1/2/08

Derechos umanos

Por Ramiro Díez
Sucedió hace algunos días en una ciudad latinoamericana de cuyo nombre no puedo acordarme: dos grafiteros fueron sorprendidos in-fraganti por la policía, cuando sobre los muros ensayaban frases juguetonas, con vuelos de poesía y libertad.
La detención fue rutinaria y hasta con algunos gestos amables. Los muchachos fueron llevados a un oscuro centro de detención y allí sirvieron como conejillos de indias a un grupo de anónimos alumnos, que se preparaban para distintas tareas, entre ellas, combatir la insurgencia.
Allí fueron encapuchados, y –la verdad, solo la verdad–, al principio solo medianamente golpeados, como una liturgia llevada a cabo sin mucho interés, aunque los interrogatorios sí fueron rudos e incluían severas amenazas:
-¿Nombre verdadero?
-Ya… ya le dije cómo me llamo, mire mis papeles…
-¿Nombre de combate?
-¿Quéééééé?
-¿Qué países ha visitado en los últimos tres años?
-¿Quéééééé?
-¿Qué amigos extranjeros conoce?
-A Paola, que es chilena, y a Galo, que es ecuatoriano…
-¿Quién le financia los aerosoles?
-¿Quéééééé?
-¿Qué significa esa figura rara con la que firma el grafiti?
-Es un reloj con una serpiente… es una joda…
-¿Es un signo árabe?
-¿Quéééééé?
Los agentes se turnaban en el interrogatorio, y en el papel que asumían: al violento lo reemplazaba el policía gentil y comprensivo, que les ofrecía café y cigarros, y una reducción de penas si confesaban y delataban a quienes tenían que delatar.
Y luego volvía el violento. Y enseguida regresaba el que, con vocación de monja, por alguna razón extraña se había metido a los cuerpos secretos.
Vacilantes, incomunicados, chapaleando en medio de sus orines y en una total confusión, con la voluntad y la autoestima quebradas, cuando pensaban que ya no existía ninguna luz, en un momento, afuera de la celda, los detenidos escucharon los murmullos de sus torturadores:
-¡Ya viene el capitán Velasco! repetían con frecuencia y con voz de terror.
-Que no sepa lo de los detenidos porque mi capitán Velasco es especialista en derechos humanos.
Y esas palabras “Derechos Humanos”, sonaron como música para los detenidos.
Entonces escucharon una voz:
-Todos firmes y saluden al capitán Velasco.
-¡Buena noches, mi capitán Velasco!, respondieron los guardias en coro.
-¿Hay detenidos?, preguntó el recién llegado, el capitán Velasco, el especialista en derechos humanos. Nadie fue capaz de responder.
-¡Carajo! Pregunté si hay detenidos, gritó Velasco.
Como nadie decía nada, los muchachos, desde el fondo de la celda, gritaron:
-¡Acá, mi capitán, acá estamos maltratados, Capitán Velasco!
El capitán Velasco pateó la puerta de la celda, encendió la luz, y retiró la capucha de la cabeza de los detenidos.
-¡Aplíquenle los derechos humanos a este par de hijueputas!, dijo Velasco, y señaló un equipo de tortura eléctrica que tenía un letrero escrito con sangre seca que decía: “Derecho Umanos”, así, sin hache.
Como nunca confesaron nada, ninguno de los dos grafiteros sobrevivió.
Fuente: Díez, R. (2004), Páginas con Cierto Sentido, Impresores MYL, Quito.

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