Se suele justificar la prostitución voluntaria –para diferenciarla de la
prostitución forzada o trata– argumentando que las mujeres pueden hacer con su
cuerpo lo que se les ocurra, y que el trabajo sexual es tan respetable como el
del panadero, él trabaja con sus manos y ellas con su sexo. Es cierto que los
adultos deberíamos tener toda la libertad para hacer lo que nos plazca, siempre
que mantengamos un mínimo respeto por el resto, y no es difícil encontrar testimonios
de prostitutas que se encuentran satisfechas con su trabajo. Pero por qué nos encerramos
en lo que es, sin imaginar lo que podría llegar a ser. No sé de ninguna mujer bien
instalada en la clase media que se gane la vida acostándose con el primero que
se le acerca, arriesgando su salud y su integridad, a cambio de veinte dólares.
Si sabemos que la marginación y la falta de oportunidades, o una educación
deficiente, empujan a muchas mujeres a la prostitución, ¿por qué no apoyamos en
serio las medidas dirigidas a ampliar las oportunidades de todos, en primer
lugar de los más débiles? Las putas felices que pueblan las novelas de García
Márquez pueden ser encantadoras en la ficción, pero lo que necesitamos en la realidad
es maximizar el bienestar y la felicidad. Avanzaríamos mucho si todas las
mujeres pudiesen ganarse la vida con tareas que estimulen su creatividad.
Lo más leído el último mes
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario