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Esclavos por máquinas
Por Jesús Mosterín
En
la Antigüedad la esclavitud era una institución universal. Aristóteles parece haber tenido una vida doméstica muy satisfactoria. Fue feliz con sus dos
mujeres y cordial con sus esclavos. En su testamento concede la libertad a
algunos de estos últimos y determina que los hijos de sus esclavos no sean en
ningún caso vendidos, sino que sirvan a sus herederos hasta que lleguen a
adultos, en cuyo momento se les dará la libertad. Aristóteles dice también que «el
amo y el esclavo que por naturaleza merecen serlo tienen intereses comunes y
amistad recíproca», y que «se equivocan los que no dan razones a los esclavos y
declaran que solo debemos darles órdenes». Sería no solo anacrónico, sino
también un poco farisaico, enjuiciar demasiado severamente a Aristóteles por su
defensa de la esclavitud. De hecho los esclavos eran los servidores domésticos
y hasta hace poco lo normal en nuestra sociedad era que todas las familias de
clase media tuvieran sus criadas, que no se diferenciaban tanto de los antiguos
esclavos. La vida de los esclavos que trabajaban en las minas sí que era muy
dura, pero también lo era la de los mineros y obreros del siglo pasado. Si hoy
hemos podido eliminar esas lacras sociales, ello se ha debido más al progreso
técnico que al moral. En gran parte hemos sustituido los esclavos por las
máquinas. Ya el mismo Aristóteles había pensado en tal posibilidad.
Si todos los instrumentos [inanimados] pudieran
cumplir su cometido obedeciendo las órdenes de otro o anticipándose a ellas […],
si las lanzaderas tejieran solas […], los amos no necesitarían esclavos.