26/2/08

Raúl Castro

Por Fidel Castro
Raúl Castro no sólo es su hermano querido, sino tal vez su principal colaborador. Me gustaría que me reiterara lo que piensa de Raúl.
Yo creo que Raúl es un hombre de cualidades excepcionales. No sé cuánto le habrá perjudicado ser hermano mío, porque hay un árbol crecido y todo árbol crecido siempre hace un poco de sombra sobre los demás. Bueno, junto a mí se han destacado muchos hombres en este país: piensa en el Che, en Camilo, en Almeida, en todos esos compañeros. Pero, lógicamente, la presencia de un árbol mayor ejerce un poco de sombra.
Nadie sabe lo que habría podido destacarse Raúl si hubiera tenido las responsabilidades que yo he tenido. Desde el primer momento fue muy serio, muy responsable, muy consagrado, muy comprometido, muy valiente, y eso se demostró desde el ataque al Moncada, porque Raúl todavía no participa en la organización del Moncada, pero ya participa en el ataque al Moncada. Era muy jovencito; si yo tenía 26 años él debe haber tenido 21 –fue en julio, no sé si habrá cumplido 22– tendría más o menos 22 años. A él se le manda con un grupo a una posición muy importante, muy estratégica, que es la Audiencia de Santiago de Cuba.
Llegan, toman la Audiencia, desarman, ocupan fusiles, porque esa era una posición dominante; pero en el transcurso de los acontecimientos, ya que los planes no salieron como se había elaborado –he explicado en “La historia me absolverá” como fue todo aquello del Moncada– una patrulla del ejército logra penetrar en el edificio cuando ya ellos van evacuando y los hacen prisioneros. Raúl muestra una agilidad mental de tigre: reacciona, le quita la pistola al sargento que lo tenía prisionero y hace prisioneros a los soldados.
Fíjate, siendo prisionero le arrebata el revólver al sargento y pone prisioneros a los otros y gracias a eso escapa de lo que en ese momento habría sido una muerte segura precedida de atroces torturas. No logra al final evadir toda la persecución y en un pueblo que se llama San Luis lo capturan. Entones regresa, va preso y desde ahí empieza a ejercer un papel importante, en virtud de todo lo que hizo en el juicio. Actuando ya como cuadro con los demás presos. Atravesamos situaciones muy difíciles, la prisión de Boniato, la prisión de Isla de Pinos, todas esas cosas y entonces él se va destacando mucho, por todas esas características de seriedad, de responsabilidad, su mente ágil, rápida, su espíritu revolucionario.
Realmente, debo decir que cuando Raúl y yo atacamos el Moncada éramos marxistas, las ideas marxistas-leninistas se las transmito yo a Raúl, que era mucho más joven y ya como yo soy estudiante –él estaba en Birán, los estudios los tenía abandonados– lo estimulo a que continúe los estudios y él entonces ya en la universidad cuando se produce el ataque al cuartel Moncada. Pero Raúl era también un marxista-leninista cuando el ataque al Moncada y se destaca en todo ese período.
Después salimos, ya teníamos la idea de lo de México. Uno de los primeros que enviamos para México fue a Raúl, incluso por cuestiones de seguridad, porque ya estaban inventado paquetes, nos querían mezclar en actos terroristas cuando nosotros no estábamos desarrollando ninguna actitud violenta, estábamos sólo en una actividad política de denuncia de los crímenes y cosas por el estilo. Raúl se destaca mucho en todo el período aquel de la organización de la expedición en México, en el “Granma”, y ya el viene como jefe de un pelotón, viene con el grado de capitán.
Después usted lo bajo a teniente, porque en un momento que debía guardar silencio, habló en voz alta, una cosa de esas... ¿No lo recuerda?
No recuerdo. Venían él, Almeida y Smith Comas, eran los tres capitanes que traía el destacamento. Smith Comas era un muchacho de Cárdenas muy bueno, muy decidido. Claro, cuando tú organizas un destacamento, inmediatamente empieza a aparecer gente muy buena; ya en los grupos del “Granma” empiezan a aparecer gente muy destacada desde los primeros momentos.
Cuando los dispersan, Raúl queda un grupo de cuatro o cinco, pero hace todas las cosas que hay que hacer para burlar el cerco enemigo, las mismas cosas que hice yo, y los dos únicos grupos que llegan armados son el de Raúl, con cinco armas y el mío con dos.
Yo traía mi fusil y otro compañero su fusil y un compañero que estaba desarmado; mi grupo tenía dos fusiles, uno de los fusiles tenía 30 balas y el mío tenía más o menos 90 balas, bastante completa la cantidad de parque del fusil mío de mirilla telescópica que tuve durante casi toda la guerra. Raúl llega con otro grupo y cinco fusiles, se vuelven a reunir siete fusiles, porque a otros compañeros los campesinos que los ayudaron a cruzar el cerco les pusieron como condición –eran gente religiosa– que tenían que guardar las armas y buscarlas después y los condujeron hacia la Sierra pero sin las armas y algunas de esas armas se perdieron.
Los dos únicos grupos que llegamos armados para reunirnos otra vez después de Alegría de Pío, sumando siete fusiles, fueron el de Raúl y el mío. Ya está pues en el grupo ese de los siete armados, está en todos los momentos más difíciles de la guerra y se va destacando, hasta que en el primer semestre del año 1958 lo enviamos a abrir el segundo frente después de la Sierra Maestra; enviamos a Almeida en dirección a Santiago y a él a una zona más distante. Entonces con una fuerza de unos 50 ó 55 hombres, buenos soldados, bien aguerridos, inicia la marcha hacia el Este por toda la Sierra Maestra y cruza el Segundo Frente; tenía que pasar por el llano y es la primera vez que cruzamos por el llano en aquel momento.
¿Es allí donde Raúl se distingue como un gran organizador?
Se le asigna un territorio muy estratégico y allí hizo un trabajo extraordinario, se destacó mucho como organizador.
Organiza la lucha en aquel territorio, incrementa las fuerzas, tiene una serie de éxitos. Pone orden, porque allí había grupos de bandidos, gente que el mismo Batista había promovido como irregulares para ocupar el terreno, había enviado unos grupos paramilitares haciéndose pasar por revolucionarios. Él pone orden en todo aquello y desarrolla el Segundo Frente, que adquiere una gran extensión, un gran empuje, libran combates muy importantes a raíz del intento de huelga general en abril de 1958 y liban combates de gran importancia en el segundo semestre de ese mismo año, en vísperas de la ofensiva final.
El primer comandante que sale a abrir un frente fuera de la Sierra Maestra es Raúl y demostró notables capacidades de jefe y de organizador, un gran sentido de la responsabilidad, mucha firmeza revolucionaria. Realiza un gran trabajo político dentro de los campesinos, desarrolla una influencia muy positiva en todos los cuadros y todos los jefes y así se fue destacando. Sus méritos y el lugar que él ocupa en la Revolución no tienen nada que ver con el nexo familiar; como Camilo se destacó, como el Che se destacó, como Almeida se destacó y otros muchos se destacaron, por sus méritos extraordinarios y no por ser familiares, ese es, realmente, el caso de Raúl. De manera que su ascenso, su papel en la Revolución, no tienen nada que ver con el parentesco familiar.
Después se produce el triunfo de la Revolución. Se le asignan funciones importantes; a mí me parecía que tenía todas las condiciones para asumir el cargo de Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y así es como se le nombra para esa responsabilidad, donde ha desarrollado un trabajo extraordinario de carácter político y educativo, formador de cuadros. Creo que realmente su trabajo es excepcional. Es lo que puedo decir objetiva e imparcialmente.
Tú decías si alguna vez hubo algún problema. Bueno, los frentes tenían mucha autonomía para decidir, y una vez ellos se indignaron e irritaron mucho por los bombardeos que les estaba haciendo la aviación con bombas que suministraba la Base Naval de Guantánamo y entonces a un grupo de norteamericanos, que no recuerdo qué cosa estaban haciendo por allá, él los capturó y los hizo prisioneros. Yo entonces le di la orden, porque me parecía que no era conveniente aquella acción contra los norteamericanos, de ponerlos en libertad, sencillamente. Fue un tipo de orden normal, una misión que le di y la cumplió inmediatamente. Pero nunca hemos tenido, realmente, en toda la vida –que yo recuerde, Tomás, y sería difícil que no me acordara– una discusión que levantara la voz o que yo le mandara a bajar la voz o se le aplicara una sanción.
No, cuando yo dije levantar la voz no es contra usted, sino que estaban en silencio y él habló en voz alta. Alguna vez leí yo eso.
¿En la guerra? Puede ser, era normal.
Al principio…
Aunque él era muy disciplinado, muy cuidadoso. Alguien puede cometer el error de hablar en voz alta y que yo le diga silencio o algo así. Pero las relaciones siempre han sido muy fraternales, en realidad, muy respetuosas y no ha habido nunca, realmente, ningún tipo de problema. Y Raúl es un compañero que tiene sus criterios, sus opiniones, su carácter y su forma de ser y, por cierto, es un individuo muy diferente de ese Raúl que ha querido pintar la propaganda enemiga. Todo el que llega a conocerlo y a intimar con él se de cuenta de su humanismo, de su gran calidad y de sus sentimientos; se sorprenden de un Raúl que le han pitado belicoso, agresivo, duro, cuando ven los sentimientos de amistad, de cariño y afecto que es capaz de tener por la gente. Y ha sido un gran reformador y un gran educador, porque creo que el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias ha sido la mejor escuela de formación de cuadros que nosotros hemos tenido, con mucho rigor siempre y con mucha exigencia.
Yo creo que la relación familiar nada tiene que ver con sus funciones, aunque la sangre común que llevan sí tiene que ver con la sensibilidad que yo le conozco a Raúl. Es un hombre muy sensible, muy fácil de conducir a la emoción por la ternura, por las causas nobles: soy testigo de eso.
Siempre consideré eso. Sobre todo en aquellos primeros años en que todos los días se estaban haciendo planes de atentados contra mí, como esa era una posibilidad real, dije: desde ahora hay que ir pensando en alguien que pueda ejercer las funciones mías. Y consideré, realmente, que la persona que estaba más capacitada entre todos los cuadros para ejercer esas funciones, la persona más acatada que podía desempeñar esas funciones era Raúl y así lo planteé públicamente porque era una necesidad de los momentos que estábamos viviendo.
Raúl ha sido realmente el segundo al mando de la Revolución en todo este período revolucionario. Yo digo que Raúl no se ha destacado más porque ha tenido la sombra mía, es mi opinión; porque para que la gente se destaque más es necesario que pueda tener el ámbito donde poder demostrar todas sus capacidades o todas sus cualidades.
Fuente: La cita procede de Borge, T. (1992), Un grano de maíz, Tierra firme, México, D.F.

22/2/08

Maradona

Por Eduardo Galeano
Jugó, venció, meó, perdió. El análisis delató efedrina y Maradona acabó de mala manera su Mundial del 94. La efedrina, que no se considera droga estimulante en el deporte profesional de los Estados Unidos y de muchos otros países, está prohibida en las competencias internacionales. 
La imagen tomada de https://bit.ly/2JAHAWM
Hubo estupor y escándalo. Los truenos de la condenación moral dejaron sordo al mundo entero, pero mal que bien se hicieron oír algunas vocea de apoyo al ídolo caído. Y no sólo en su dolorida y atónita Argentina, sino en lugares tan lejanos como Bangladesh, donde una manifestación numerosa rugió en las calles repudiando a la FIFA y exigiendo el retorno del expulsado. Al fin y al cabo, juzgarlo era fácil, y era fácil condenarlo, pero no resultaba tan fácil olvidar que Maradona venía cometiendo desde hacia años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, en el Pequeño Larousse Ilustrado, significa «con la izquierda»  y también significa «al contrario de como se debe hacer».
Diego Armando Maradona nunca había usado estimulantes, en vísperas de los partidos, para multiplicarse el cuerpo. Es verdad que había estado metido en la cocaína, pero se dopaba en las fiestas tristes, para olvidar o ser olvidado, cuando ya estaba acorralado por la gloria y no podía vivir sin la fama que no lo dejaba vivir. Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella.
Él estaba agobiado por el peso de su propio personaje. Tenía problemas en la columna vertebral, desde el lejano día en que la multitud había gritado su nombre por primera vez. Maradona llevaba una carga llamada Maradona, que le hacía crujir la espalda. El cuerpo como metáfora: le dolían las piernas, no podía dormir sin pastillas. No había demorado en darse cuenta de que era insoportable la responsabilidad de trabajar de dios en los estadios, pero desde el principio supo que era imposible dejar de hacerlo. «Necesito que me necesiten», confesó, cuando ya llevaba muchos años con el halo en la cabeza, sometido a la tiranía del rendimiento sobrehumano, empachado de cortisona y analgésicos y ovaciones, acosado por las exigencias de sus devotos y por el odio de sus ofendidos.
El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos. En España, cuando Goicoechea le pegó de atrás y sin la pelota y lo dejó fuera de las canchas por varios meses, no faltaron fanáticos que llevaron en andas al culpable de este homicidio premeditado, y en todo el mundo sobraron gentes dispuestas a celebrar la caída del arrogante sudaca intruso en las cumbres, el nuevo rico ése que se había fugado del hambre y se daba el lujo de la insolencia y la fanfarronería.
Después, en Nápoles, Maradona fue santa Maradona y san Gennaro se convirtió en san Gennarmando. En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto, iluminada por la corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del santo que sangra cada seis meses, y también se vendían ataúdes de los clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi. Los niños y los perros lucían pelucas de Maradona. Había una pelota bajo el pie de la estatua del Dante y el tritón de la fuente vestía la camisa azul del club Nápoles. Hacía más de medio siglo que el equipo de la ciudad no ganaba un campeonato, ciudad condenada a las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de fútbol, y gracias a Maradona el sur oscuro había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios italianos y europeos, el club Nápoles vencía, y cada gol era una profanación del orden establecido y una revancha contra la historia. En Milán odiaban al culpable de esta afrenta de los pobres salidos de su lugar, lo llamaban jamón con rulos. Y no sólo en Milán: en el Mundial del 90, la mayoría del público castigaba a Maradona con furiosas silbatinas cada vez que tocaba la pelota, y la derrota argentina ante Alemania fue celebrada como una victoria italiana.
Cuando Maradona dijo que quería irse de Nápoles, hubo quienes le echaron por la ventana muñecos de cera atravesados de alfileres. Prisionero de la ciudad que lo adoraba y de la camorra, la mafia dueña de la ciudad, él ya estaba jugando a contracorazón, a contrapié; y entonces, estalló el escándalo de la cocaína. Maradona se convirtió súbitamente en Maracoca, un delincuente que se había hecho pasas por héroe.
Más tarde, en Buenos Aires, la televisión transmitió el segundo ajuste de cuentas: detención en vivo y en directo, como si fuera un partido, para deleite de quienes disfrutaron el espectáculo del rey desnudo que la policía se llevaba preso.
«Es un enfermo», dijeron. Dijeron: «Está acabado». El mesías convocado para redimir la maldición histórica de los italianos del sur había sido, también, el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante un gol tramposo y otro gol fabuloso, que dejó a los ingleses girando como trompos durante algunos años; pero a la hora de la caída, el Pide de Oro no fue más que un farsante pichicatero y putañero. Maradona había traicionado a los niños y había deshonrado al deporte. Lo dieron por muerto.
Pero el cadáver se levantó de un brinco. Cumplida la penitencia de la cocaína, Maradona fue el bombero de la selección argentina, que estaba quemando sus últimas posibilidades de llegar al Mundial 94. Gracias a Maradona, llegó. Y en el Mundial, Maradona estaba siendo otra vez, como en los viejos tiempos, el mejor de todos, cuando estalló el escándalo de la efedrina.
La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, el precio se cobra al contado y sin descuentos. Y el propio Maradona regaló la justificación, por su tendencia suicida a servirse en bandeja de boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre a su camino.
Los mismos periodistas que lo acosan por los micrófonos, le reprochan su arrogancia y sus rabietas, y lo acusan de hablar demasiado. No les falta razón; pero no es eso lo que no pueden perdonarle: en realidad, los les gusta lo que a veces dice. Este petizo respondón y calentón tiene la costumbre de lanzar golpes hacia arriba. En el 86 y en el 94, en México y en Estados Unidos, denunció a la omnipotente dictadura de la televisión, que estaba obligando a los jugadores a deslomarse a mediodía, achicharrándose al sol, y en mil y una ocasiones más, todo a lo largo de su accidentada carrera, Maradona ha dicho cosas que han sacudido el avispero. Él no ha sido el único jugador desobediente, pero ha sido su voz la que ha dado resonancia universal a las preguntas más insoportables: ¿Por qué no rigen en el fútbol las normas universales del derecho laboral? Si es normal que cualquier artista conozca las utilidades del show que ofrece, ¿por qué los jugadores no pueden conocer las cuentas secretas de la opulenta multinacional del fútbol? Havelange calla, ocupado en otros menesteres, y Joseph Blatter, burócrata de la FIFA que jamás ha pateado una pelota pero anda en limusinas de ocho metros y con chofer negro, se limita a comentar:
-El último astro argentino fue Di Stéfano.
Cuando Maradona fue, por fin, expulsado del Mundial del 94, las canchas de fútbol perdieron a su rebelde más clamoroso. Y también perdieron a un jugador fantástico. Maradona es incontrolable cuando habla, pero mucho más cuando juega: no hay quien pueda prever las diabluras de este inventor de sorpresas, que jamás se repite y que disfruta desconcertando a las computadoras. No es un jugador veloz, torito corto de piernas, pero lleva la pelota cosida al pie y tiene ojos en todo el cuerpo. Sus arte malabares encienden la cancha. Él puede resolver un partido disparando un tiro fulminante de espaldas al arco o sirviendo un pase imposible, a lo lejos, cuando está cercado por miles de piernas enemigas; no hay quien lo pare cuando se lanza a gambetear rivales.
En el frígido fútbol de fin de siglo, que exige ganar y prohíbe gozar, este hombre es uno de los pocos que demuestra que la fantasía puede también ser eficaz.
Fuente: Galeano, E. (1995), El fútbol a sol y sombra, Siglo Veintiuno, México, D.F.

19/2/08

Camilo Cienfuegos

Por Eduardo Galeano
1958
Yaguajay
 Imagen tomada de https://bit.ly/2UZr3g0
Atravesando como por magia bombardeos y emboscadas, las columnas invasoras llegan al centro de la isla. Queda Cuba cortada en dos cuando Camilo Cienfuegos se hace dueño del cuartel de Yaguajay, tras once días de combate, y el Che Guevara entra en la ciudad de Santa Clara. La fulminante ofensiva arrebata a Batista la mitad del país.
Camilo Cienfuegos es corajudo y glotón. Pelea tan de cerca que cuando mata pesca en el aire, sin que toque el suelo el fusil del enemigo. Varias veces ha estado a punto de morir de bala y una vez casi murió de cabrito, por engullir un cabrito entero después de mucho tiempo de andar comiendo un día no y otro tampoco.
Camilo tiene barba y melena de profeta bíblico, pero no es hombre de ceño fruncido sino de risa abierta de oreja a oreja. La gesta épica que más lo enorgullece es aquella ocasión en que engañó a una avioneta militar, en la sierra, echándose encima un botellón de yodo y acostándose, quietito, con los brazos en cruz.
Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

Juan Almeida

Por Eduardo Galeano
1957
El Uvero
 Imagen tomada de https://bit.ly/2WiFkVy
Juan Almeida dice que tiene adentro una alegría que todo el tiempo le hace cosquillas y lo obliga a reír y a saltar, muy porfiada alegría si se tiene en cuenta que Almeida nació pobre y negro en esta isla de playas privadas cerradas a los pobres por pobres y a los negros porque tiñen el agua, y que para más maldición decidió hacerse peón de albañil y poeta, y que por si fueran pocas las complicaciones echó a rodar la vida en este juego de dados de la revolución cubana y fue conquistador del Moncada y fue condenado a prisión y a destierro y fue navegante del Granma antes de ser el guerrillero que está siendo y que acaba de recibir dos balazos, no mortales pero jodidos, uno en la pierna izquierda y otro en el hombro, durante el combate de tres horas contra el cuartel del Uvero, a orillas de la mar.
Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

17/2/08

A veces no me entendieron

Por Ernesto Che Guevara
Queridos viejos:
Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.
Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida. Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico; lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.
Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consciente, mi marxismo está enraizado y depurado. Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.
Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco pero está dentro del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo.
Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron.
No era fácil entenderme, por otra parte, créanme, solamente, hoy. Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas flácidas y unos pulmones cansados. Lo haré.
Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX. Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos. Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes.
Ernesto
Fuente: La cita procede de Turner Martí, L. (2007), del pensamiento pedagógico de Ernesto Che Guevara, Editorial Capitán San Luis, La Habana.

15/2/08

Sabios

Por Sócrates
No obstante, al examinarlo… [a un político con reputación de sabio] descubrí, atenienses, que muchos le tenían por sabio –empezando por él mismo–, pero que no lo era. Intenté entonces demostrarle que se creía sabio, pero que se equivocaba. A causa de ello me gané su enemistad y la de muchos que estaban delante.
Cuando les dejé, me iba diciendo:
–Yo soy más sabio que este. Puede que ninguno de los dos sepamos realmente nada que valga la pena, pero él cree saber algo, y no lo sabe; mientras que yo, que tampoco sé nada, no creo saber nada. Parece, pues, que al no creer saber lo que no sé, soy una pizca más sabio.
A continuación me dirigí a otro que pasaba por ser más sabio que el primero, y saqué la misma conclusión. Y también en este caso me atraje su enemistad y la de muchos que le rodeaban.
Fuente: La cita procede de Boorstin, D. (1988), Los pensadores, Crítica, Barcelona.

14/2/08

Una pequeña ramita

Por Stephen Jay Gould
Puede que el Homo sapiens sea la especie más sesuda de todas, pero representamos sólo una pequeña ramita, que surgió apenas ayer, de una única rama del arbusto de la vida, completamente arborescente. Este arbusto no presenta ninguna dirección preferente de crecimiento, mientras que nuestra rama de los vertebrados, relativamente pequeña, no es más que una entre muchas, ni siquiera pimus inter pares. … El Homo sapiens es una única especie entre unas doscientas especies de primates, en una rama de unas cuatro mil especies de mamíferos, en una rama mayor de casi cuarenta mil especies de vertebrados, en un cepo de animales dominado por más de un millón de especies descritas de insectos. Los otros cepos del arbusto de la vida poseen una mayor duración y unas mayores perspectivas de éxito continuado, mientras que las bacterias constituyen el tronco principal y siempre han dominado la historia de la vida según criterios de diversidad, flexibilidad, gama de hábitats y modos de vida, y por el mero peso de los números.
Fuente: Gould, S. J. (1999), Ciencia versus religión, Crítica, Barcelona.

