29/4/21

Franklin Delano Roosevelt

Por Noam Chomsky
Imagen tomada de https://bit.ly/2WEg66S
Franklin Delano Roosevelt se mostraba favorable a la instauración de una legislación progresiva que beneficiase a la población general, pero tenía que conseguir que se aprobara, por lo que se dirigió a los líderes sindicales y otros líderes populares y les dijo: «Obligadme. Si me obligáis, estaré encantado de proponer y aprobar esas leyes». Con eso les indicaba que saliesen a la calle, se manifestaran, se organizasen, protestaran, desarrollaran un movimiento sindicalista, fuesen a la huelga... Con la suficiente presión popular, Roosevelt podía conseguir que se aprobasen las leyes que deseaba la población. Por tanto, se dio una combinación entre un Gobierno favorable e interesado en superar el espantoso desastre de la Gran Depresión (causada, una vez más, por una crisis financiera) y el desarrollo de una legislación que beneficiaba al interés público.
Durante el período del New Deal, los años treinta, el mundo empresarial estaba dividido. Las empresas de tecnología punta orientadas al mercado internacional estaban a favor del New Deal, no rechazaban los derechos laborales ni los salarios decentes y les gustaba la orientación internacional del nuevo Gobierno. En cambio, la Asociación Nacional de Fabricantes, que representaba a la industria de trabajo más intensivo y orientada al mercado nacional, se oponía ferozmente al New Deal. De manera que los amos estaban divididos. El director de General Electric, por ejemplo, era uno de los principales partidarios de Roosevelt. Y eso ayudó, junto con el gran alzamiento popular, a permitir que Roosevelt llevara a término la exitosa legislación del New Deal, que levantaría los cimientos del crecimiento económico de la posguerra, además de paliar algunos de los peores efectos de la Depresión. No el desempleo, sin embargo, que seguiría siendo un problema hasta la Segunda Guerra Mundial.
Fuente: Chomsky, N. (2017), Réquiem por el sueño americano, Sexto Piso, Madrid.

22/4/21

El círculo de la compasión

Por Jesús Mosterín
Charles Darwin consideraba la compasión la más noble de nuestras virtudes. Opuesto a la esclavitud y horrorizado por la crueldad de los fueguinos de la Patagonia con los extraños, introdujo su idea del «círculo en expansión» de la compasión para explicar el progreso moral de la humanidad. Los hombres más primitivos solo se compadecían de sus amigos y parientes; luego este sentimiento se iría extendiendo a otros grupos, naciones, razas y especies. Darwin pensaba que el círculo de la compasión seguirá extendiéndose hasta que llegue a su lógica conclusión, es decir, hasta que abarque a todas las criaturas capaces de sufrir. Los animales no humanos quedan a veces fuera del paraguas de la protección jurídica, pero son objeto de compasión, pues es obvio que pueden sufrir. Como señaló Francis Crick (1916-2004), el descubridor de la doble hélice del DNA, los únicos autores que dudan del dolor de los perros son los que no tienen perro.
Fuente: Mosterín, J. (2014), El triunfo de la compasión, Alianza Editorial, Madrid.

15/4/21

Diez minutos de nuestro tiempo

Por Noam Chomsky
Soy de la opinión de que el espectáculo electoral que tiene lugar cada cuatro años debería llevarnos literalmente diez minutos de nuestro tiempo. Un minuto debería invertirse en aprender un poco de aritmética. Se trata de algo muy sencillo: si resulta que está empadronado en un estado bisagra, es decir, un estado de los llamados indecisos, y no votas por, digamos, Clinton, eso equivale a votar por Trump. Es una cuestión de pura y simple aritmética.
Pues bien, después de dedicar un minuto a aclarar esta cuestión aritmética, dedicaremos unos dos minutos a evaluar los méritos de ambos partidos. No sólo de los candidatos, sino también de los partidos. Opino que, en las actuales circunstancias, no debería llevarnos más de dos minutos. Y luego dedicaremos lo que queda de los diez minutos iniciales a ir a las urnas y votar.
Pasados esos diez minutos deberemos concentrarnos en lo que realmente importa, que no son las elecciones, sino el esfuerzo continuado por desarrollar y organizar movimientos populares activos para seguir luchando. Y eso no se limita a manifestarse o presionar a los candidatos, sino que también incluye instaurar un sistema electoral que tenga sentido. No se construye una auténtica democracia, ni tampoco un partido, votando una vez cada cuatro años.
Si deseamos un tercer partido, un partido independiente, no basta con votar por ese partido cada cuatro años. Hay que salir constantemente a la calle y desarrollar un sistema que incluya los consejos escolares, los ayuntamientos y las asambleas legislativas hasta llegar al mismo Congreso. Hay gente que lo sabe muy bien: la extrema derecha. Así es cómo se ha organizado el Tea Party, con mucho capital y mucha estrategia... con el resultado de lograr un papel influyente. Aquellos interesados en un partido progresista independiente no han actuado así; se han quedado atrapados en la propaganda que dice que lo único que importa es el espectáculo electoral. Y si bien es algo que no podemos pasar por alto, debería ocupar, como he dicho, diez minutos de nuestro tiempo. En cambio, lo otro, lo que en realidad importa, es algo en lo que hay que trabajar continuamente.
Fuente: Chomsky, N. (2017), Réquiem por el sueño americano, Sexto Piso, Madrid.

8/4/21

Esclavos por máquinas

Por Jesús Mosterín

En la Antigüedad la esclavitud era una institución universal. Aristóteles parece haber tenido una vida doméstica muy satisfactoria. Fue feliz con sus dos mujeres y cordial con sus esclavos. En su testamento concede la libertad a algunos de estos últimos y determina que los hijos de sus esclavos no sean en ningún caso vendidos, sino que sirvan a sus herederos hasta que lleguen a adultos, en cuyo momento se les dará la libertad. Aristóteles dice también que «el amo y el esclavo que por naturaleza merecen serlo tienen intereses comunes y amistad recíproca», y que «se equivocan los que no dan razones a los esclavos y declaran que solo debemos darles órdenes». Sería no solo anacrónico, sino también un poco farisaico, enjuiciar demasiado severamente a Aristóteles por su defensa de la esclavitud. De hecho los esclavos eran los servidores domésticos y hasta hace poco lo normal en nuestra sociedad era que todas las familias de clase media tuvieran sus criadas, que no se diferenciaban tanto de los antiguos esclavos. La vida de los esclavos que trabajaban en las minas sí que era muy dura, pero también lo era la de los mineros y obreros del siglo pasado. Si hoy hemos podido eliminar esas lacras sociales, ello se ha debido más al progreso técnico que al moral. En gran parte hemos sustituido los esclavos por las máquinas. Ya el mismo Aristóteles había pensado en tal posibilidad.

 

Si todos los instrumentos [inanimados] pudieran cumplir su cometido obedeciendo las órdenes de otro o anticipándose a ellas […], si las lanzaderas tejieran solas […], los amos no necesitarían esclavos.

Fuente: Mosterín, J. (2006), Aristóteles, Alianza Editorial, Madrid.

1/4/21

El solipsismo de Tolstói

Por Harold Bloom
Es dudoso que Tolstói quisiera a nadie, incluyendo a sus hijos. Ni Wordsworth ni Milton, ni tan sólo Dante, pueden igualar el solipsismo de Tolstói. Los textos religiosos y morales de Tolstói no son sino confesiones de su solipsismo; y, sin embargo, ¿qué lector de Guerra y paz o de Hadji Murad desearía que Tolstói hubiera estado menos obsesionado consigo mismo? Todo tiene su precio, y ciertos grandes escritores (ya sean mujeres u hombres) no pueden alcanzar su esplendor estético sin el solipsismo. Shakespeare, que nosotros sepamos, puede que fuera el menos solipsista de los poetas, y al parecer Chaucer rivalizaba con Shakespeare en este aspecto; algunas veces me siento tentado a practicar un juego consistente en dividir a los grandes escritores según su grado de solipsismo. ¿Tiene eso alguna importancia? Por lo que se refiere a la relativa eminencia de sus obras, en absoluto, aunque parece que tiene que ver con cierta diferencia cualitativa. Joyce era un monumental solipsista, mientras que al parecer Beckett era un hombre sin el menor egoísmo. El contraste entre Finnegans Wake y la trilogía de Beckett de Molloy, Malone muere y El innombrable guarda cierta relación con el hecho de que Beckett eludiera a su precursor, pero más con la manera asombrosamente distinta con que veían a sus semejantes.
Fuente: Bloom, H. (1994), El canon occidental, Anagrama, Barcelona.