Por Noam Chomsky
Imagen tomada de https://bit.ly/2WEg66S
Franklin Delano Roosevelt se mostraba
favorable a la instauración de una legislación progresiva que beneficiase a la
población general, pero tenía que conseguir que se aprobara, por lo que se
dirigió a los líderes sindicales y otros líderes populares y les dijo:
«Obligadme. Si me obligáis, estaré encantado de proponer y aprobar esas leyes».
Con eso les indicaba que saliesen a la calle, se manifestaran, se organizasen,
protestaran, desarrollaran un movimiento sindicalista, fuesen a la huelga...
Con la suficiente presión popular, Roosevelt podía conseguir que se aprobasen
las leyes que deseaba la población. Por tanto, se dio una combinación entre un
Gobierno favorable e interesado en superar el espantoso desastre de la Gran
Depresión (causada, una vez más, por una crisis financiera) y el desarrollo de
una legislación que beneficiaba al interés público.
Durante el período del
New Deal, los años treinta, el mundo empresarial estaba dividido. Las empresas
de tecnología punta orientadas al mercado internacional estaban a favor del New
Deal, no rechazaban los derechos laborales ni los salarios decentes y les
gustaba la orientación internacional del nuevo Gobierno. En cambio, la
Asociación Nacional de Fabricantes, que representaba a la industria de trabajo
más intensivo y orientada al mercado nacional, se oponía ferozmente al New
Deal. De manera que los amos estaban divididos. El director de General
Electric, por ejemplo, era uno de los principales partidarios de Roosevelt. Y
eso ayudó, junto con el gran alzamiento popular, a permitir que Roosevelt
llevara a término la exitosa legislación del New Deal, que levantaría los
cimientos del crecimiento económico de la posguerra, además de paliar algunos
de los peores efectos de la Depresión. No el desempleo, sin embargo, que
seguiría siendo un problema hasta la Segunda Guerra Mundial.
Fuente: Chomsky, N. (2017), Réquiem
por el sueño americano, Sexto Piso, Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario