Por Noam Chomsky
Tomemos
el ejemplo de los Estados Unidos. Para la gran mayoría de la población, el
principio es «que mande el mercado». Recortes en los derechos, recortes o
destrucción de la Seguridad Social, recortes o reducción de la ya limitada
sanidad pública… es decir, que el mercado lo gobierne todo. Pero no se aplica
el mismo principio a los ricos. Para los ricos, el Estado es un Estado fuerte,
dispuesto a reaccionar en cuanto tienen un problema y rescatarlos. Reagan, por
ejemplo, fue el presidente más proteccionista del país desde la posguerra.
Dobló las barreras proteccionistas para intentar resguardar a los incompetentes
directivos estadounidenses de la superior producción japonesa y rescató a los
bancos en lugar de dejar que pagaran las consecuencias. Pero lo cierto es que
el Gobierno creció en los años de Reagan en lo relativo a la economía, lo que
es paradigmático del neoliberalismo. Debería añadir que «la guerra de las
galaxias» de Reagan (su programa de defensa militar) se publicitó abiertamente
al mundo empresarial como un estímulo estatal, una especie de gallina de los
huevos de oro. Pero eso era para los ricos; entretanto, lo que regía para los
pobres era el sometimiento a los principios del mercado: es decir, no esperes
ayuda del Gobierno; el Gobierno es el problema, no la solución, etcétera. Eso
es neoliberalismo. Tiene este carácter dual que se repite a lo largo de la
historia económica. Unas normas para los ricos y otras normas opuestas para los
pobres.
Fuente:
Chomsky, N. (2017), Réquiem por el sueño americano, Sexto Piso, Madrid.
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