26/10/18

Los libros se manchan

Aunque se tomen todas las precauciones, los libros se manchan. Si los forras con plástico transparente, quedan a salvo del polvo y el agua, pero siguen vulnerables a las lepismas, esos bichos con antenas tan largas como su cuerpo que se cuelan por la rendija que forman la tapa y la primera página, y se quedan a vivir allí hasta que la luz del día los espanta. Las lepismas, si no han muerto, huyen, pero no se van las manchas que son su herencia. Los libros también se manchan por causas poco previsibles. Un mal día entró una paloma a mi cuarto de estudio desde la terraza, y aunque la puerta permaneció abierta, no hallaba la salida. Luego de golpearse una y otra vez contra el vidrio de la ventana, se posó en una de las estanterías. Al verme se llenó de miedo y empezó a derramar heces por doquier. Yo también me llené de miedo y quedé paralizado, hasta que un familiar vino en mi auxilio y la sacó («solo tenías que abrir la ventana»). Al limpiar los estragos encontré que el excremento había caído sobre todo en mi ejemplar del Ulises de Joyce, y aunque lo limpié con sumo cuidado, quedó manchado para siempre. Me consolé ojeando las sentencias que había subrayado en esa novela, sentencias trágicas como «No sabemos nada excepto que vivió y sufrió.» o inquietantes como «Tres agujeros todas las mujeres.». Las manchas no estropean los mejores libros.

13/10/18

Buda versus Nietzsche

Por Bertrand Russell
La cuestión es: Si Buda y Nietzsche fueran enfrentados, ¿podría alguno de ellos esgrimir algún argumento que debiese apelar al oyente imparcial? No me refiero a argumentos políticos. Podemos imaginárnoslos apareciendo ante el Todopoderoso como en el primer capítulo del libro de Job, y ofreciendo consejo respecto a la clase de mundo que Él debía crear. ¿Qué podrían decir?
Buda iniciaría su exposición hablando de leprosos, proscritos y miserables; del pobre, luchando con los miembros enfermos y apenas malviviendo con la alimentación escasa; de los heridos en las batallas, muriendo con una agonía lenta; de los huérfanos maltratados por los crueles tutores, e incluso de los más afortunados, obsesionados con el pensamiento de la decadencia y de la muerte. Para todo este cargamento de penas, diría, tiene que encontrarse un camino de salvación, y esta salvación sólo puede venir por el amor.
Nietzsche, a quien sólo el Omnipotente podría impedir que interrumpiera, prorrumpiría cuando le llegara el turno: «Por Dios, hombre, debías aprender a tener más fibra. ¿Qué es eso de lloriquear porque la gente vulgar sufra? ¿O, para el caso es lo mismo, porque los grandes hombres sufran? La gente vulgar sufre vulgarmente, los grandes hombres sufren con grandeza, y los grandes sufrimientos no deben ser lamentados, porque son nobles. Tu ideal es puramente negativo: la ausencia de dolor, cosa que puede asegurarse con la inexistencia. Yo, por el contrario, tengo ideales positivos: admiro a Alcibíades, a Federico el Grande, a Napoleón. En beneficio de esos hombres cualquier dolor vale la pena. Apelo a Vos, Señor, como al más grande de los artistas creadores, para que no permitáis que Vuestros impulsos artísticos se dobleguen ante los refunfuños dominados por el temor de este desgraciado psicópata»
Buda, que en las cortes celestiales aprendió toda la historia posterior a su muerte y que ha dominado la ciencia, deleitándose en el conocimiento y apenándose ante el uso a que lo han destinado los hombres, replica con tranquila cortesía: «Estáis equivocado, profesor Nietzsche, al pensar que mi ideal es puramente negativo. Ciertamente incluye un elemento negativo, la ausencia de sufrimiento. Pero además de eso contiene tanto como de positivo pueda hallarse en vuestra doctrina. Aunque no siento ninguna especial admiración por Alcibíades y Napoléon, también tengo mis héroes: mi sucesor Jesús, porque dijo a los hombres que amaran a sus enemigos; los hombres que han descubierto la forma de dominar las fuerzas de la naturaleza y conseguir la comida con menos trabajo; los médicos que han encontrado la forma de disminuir las enfermedades; los poetas, los artistas y los músicos que han captado vislumbres de la Beatitud Divina. El amor, el conocimiento y la complacencia en la belleza no son negaciones; son suficientes para llenar las vidas de los hombres más grandes que hayan existido nunca».
«Es lo mismo –replica Nietzsche–, vuestro mundo sería insípido. Deberías estudiar a Heráclito, cuyas obras se conservan íntegras en la biblioteca celestial. Vuestro amor es compasión, que brota del dolor; vuestra verdad, si sois honrado, es desagradable, y sólo puede conocerse a través del sufrimiento, y en cuanto a la belleza, ¿qué hay de más bello que un tigre, que debe su esplendor a su fiereza? No, si el Señor se decidiera por vuestro mundo, temo que moriríamos todos de aburrimiento».
«Vos podrías –replica Buda– porque amáis el dolor y vuestro amor a la vida es una impostura. Pero los que aman realmente la vida tendrían una felicidad que nadie puede gozar en el mundo tal como es».
Me disgusta Nietzsche porque le gusta la contemplación del dolor, porque erige el desprecio en deber, porque los hombres que más admira son conquistadores, cuya gloria estriba en la habilidad para hacer que los hombres mueran. Pero creo que el argumento decisivo contra su filosofía, como contra cualquier ética desagradable aunque internamente coherente, radica no en una apelación a los hechos, sino en una apelación a las emociones. Nietzsche desprecia el amor universal; yo veo en él la fuerza motriz para todo lo que deseo respecto al mundo.
Fuente: Russell, B. (1946), Historia de la filosofía occidental, Espasa, Madrid.

