flores, y la dendrofobia, que es el miedo a los árboles. Algunos mexicanos padecen ginefobia, dijo Juan de Dios Martínez, pero no todos, no sea usted alarmista. ¿Qué cree usted que es la optofobia?, dijo la directora. Opto, opto, algo relacionado con los ojos, híjole, ¿miedo a los ojos? Aún peor: miedo a abrir los ojos. En sentido figurado, eso contesta lo que me acaba de decir sobre la ginefobia. En sentido literal, produce trastornos violentos, pérdidas de conocimiento, alucinaciones visuales y auditivas y un comportamiento, por lo general, agresivo. Conozco, no personalmente, claro, dos casos en los que el paciente llegó hasta la automutilación. ¿Se sacó los ojos? Con los dedos, con las uñas, dijo la directora. Sopas, dijo Juan de Dios Martínez. Luego tenemos, por supuesto, la pedifobia, que es el miedo a los niños, y la balistofobia, que es el miedo a las balas. Esa fobia es la mía, dijo Juan de Dios Martínez. Sí, supongo que es de sentido común, dijo la directora. Y otra fobia, ésta en aumento, es la tropofobia, que es el miedo a cambiar de situación o lugar. Que se puede agravar si la tropofobia deviene agirofobia, que es el miedo a las calles o a cruzar una calle. Sin olvidarnos de la cromofobia, que es el miedo a ciertos colores, o la nictofobia, que es el miedo a la noche, o la ergofobia, que es el miedo al trabajo. Un miedo muy extendido es la decidofobia, que es el miedo a tomas decisiones. Y un miedo que empieza recién a extenderse es la antropofobia, que es el miedo a la gente. Algunos indios padecen de forma muy acentuada la astrofobia, que es el miedo a los fenómenos meteorológicos, como truenos, rayos, relámpagos. Pero las peores fobias, a mi entender, son la pantofobia, que es tenerle miedo a todo, y la fobofobia, que es el miedo a los propios miedos. ¿Si usted tuviera que sufrir una de las dos, cuál elegiría? La fobofobia, dijo Juan de Dios Martínez. Tiene sus inconvenientes, piénselo bien, dijo la directora. Entre tenerle miedo a todo y tenerle miedo a mi propio miedo, elijo este último, no se olvide que soy policía y que si le tuviera miedo a todo no podría trabajar. Pero si les tiene miedo a sus miedos su vida se puede convertir en una observación constante del miedo, y si éstos se activan, lo que se produce es un sistema que se alimenta a sí mismo, un rizo del que resultaría difícil escapar, dijo la directora.
Fuente: Bolaño, R. (2004), 2666, Anagrama, Barcelona.