Por Jesús Mosterín
La libertad que han propugnado los
pensadores liberales es la de las transacciones voluntarias entre seres humanos
adultos (consenting adults): dos
adultos pueden interaccionar entre ellos como quieran, mientras la interacción
sea voluntaria por ambas partes y no agreda a terceros. Ni la Iglesia ni el
Estado ni la familia ni ninguna otra instancia pueden interferirse en dichas
transacciones voluntarias. Esto se aplica tanto a la libertad política como a
la comercial, la religiosa, la lingüística, la sexual y a cualquier otra.
Ningún liberal ha defendido que la libertad sea una patente de corso para
maltratar y torturar a criaturas indefensas. La libertad sexual no incluye la
violación ni la pederastia; la libertad política tampoco incluye el sacar los
ojos a pájaros o a prisioneros, ni el torturar sin necesidad a pacíficos
rumiantes.
De hecho, los países que
más han contribuido a desarrollar la idea de libertad, como Inglaterra, han
sido los primeros que han abolido los encierros y las corridas de toros. En
ningún país con tradición liberal se hecho de la crueldad y la tortura pública
un espectáculo festivo. Ya los antiguos atenienses, fundadores de la
democracia, se mantuvieron al margen de los espectáculos sangrientos de la plebe
romana. Curiosamente, y es un síntoma de nuestro atraso, la misma discusión que
estamos teniendo ahora en España, Colombia, México y Perú, ya se tuvo en Gran
Bretaña hace doscientos años. Y ya entonces, los padres del liberalismo tomaron
partido inequívoco contra la crueldad. La libertad no solo es compatible, sino
que exige y siempre va acompañada de la prohibición de violencias y crueldades
de todo tipo.
Imagen tomada de https://bit.ly/2XAiIB0
Soy partidario de la
máxima libertad en todas las interacciones voluntarias entre ciudadanos. Soy
contrario a todo prohibicionismo, excepto en los casos extremos. Pero es que
las corridas de toros son un caso extremo. Los amigos de la libertad tenemos
que acabar con la cultura de la sangre, la violencia y la crueldad, y postular
una cultura de la inteligencia, la serenidad y la compasión, más favorable al
florecimiento de la libertad. Ya se ha logrado la abolición de la tauromaquia
en Canarias y en Cataluña, en la mayoría de los países latinoamericanos y en
casi todos los países del mundo. El debate se traslada ahora al resto de España
y al par de países donde todavía perduran similares bolsas de crueldad. No
sabemos cuándo acabará esta discusión, pero sí cómo acabará. A la larga, la
crueldad es indefendible. Todos los buenos argumentos y todos los buenos
sentimientos apuntan al triunfo de la compasión.
Fuente: Mosterín, J. (2014), El triunfo de la compasión, Alianza
Editorial, Madrid.
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