6/10/18

El del aborto es un asunto sencillo

En todo el mundo las mujeres abortan. Independientemente de lo que digan las leyes al respecto, las mujeres abortan. Existen básicamente tres tipos de legislación: las que lo penalizan en todas las circunstancias, las que lo permiten en circunstancias muy puntuales y las que lo permiten en casi todos los casos. En los países donde el aborto se penaliza parcial o totalmente, las mujeres no dejan de abortar, pero se ven obligadas a hacerlo a escondidas. La situación es especialmente dramática para las mujeres pobres, que no pueden pagarse un aborto seguro, y se ven obligadas a recurrir a sitios clandestinos poco salubres. En la práctica, prohibir el aborto equivale a castigar a las mujeres pobres que no desean continuar con su embarazo.
Afortunadamente el aborto es más o menos libre en buena parte del mundo, en Rusia y en China, en Sudáfrica y en Estados Unidos, en casi toda Europa. Pero en Latinoamérica la situación es a menudo trágica. Es libre en Cuba, Uruguay y Ciudad de México, pero está penalizado totalmente en El Salvador, Nicaragua y República Dominicana, y parcialmente en el resto de países. Seguramente la raíz de esta postura poco liberal se encuentra en la influencia todavía abrumadora del cristianismo en sociedades nominalmente laicas. Según Pablo de Tarso, el fundador del cristianismo, la vida no le pertenece a uno sino a Dios. Pablo no habló del aborto, pero sigue en boga la idea de que la mujer no puede decidir sobre la vida que se gesta en su vientre. (Curiosamente, durante la mayor parte de la historia cristiana, como no se comprendía la biología de la concepción, las autoridades pensaban que la vida comenzaba con el movimiento del feto en la matriz, y el aborto antes de ese momento no se consideraba ilegal o inmoral.)
Hasta hace poco Chile era uno de los pocos países del mundo que penalizaba el aborto en todos los casos. En septiembre de 2017 se aprobó el aborto en tres circunstancias: cuando el embarazo suponía un riesgo para la vida de la embarazada, cuando el feto no es viable y cuando el embarazo es resultado de una violación. Michelle Bachelet, en la campaña previa a su segunda presidencia, había prometido mejorar la legislación sobre aborto. Cumplió, un hecho insólito en una región acostumbrada a que las promesas de campaña no se cumplan.
En octubre de 2012, durante el gobierno de José Mujica, se aprobó en Uruguay el aborto, que desde entonces es legal durante las primeras 12 semanas de embarazo. Aunque esta reforma se podría leer como un avance llevado adelante por un gobernante progresista, el experto Gerardo Caetano recuerda que durante su mandato, Mujica apoyó propuestas que al inicio no compartía, entre las que incluye notables avances como la despenalización del consumo de marihuana y del aborto y la aprobación del matrimonio igualitario.
El pasado agosto el senado argentino rechazó un proyecto para despenalizar el aborto hasta la semana 14. En Argentina el aborto solo se permite cuando el embarazo pone en peligro la vida o la salud de la mujer y en caso de violación. El debate público fue intenso y resonó en varios países de la región. El tema no podrá ser tratado hasta el siguiente año parlamentario. Esperemos que Argentina finalmente lo despenalice, y que el resto de Latinoamérica no tarde décadas en alcanzar lo que ya se ha conseguido en medio mundo.