Hace nueve semanas que el profesor Lema
está viviendo en el campus de Rhilpoth, y en las últimas dos todas las noches
han sido malas noches, noches llenas de una ansiedad que no le deja dormir, o
noches de sueño fragmentado, sueño interrumpido por pesadillas. En medio del
insomnio, se distrae mirando las nubes cambiantes en el pedazo de cielo que la
cortina de la ventana no cubre.
Todos los años la
universidad de Rhilpoth beca a profesores de todas las latitudes para que hagan
realidad un proyecto libresco. Las condiciones son inmejorables: los profesores
están libres de cargas administrativas o docentes, tienen a su disposición una
biblioteca muy nutrida y cuentan con la ayuda de un asistente personal
competente. La zona del campus destinada a los becarios incluye amplios
jardines, comedores elegantes y habitaciones cómodas que funcionan también como
despachos. El profesor Lema suele comer a solas o con John, un profesor de
Newark. La primera vez que almorzaron juntos John le preguntó sobre su país,
quiere saber cómo es Ecuador. Tiene una vaga idea de selva y frutas exóticas.
El profesor Lema le explicó que Ecuador tiene playa y montaña además de selva,
sobre todo montaña, y le cuenta que cuatro de los diecisiete millones de
habitantes son muy pobres. John escuchó con ojos muy abiertos.
El profesor Lema había
llevado un par de zapatos, ocho camisetas, cuatro pantalones, ropa interior,
accesorios, el computador y una docena de libros cuya lectura le alegraría tanto
como la música festiva o el fútbol de la televisión. En las primeras semanas se
atuvo con éxito al esquema que había trazado de la novela, avanzando a un ritmo
de una página diaria. La protagonizaban jóvenes idealistas que, luego de comprender
que las sociedades avanzan a ritmos inhumanos, fundan una secta para llevar a
cabo pequeñas misiones violentas que aceleren los cambios. Cada pequeño
capítulo retrataría facetas distintas de la secta. Avanzó en una docena de
ellos, pero en las últimas semanas se estancó y ya no pudo retomar la novela. A
los problemas de sueño se sumaron el dolor en pies y espalda, el hormigueo del brazo
derecho y el vértigo al sentarse y acostarse.
Tocaron la puerta de la
habitación. Era Kim, su asistente asignada. Al inicio de su estadía el profesor
Lema le había dicho que no la necesitaba porque estaba acostumbrado a escribir sin
ayuda, pero ahora la llamó con la excusa de que necesitaba verificar una cita que
sabía de memoria. Kim era una rubia alta y esbelta de Dakota del Sur, con una
sonrisa de dientes grandes y bien alineados. Irrumpió en la habitación con el libro
en cuestión, que él examinó sentado en el escritorio mientras ella aguardaba a
su lado, de pie. De golpe se puso también de pie y agarró a Kim del antebrazo, la
atrajo con toda la fuerza y le agarró la boca con su boca. La besó con furia
hasta que ella logró zafarse y huir.
Un inspector entró sin
avisar en la habitación diciéndole que debía presentarse enseguida en la
oficina de arreglo de disputas de la universidad. Kim lo había denunciado. John
acompañó al profesor Lema a rendir su versión. El profesor Lema aseguró que la
versión de Kim era cierta y preguntó cuál era la sanción. La expulsión de Rhilpoth,
le contestaron.