Por Noam Chomsky
Aristóteles
observó lo mismo que vería Madison siglos después. Si Atenas era una democracia
de hombres libres, los pobres se unirían y les quitarían sus propiedades a los
ricos. Sin embargo, dieron soluciones opuestas al mismo dilema. La solución de
Madison fue reducir la democracia, es decir, organizar el sistema de
manera que el poder estuviese en manos de los ricos y fragmentar la población
de diferentes formas para impedir que se unieran y organizaran para
arrebatarles el poder. La solución de Aristóteles fue la opuesta: propuso lo
que en la actualidad se denomina «estado del bienestar», es decir, que se
intentara reducir la desigualdad mediante comidas públicas y otras
medidas apropiadas para una ciudad-Estado. Al mismo problema, soluciones
opuestas. Una es: reduce la desigualdad, y se acaba el problema. La otra es:
reduce la democracia. Pues bien, en estas aspiraciones contradictorias se basan
los fundamentos del país [Estados Unidos].
De la desigualdad se derivan numerosas
consecuencias. No sólo es sumamente injusta en sí, sino que además tiene unos
efectos muy negativos para la sociedad en su conjunto. Incluso en temas como la
salud. Existen excelentes estudios –como el de Richard Wilkinson y otros– que
muestran que cuanto más desigual es una sociedad, sea rica o pobre, peores son
sus niveles de salud. También para los ricos. Porque la desigualdad tiene en sí
un efecto corrosivo y nocivo en las relaciones sociales, en la conciencia, en
la vida humana y en muchos otros aspectos, con toda suerte de consecuencias
negativas. Pues bien, son problemas que deben remediarse. Aristóteles tenía
razón: para remediar la paradoja de la democracia hay que reducir la desigualdad,
no reducir la democracia.
Fuente:
Chomsky, N. (2017), Réquiem por el sueño americano, Sexto Piso,
Madrid.