Por Noam Chomsky
Durante el periodo de gran crecimiento
económico de las décadas de 1950 y 1960 (aunque en realidad el crecimiento se
inició incluso antes), los impuestos a las clases pudientes eran mucho más
elevados; los impuestos a las grandes empresas eran mucho más elevados; los
impuestos sobre los dividendos eran mucho más elevados. Sencillamente los
impuestos a la riqueza eran mucho más elevados. Pues bien, esto se ha
modificado y ahora la tendencia es reducir los impuestos de los muy ricos. El
sistema tributario se ha rediseñado de manera que los impuestos a los ricos se
reduzcan y, en consecuencia, aumente la carga fiscal del resto de la población.
La tendencia actual es intentar gravar únicamente los salarios y el consumo,
que afectan a todos, y no, por ejemplo, los dividendos, que es algo que sólo
afecta a los ricos. Esto ha supuesto un colosal desplazamiento de la carga
fiscal. Las cifras son impresionantes.
Pero hay un pretexto;
siempre hay un pretexto. En este caso es: «Eso aumenta la inversión y los puestos
de trabajo». Pero no hay nada que lo pruebe. Si se desea aumentar los puestos
de trabajo, si se desea aumentar las inversiones, lo que hay que hacer es
aumentar la demanda. Si hay demanda, los inversores invertirán para
satisfacerla. Si se desea aumentar la inversión, hay que proporcionar dinero a
los pobres y a la clase trabajadora para que se lo gaste, no en yates ni en
lujo ni en vacaciones en el Caribe, sino en bienes de consumo. Tienen que
mantenerse con vida, por lo que gastarán sus ingresos. Eso estimula la
producción, estimula la inversión, conduce a un aumento de puestos de trabajo,
etcétera.
Fuente: Chomsky, N. (2017), Réquiem por el sueño
americano, Sexto Piso,
Madrid.
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