25/6/20

Benito y yo

Por Jesús Mosterín
Los guacamayos azules son los psitácidos de mayor tamaño: de 70 cm a 1 m de longitud y más de 130 cm de envergadura. Son animales magníficos, de colores llamativos, inteligentes y de fácil comunicación. Aunque legalmente protegidos en Brasil y Bolivia, están en peligro de extinción. Los indios los capturan furtivamente para vender ejemplares vivos (y con frecuencia pronto muertos) a los traficantes de animales exóticos y también para hacer con sus plumas gorros que venden a los turistas. A esto se une la reducción de su hábitat por talas e incendios provocados para roturar la selva. Benito es un guacamayo azul (Anodorhynchus hyacinthinus) grande e inteligente que desde hace tiempo reside en el Aviario Nacional de Pittsburgh (Pennsylvania), solo en una jaula y con ganas de contactos sociales. Yo estuve todo el curso 1996-1997 en Pittsburgh como fellow del Center for Philosophy of Science. Durante mi estancia visité varias veces a Benito en su aviario y entablé una relación de amistad con él. Cada vez que lo visitaba, se alegraba y trataba de llamar mi atención y de impresionarme con sus proezas acrobáticas, lo que indudablemente conseguía. No quería que me fuese. La última vez que lo vi, me daba y agarraba la mano y solo la soltaba para realizar ante mis ojos acrobacias como colgarse del techo de la jaula por el pico. Obviamente tenía una vida psíquica intensa. Me despedí de él con un nudo en la garganta.
Fuente: Mosterín, J. (2013), El reino de los animales, Alianza Editorial, Madrid.

18/6/20

Lo que hay que hacer

Por Noam Chomsky
Durante el periodo de gran crecimiento económico de las décadas de 1950 y 1960 (aunque en realidad el crecimiento se inició incluso antes), los impuestos a las clases pudientes eran mucho más elevados; los impuestos a las grandes empresas eran mucho más elevados; los impuestos sobre los dividendos eran mucho más elevados. Sencillamente los impuestos a la riqueza eran mucho más elevados. Pues bien, esto se ha modificado y ahora la tendencia es reducir los impuestos de los muy ricos. El sistema tributario se ha rediseñado de manera que los impuestos a los ricos se reduzcan y, en consecuencia, aumente la carga fiscal del resto de la población. La tendencia actual es intentar gravar únicamente los salarios y el consumo, que afectan a todos, y no, por ejemplo, los dividendos, que es algo que sólo afecta a los ricos. Esto ha supuesto un colosal desplazamiento de la carga fiscal. Las cifras son impresionantes.
Pero hay un pretexto; siempre hay un pretexto. En este caso es: «Eso aumenta la inversión y los puestos de trabajo». Pero no hay nada que lo pruebe. Si se desea aumentar los puestos de trabajo, si se desea aumentar las inversiones, lo que hay que hacer es aumentar la demanda. Si hay demanda, los inversores invertirán para satisfacerla. Si se desea aumentar la inversión, hay que proporcionar dinero a los pobres y a la clase trabajadora para que se lo gaste, no en yates ni en lujo ni en vacaciones en el Caribe, sino en bienes de consumo. Tienen que mantenerse con vida, por lo que gastarán sus ingresos. Eso estimula la producción, estimula la inversión, conduce a un aumento de puestos de trabajo, etcétera.
Fuente: Chomsky, N. (2017), Réquiem por el sueño americano, Sexto Piso, Madrid.

11/6/20

El gobierno de Mao

Por Jung Chang y Jon Halliday
En aquel momento [1975], cumplidos veinticinco años de mandato de Mao, la mayoría de la población vivía en una pobreza y miseria extremas. En las áreas urbanas, que eran las más privilegiadas, el racionamiento de comida, ropa y artículos básicos seguía aplicándose con el mayor rigor. Era frecuente que tres generaciones de la misma familia vivieran apelotonadas en una pequeña habitación, dado que bajo el gobierno de Mao la población de las ciudades había aumentado en 100 millones de personas y sin embargo se habían construido muy pocas viviendas y las obras de mantenimiento sencillamente no existían. Las prioridades de Mao, y también la calidad de vida, podían estimarse a partir del dato de que la inversión total en servicios urbanos (incluyendo agua corriente, electricidad, transporte público, alcantarillado, etcétera) durante el periodo 1965-1975 representó menos del 4 por ciento de la destinada a la industria armamentística. La salud y la educación habían caído muy por debajo del ya ínfimo porcentaje de inversión que habían recibido en los inicios del mandato de Mao. En el campo, la mayoría de la población seguía viviendo al borde la inanición. En algunos lugares, había mujeres adultas que tenían que ir completamente en cueros porque no tenían ropa para cubrirse. En la ciudad de Yan'an, la antigua capital de Mao, la gente era más pobre entonces que antes de la llegada de los comunistas, cuatro décadas antes. La ciudad estaba abarrotada de mendigos hambrientos a los que se les apresaba y llevaba detenidos cuando llegaban extranjeros a admirar el antiguo cuartel general de Mao, para a continuación deportarles a sus pueblos.
Fuente: Chang, J. y J. Halliday (2005), Mao, Taurus, Madrid.

