5/5/22

Lo que cambió con el peronismo

Por Mario Bunge

En mis tiempos, los únicos nobles o aristócratas que conocíamos eran terratenientes o estancieros. Eran considerados aristócratas aunque descendieran de pobres inmigrantes españoles, y aunque se hubieran arruinado por desidia o derroche. En cambio, los descendientes de inmigrantes italianos, rusos o libaneses no tenían la menor posibilidad de ser considerados caballeros o damas, por cuantiosas que fueran sus fortunas. Sólo contaban los apellidos llamados tradicionales, todos ellos de prosapia española. Se olvidaba convenientemente que había habido próceres de origen italiano, como Manuel Belgrano, o irlandés, como el almirante Brown.

Cuando se pedía un favor para un inútil de apellido se aclaraba que, aunque carecía de oficio y no tenía dónde caerse muerto, era "todo un caballero". O sea, alternaba sólo entre iguales, se vestía bien aunque fuera con ropas deshilachadas, tenía buenos modales y hablaba sin italianismos ni dequeísmos. Si acaso había estafado, sólo lo había hecho a algún proveedor "ruso" (judío) o "turco" (sirio o libanes). Tenía como atenuante un precedente famoso: la estafa del Cid Campeador al prestamista judío que había financiado sus mesnadas. (En mi colegio, se comentaba este caso como una broma propia de gran talento).

Si el "caballero" hacía política, posiblemente se complicaba con lo que el presidente de la nación general Agustín P. Justo llamara "fraude patriótico". Este se perpetraba para asegurar la continuidad del gobierno conservador. