Por Roberto Bolaño
Una noche, mientras hacíamos el amor,
Maciste me preguntó de qué color era su semen. Yo estaba pensando en las
monedas de oro y la pregunta, no sé por qué, me pareció de lo más pertinente.
Le dije que sacara su pene. Luego le quité el condón y lo masturbé unos
segundos. Me quedó la mano llena de semen.
–Es
dorado –le dije–. Como oro fundido.
Maciste
se rio.
–No
creo que puedas ver en la oscuridad –dijo.
–Puedo
ver –le dije.
–Yo
creo que mi semen cada día que pasa es más negro –dijo.
Durante
un rato me quedé pensando en lo que quería decir con eso.
–No
seas aprensivo –le dije.
Después me fui a la ducha
y cuando volví Maciste ya no estaba en la habitación. Sin encender ninguna luz
lo fui a buscar al gimnasio. Tampoco estaba allí. Así que me fui a la galería y
estuve un rato contemplando el jardín y la sombra de los muros vecinos.
La
verdad es que el semen de Maciste no era dorado.
Fuente: Bolaño, R. (2002), Una novelita lumpen, Random House, Barcelona.