12/2/08

Omar Torrijos

Por Eduardo Galeano
1978
Ciudad de Panamá
Imagen tomada de https://bit.ly/2TSVlVB
Dice el general Omar Torrijos que él no quiere entrar en la Historia. Él quiere entrar nada más que en la zona del canal, que los Estados Unidos usurpan a Panamá desde principios de siglo. Por eso está recorriendo el mundo al derecho y al revés, país por país, de gobierno en gobierno, de tribuna en tribuna. Cuando lo acusan de servir a Moscú o a La Habana, Torrijos se ríe a carcajadas: dice que cada pueblo tiene su propia aspirina para su propio dolor de cabeza y que él se lleva mejor con los castristas que con los castrados.
Por fin, caen las alambradas. Los Estados Unidos, empujados por el mundo entero, firman un tratado que restituye a Panamá, por etapas, el canal y la zona prohibida.
Más vale a –dice Torrijos, con alivio. Le han evitado la desagradable tarea de volar el canal con todas sus instalaciones.
Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

4/2/08

Generosidad y gallardía

Por Tomás Borge
Cuando el pueblo cubano tomó el poder, los revolucionarios de todo el mundo olfateamos la magnitud del cambio, el entierro del determinismo geográfico y el parto del dirigente más atractivo y elocuente de la época contemporánea.
Cuba se volcó, como ninguna otra experiencia histórica, en la más apasionada y desmedida solidaridad hacia causas que fuesen o que pareciesen justas. Son tantos los países y tantos los seres humanos favorecidos por el afecto que, en las actuales circunstancias de la isla, deberían ser incontables los que están –o deberían estar– agradecidos.
Cuba donó petróleo y cuerdas de guitarra; donó sangré para los heridos en los terremotos y sangre en los campos de batalla de América Latina y África. Cuba cantó canciones de cuna, boleros, himnos de amor y de pelea en los oídos de los pueblos, distribuyó metáforas y medicinas incorporándose, sin atrasos, a cualquier reclamo. Ese estilo lo creó Fidel Castro.
La eventual desaparición de la Revolución Cubana sería un golpe demoledor para las esperanzas de nuestros pueblos. También sería desastroso para los gobiernos del hemisferio, que verían reducidos sus espacios de independencia y soberanía frente a Estados Unidos; incrementándose, a la vez, el riesgo del retorno de los militares reaccionarios –en América hay muchos que no lo son- agazapados a la espera de mejores oportunidades.
Cuba es un seguro de vida a la independencia creciente de los países latinoamericanos. En ese contexto, no fue casual que, contra todo pronóstico, los presidentes iberoamericanos reunidos en julio de 1991 en Guadalajara –sin la presencia, detrás de las cortinas, de Washington- fuesen respetuosos de Cuba y exigentes, a la vez, con el derecho a la autodeterminación de nuestros países.
Al respecto, he hablado con distintos dirigentes de la región, muchos de ellos miembros de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL), y la mayoría coinciden en ese punto de vista.
Lo más hermosos de Cuba ha sido su generosidad y lo más admirable su gallardía.
Estamos obligados a retribuir, sin demora, al menos un décimo de su ilimitada entrega. Y creo que donde podemos ser útiles es en la denuncia del inhumano bloqueo norteamericano. Hay que convencer a la opinión pública internacional y, sobre todo, a la de Estados Unidos, para que el gobierno de ese país cambie su política arcaica, irracional y cruel contra Cuba. Es nuestra única forma de ser decentes.
Habrá una mañana no demasiado remota en que en los Estados Unidos se anuncie la llegada de la sensatez y del respeto, en que se concluya el engreimiento atroz, en que termine su vocación de padrastro y asuma el papel de hermano.
¿Llegará el instante en que ese país se parezca más a ese otro país, el de los grandes sectores de norteamericanos que se inscriben en las causas más nobles, en el respeto y el cariño por otros pueblos?
¿Podrán reconocer la injusticia de la guerra contra Nicaragua que significó, para todos los nicaragüenses, ríos caudalosos de sangre? ¿Podrán alguna vez los Estados Unidos autocriticarse por sus intentos de asesinar a Fidel Castro? ¿Podrán arrepentirse por haber bombardeado el hogar de Gadhafi? ¿Develarán el misterio del asesinato de Kennedy?
Estás preguntas endulzarán el oído del género humano sólo cuando haya desaparecido el imperialismo.
Fuente: Borge, T. (1992), Un grano de maíz, Tierra firme, México, D.F.

1/2/08

Derechos umanos

Por Ramiro Díez
Sucedió hace algunos días en una ciudad latinoamericana de cuyo nombre no puedo acordarme: dos grafiteros fueron sorprendidos in-fraganti por la policía, cuando sobre los muros ensayaban frases juguetonas, con vuelos de poesía y libertad.
La detención fue rutinaria y hasta con algunos gestos amables. Los muchachos fueron llevados a un oscuro centro de detención y allí sirvieron como conejillos de indias a un grupo de anónimos alumnos, que se preparaban para distintas tareas, entre ellas, combatir la insurgencia.
Allí fueron encapuchados, y –la verdad, solo la verdad–, al principio solo medianamente golpeados, como una liturgia llevada a cabo sin mucho interés, aunque los interrogatorios sí fueron rudos e incluían severas amenazas:
-¿Nombre verdadero?
-Ya… ya le dije cómo me llamo, mire mis papeles…
-¿Nombre de combate?
-¿Quéééééé?
-¿Qué países ha visitado en los últimos tres años?
-¿Quéééééé?
-¿Qué amigos extranjeros conoce?
-A Paola, que es chilena, y a Galo, que es ecuatoriano…
-¿Quién le financia los aerosoles?
-¿Quéééééé?
-¿Qué significa esa figura rara con la que firma el grafiti?
-Es un reloj con una serpiente… es una joda…
-¿Es un signo árabe?
-¿Quéééééé?
Los agentes se turnaban en el interrogatorio, y en el papel que asumían: al violento lo reemplazaba el policía gentil y comprensivo, que les ofrecía café y cigarros, y una reducción de penas si confesaban y delataban a quienes tenían que delatar.
Y luego volvía el violento. Y enseguida regresaba el que, con vocación de monja, por alguna razón extraña se había metido a los cuerpos secretos.
Vacilantes, incomunicados, chapaleando en medio de sus orines y en una total confusión, con la voluntad y la autoestima quebradas, cuando pensaban que ya no existía ninguna luz, en un momento, afuera de la celda, los detenidos escucharon los murmullos de sus torturadores:
-¡Ya viene el capitán Velasco! repetían con frecuencia y con voz de terror.
-Que no sepa lo de los detenidos porque mi capitán Velasco es especialista en derechos humanos.
Y esas palabras “Derechos Humanos”, sonaron como música para los detenidos.
Entonces escucharon una voz:
-Todos firmes y saluden al capitán Velasco.
-¡Buena noches, mi capitán Velasco!, respondieron los guardias en coro.
-¿Hay detenidos?, preguntó el recién llegado, el capitán Velasco, el especialista en derechos humanos. Nadie fue capaz de responder.
-¡Carajo! Pregunté si hay detenidos, gritó Velasco.
Como nadie decía nada, los muchachos, desde el fondo de la celda, gritaron:
-¡Acá, mi capitán, acá estamos maltratados, Capitán Velasco!
El capitán Velasco pateó la puerta de la celda, encendió la luz, y retiró la capucha de la cabeza de los detenidos.
-¡Aplíquenle los derechos humanos a este par de hijueputas!, dijo Velasco, y señaló un equipo de tortura eléctrica que tenía un letrero escrito con sangre seca que decía: “Derecho Umanos”, así, sin hache.
Como nunca confesaron nada, ninguno de los dos grafiteros sobrevivió.
Fuente: Díez, R. (2004), Páginas con Cierto Sentido, Impresores MYL, Quito.