4/6/20

Bienestar y felicidad

Por Jesús Mosterín
Cada especie animal tiene su tipo de bienestar, lo que Aristóteles llamaba su bien. Este bienestar depende de condiciones objetivas (sus intereses) que determinan su supervivencia, su salud, su ausencia de dolor y el despliegue de sus capacidades y actividades características. El bienestar del humán estriba también en la satisfacción de una serie de intereses característicos: supervivencia, seguridad, salud, libertad, dinero, tranquilidad, compañía, conversación, amistad, amor, sexo, información, contemplación intelectual, contacto con la naturaleza, actividad artística, ausencia de dolor, de miedo, de ansiedad y de depresión. En definitiva, el bienestar es aquello que todos –en la medida en que no estemos alienados– deseamos, la base común de la buena vida que todos perseguimos, con independencia de los fines más originales o personales que cada uno de nosotros también tenga.
El placer es una sensación especialmente agradable y normalmente de corta duración que acompaña a determinadas vivencias y experiencias. Cuando el placer es intenso, llena completamente nuestra conciencia, y, mientras dura, nos produce una gran satisfacción. Las vivencias que producen placer varían según los individuos. Lo que al uno le produce placer al otro le repugna. Y no todos experimentan los placeres con la misma intensidad.
¿Qué relación hay entre bienestar y placer? El bienestar es más universal y objetivo, el placer es más idiosincrásico y subjetivo. En definitiva, el bienestar es una situación en la que se dan una compleja serie de condiciones objetivas físicas y sociales; el placer consiste en la excitación electroquímica de determinadas zonas del cerebro. El bienestar es un estado permanente o al menos de larga duración; el placer es una experiencia momentánea. El bienestar incluye esencialmente la posibilidad real de buscar y encontrar placer, pero no el placer mismo. Podemos vivir bien, podemos vivir en bienestar, sin experimentar placeres. A la inversa, podemos experimentar placeres muy intensos, aun viviendo en la miseria, aun viviendo mal. El placer es la sal de la vida. El bienestar es el plato de resistencia. El bienestar sin placer es bienestar soso e insípido, pero bienestar al fin y al cabo. Y el placer sin bienestar no alimenta, pero encandila.
El campo del placer es un asunto privado de los individuos. El bienestar, por el contrario, es el tema y el fin central de toda política racional. Los factores del bienestar son objetivos, en gran parte sociales e iguales o similares para todos. La finalidad de la acción política (colectiva) no es el engorde y la gloria de algún animal metafísico, como la patria, ni la realización sobre la Tierra de los ideales o profecías de alguna doctrina, ni el cumplimiento de abstractos principios morales o jurídicos. La finalidad de la acción política racional es conseguir el máximo bienestar para todos los afectados. Este es el rasero por el que el agente racional sopesa y juzga todos los programas, instituciones y sistemas políticos y económicos.
Podemos disfrutar de bienestar y placeres. Esto garantiza que no somos desgraciados; pero no garantiza en modo alguno que seamos felices. Podemos nadar en la abundancia, estar sanos, gozar de placeres hasta la saciedad y, sin embargo, sentir un vacío y una sequedad interiores, una sensación de hastío y de desgana, constatar que nuestra vida carece de sentido, que no hemos sabido encauzarla.
Nuestros fines se dividen en dos clases: los interesados y los desinteresados. El bienestar consiste en la satisfacción de nuestros fines interesados. Pero el bienestar puede ir acompañado de la ausencia de fines desinteresados o de su frustración. En ese caso vivimos bien, pero no somos felices. Un padre o una madre no son felices si sus infantes son desgraciados, aunque ellos vivan bien, pues han incluido el bienestar de sus infantes entre sus propios fines (desinteresados). Un amante de la naturaleza no es feliz si los bosques que lo rodean son talados o degradados, si los animales silvestres que él ama son cazados o exterminados, aunque mantenga un adecuado nivel de bienestar, pues ha incluido la salvación de esas parcelas de naturaleza entre sus propios fines (desinteresados). El grado en que un investigador o un artista consigan la felicidad depende a veces de que logren o no descubrir o crear lo que pretenden, aun en el caso de que ello no afecte para nada a su bienestar.
