28/11/19

El filósofo autodidacto

Por Jesús Mosterín
Avempace había expuesto la dificultad que tenía el filósofo para vivir en la sociedad real y corrupta de su tiempo; en El régimen del solitario había aconsejado que se apartase interiormente, encerrándose en una especie de torre de marfil, dedicado a su búsqueda intelectual. Esta misma actitud fue recogida y hecha suya por Ibn Tufayl, que la desarrolló en forma novelada en su única obra conservada, la famosa novela filosófica Hayy ibn Yaqzān (Vivo, hijo de Despierto), conocida por los latinos a partir del siglo XVII como Philosophus autodidactus (El filósofo autodidacto). La obra recoge una alegoría de Avicena, del que también toma el nombre de su protagonista, Hayy, y de los dos personajes secundarios, Absal y Salamán. Tiene ecos de la historia de Moisés y en cierto modo anticipa los caracteres de Andrenio y Cratilo en el Criticón de Baltasar Gracián, del Robinson Crusoe de Daniel Defoe, del Émile de Rousseau y del Mowgli en el Jungle Book (Libro de la jungla) de Rudyard Kipling.
El libro de Ibn Tufayl comienza con el nacimiento del protagonista, Hayy. La hermana del celoso rey de una isla tiene un hijo con Yaqzán (Despierto). Temiendo que su airado hermano lo mate, coloca al niño en una arqueta y lo confía a las olas del mar, que lo llevan hasta una isla desierta. Allí, una gacela que acababa de perder a su cría oye los gritos de hambre del bebé, lo adopta y lo cría. (Según otra versión, Hayy se habría engendrado por un proceso de generación espontánea a partir de una masa de arcilla, a la que Dios acaba imprimiendo un alma.) Hayy fue creciendo junto a la gacela y sus crías, que constituían su familia, y aprendió el lenguaje de las aves. Al cabo de un tiempo, la gacela murió. Sobreponiéndose a su tristeza, Hayy se decidió a hacer la disección del cadáver, dando así oportunidad al médico Ibn Tufayl a exponer sus conocimientos de anatomía, incluido el corazón, centro de la vida, una de cuyas cavidades encuentra vacía, pues la ha abandonado el alma. A partir de ese momento, Hayy se embarca en una solitaria empresa científica, estudiando los animales, vegetales y minerales que encuentra en la isla. A partir de ahí reconstruye parte de la filosofía natural de Aristóteles, así como su distinción entre materia y forma.
Siguiendo a Avempace, la forma es una fuerza, un principio de cambio y movimiento. Las formas incorporadas en la materia requieren un generador inmaterial, un intelecto puro. Así llega hasta la noción de un Dios único del que dependen las esferas celestes (que también son intelectos) y en último término las almas y otras formas. El universo entero es un ser vivo, limitado por la esfera de las estrellas fijas. Respecto a la cuestión de si el universo es eterno (como había afirmado Avicena) o creado en el tiempo (según la doctrina asharí de al-Gazali), Ibn Tufayl evita dar una respuesta comprometida, sentándose entre ambas sillas al decir que da igual. Si el universo es creado en el tiempo, hará falta un creador; si es eterno, hará falta un motor eterno; en cualquier caso, es necesario que haya un creador-motor incorporal y eterno, al que llamamos Dios. Ibn Tufayl enfatiza la incorporeidad divina, a partir de la cual deduce la del alma humana. Sin embargo, no todas las almas humanas son inmortales, sino solo aquellas que han logrado llegar al conocimiento intuitivo de la incorpórea esencia divina. Las otras no sobreviven a la muerte del cuerpo.
Ibn Tufayl, atraído por el sufismo, hace que su héroe Hayy alcance por su cuenta no sólo los conceptos de la filosofía, sino también momentos de unión mística con Dios. Está unión mística, que es el máximo bien humano, solo podrá obtenerla tras la muerte, tras despojarse del cuerpo, si previamente se ha perfeccionado suficientemente, imitando la perfección y regularidad de las esferas celestes. Para ello decide llevar una vida ascética, mostrar compasión por los animales y las plantas, abstenerse de comer carne, ser limpio y puro, y concentrarse en pensar la noción de Dios hasta llegar a vaciar su propia personalidad y a disolverse y fundirse en Él.
Hayy acaba descubriendo el islam en sus dos formas de religiosidad íntima y de religión externa y oficial. Absal, un muslim intimista, llega a la isla donde mora Hayy, al que conoce y enseña su idioma. Pronto, ambos se dan cuenta de que la religión natural a la que ha llegado Hayy por la sola fuerza de su razón, sin necesidad de maestros ni libros, coincide con la religión islámica interiorizada que ha aprendido Absal. La auténtica sabiduría coincide con la auténtica religión. Hayy acepta el islam, pero tiene dos objeciones: ¿por qué el profeta Mahoma usaba de imágenes, metáforas y alegorías para hablar de Dios, en vez de hacerlo de una forma clara, directa y racional? Y ¿por qué el profeta permite a sus seguidores dedicarse a los bienes materiales, en vez de impulsarlos a la unión mística con Dios? En definitiva, la obra de Ibn Tufayl es un canto a la autonomía y la capacidad de la razón humana para descubrir por su cuenta todas las verdades, aunque añade como colofón sufí la necesidad de dar un salto final desde la razón contemplativa hasta la unión mística e inefable con Dios. Hayy y Absal viajan a la isla habitada de donde procede este último y tratan de convencer al gobernante y a sus súbditos de las verdades que han descubierto, pero el intento acaba en desastre. El mundo político está pervertido y sólo dentro de sí mismo hallará el sabio la liberación del conocimiento filosófico y la unión mística con Dios.
Fuente: Mosterín, J. (2012), El islam, Alianza Editorial, Madrid.

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