4/2/08

Generosidad y gallardía

Por Tomás Borge
Cuando el pueblo cubano tomó el poder, los revolucionarios de todo el mundo olfateamos la magnitud del cambio, el entierro del determinismo geográfico y el parto del dirigente más atractivo y elocuente de la época contemporánea.
Cuba se volcó, como ninguna otra experiencia histórica, en la más apasionada y desmedida solidaridad hacia causas que fuesen o que pareciesen justas. Son tantos los países y tantos los seres humanos favorecidos por el afecto que, en las actuales circunstancias de la isla, deberían ser incontables los que están –o deberían estar– agradecidos.
Cuba donó petróleo y cuerdas de guitarra; donó sangré para los heridos en los terremotos y sangre en los campos de batalla de América Latina y África. Cuba cantó canciones de cuna, boleros, himnos de amor y de pelea en los oídos de los pueblos, distribuyó metáforas y medicinas incorporándose, sin atrasos, a cualquier reclamo. Ese estilo lo creó Fidel Castro.
La eventual desaparición de la Revolución Cubana sería un golpe demoledor para las esperanzas de nuestros pueblos. También sería desastroso para los gobiernos del hemisferio, que verían reducidos sus espacios de independencia y soberanía frente a Estados Unidos; incrementándose, a la vez, el riesgo del retorno de los militares reaccionarios –en América hay muchos que no lo son- agazapados a la espera de mejores oportunidades.
Cuba es un seguro de vida a la independencia creciente de los países latinoamericanos. En ese contexto, no fue casual que, contra todo pronóstico, los presidentes iberoamericanos reunidos en julio de 1991 en Guadalajara –sin la presencia, detrás de las cortinas, de Washington- fuesen respetuosos de Cuba y exigentes, a la vez, con el derecho a la autodeterminación de nuestros países.
Al respecto, he hablado con distintos dirigentes de la región, muchos de ellos miembros de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL), y la mayoría coinciden en ese punto de vista.
Lo más hermosos de Cuba ha sido su generosidad y lo más admirable su gallardía.
Estamos obligados a retribuir, sin demora, al menos un décimo de su ilimitada entrega. Y creo que donde podemos ser útiles es en la denuncia del inhumano bloqueo norteamericano. Hay que convencer a la opinión pública internacional y, sobre todo, a la de Estados Unidos, para que el gobierno de ese país cambie su política arcaica, irracional y cruel contra Cuba. Es nuestra única forma de ser decentes.
Habrá una mañana no demasiado remota en que en los Estados Unidos se anuncie la llegada de la sensatez y del respeto, en que se concluya el engreimiento atroz, en que termine su vocación de padrastro y asuma el papel de hermano.
¿Llegará el instante en que ese país se parezca más a ese otro país, el de los grandes sectores de norteamericanos que se inscriben en las causas más nobles, en el respeto y el cariño por otros pueblos?
¿Podrán reconocer la injusticia de la guerra contra Nicaragua que significó, para todos los nicaragüenses, ríos caudalosos de sangre? ¿Podrán alguna vez los Estados Unidos autocriticarse por sus intentos de asesinar a Fidel Castro? ¿Podrán arrepentirse por haber bombardeado el hogar de Gadhafi? ¿Develarán el misterio del asesinato de Kennedy?
Estás preguntas endulzarán el oído del género humano sólo cuando haya desaparecido el imperialismo.
Fuente: Borge, T. (1992), Un grano de maíz, Tierra firme, México, D.F.

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