Si bien puede haber bienestar sin felicidad, no puede haber felicidad sin bienestar. Como ya señalaba Aristóteles, los que dicen que el humán bueno puede ser feliz incluso padeciendo tortura o infortunio no saben lo que dicen. El concepto (de origen religioso) de una felicidad ajena al bienestar juega un papel ideológico, en la acepción peyorativa marxiana de esa palabra, como consuelo ilusorio por la desgraciada situación real y como alienación que impide tomar conciencia de esa situación y superarla.
Si estamos enfermos, no somos felices. Si tenemos frío o hambre crónicas, no somos felices. Atemorizados o perseguidos, no somos felices. Si vivimos en continuo agobio, zozobra o depresión, no somos felices. Si permanecemos alejados de la naturaleza, del arte y del placer, no somos felices. Si vivimos mal, no somos felices. Podemos alegrarnos de que les vaya bien a los humanes que amamos, de que se acabe con el exterminio de los cachalotes, de probar un nuevo teorema. Si a pesar de ello nos va mal y nos vemos presos, pobres y enfermos, no somos felices. En resumen, sin bienestar no somos felices.
De todos modos, el bienestar no basta para que seamos felices, aunque lo sazonemos de placeres. ¿Qué más hace falta? Hace falta dar un sentido a nuestra vida, marcarle fines (en parte desinteresados) y tener éxito en su consecución. Somos felices si vivimos bien y además nuestra vida está orientada hacia fines y vemos que poco a poco los vamos consiguiendo. La felicidad es igual a bienestar + consecución de nuestros fines últimos. Como ya sabía Aristóteles, la felicidad consiste en vivir bien y actuar con sentido y éxito. Como ya hemos señalado, actualmente se tiende a distinguir dos componentes principales en la felicidad: un componente hedonista, de placer y bienestar, y un componente de satisfacción íntima por la consecución de nuestras metas más importantes. El estudiante que no logra acabar los estudios que se había propuesto cursar no es feliz, aunque viva confortablemente. Y los placeres no apagan la frustración que nos produce el fracasar en nuestro empeño más importante.
Vivir en bienestar, gozar de los placeres terrenales, dar un sentido a nuestra vida marcándole metas capaces de hacernos vibrar y de tensar nuestras energías, esforzarnos en su consecución y observar que vamos teniendo éxito en la empresa: he ahí la felicidad. En la medida en que lo hayamos logrado, habremos sido felices. La felicidad es lo mejor a que el humán puede aspirar, y todos oscuramente aspiramos a ella. Si somos racionales, tratamos de conseguirla de un modo consciente y eficaz. La racionalidad es el método para maximizar nuestra consecución de la felicidad.
La felicidad que alcancemos no depende solo de lo racionales que seamos, de nuestro mérito, nuestra inteligencia o nuestra acción. En gran parte depende también de la suerte que tengamos, del destino. Según que seamos más o menos guapos o feos, fuertes o débiles, equilibrados o depresivos, de familia o país rico o pobre, la consecución de la felicidad será más o menos fácil para nosotros. Además, el día menos pensado un accidente imprevisible siega la vida de nuestros allegados y nos sume en la soledad, o nos deja ciegos o tullidos, menguando cruelmente nuestras posibilidades de felicidad.
Es absurdo negar el destino o rasgarse las vestiduras ante sus golpes ciegos. Al destino y a la muerte solo cabe mirarlos cara a cara y aceptarlos, como aceptamos la presencia de las montañas y el carecer de plumas. Pero el destino no solo golpea. También ofrece a veces oportunidades inesperadas de bienestar, place o deleitosa contemplación. Si las dejamos pasar, nuestra felicidad saldrá disminuida. Por eso el agente racional está siempre alerta y despierto, dispuesto a echar mano con energía y decisión de las oportunidades que el destino le depare. Entre la muerte y el destino nos queda siempre un cierto margen de maniobra y libertad. Sobre ese estrecho margen construimos el frágil edificio de nuestra felicidad posible.
Entre la algarabía de los brujos, los agitadores y los mercaderes, que pretenden hacernos olvidar nuestros propios intereses y embarcarnos en batallas que no son las nuestras, y el majestuoso caos de un universo indiferente, que constantemente nos recuerda la futilidad de nuestras metas, avanzamos. Avanzamos sin mirar atrás, siguiendo el rumo que nosotros mismo nos hemos marcado, y a la espera de caer en la inevitable emboscada que la muerte nos ha tendido, escrutamos el camino y gozamos con fruición desengañada de los frutos que crecen a su vera. Y así hacemos del camino hacia la muerte una fiesta y una exploración.
Fuente: Mosterín, J. (1978), Lo mejor posible, Alianza Editorial, Madrid.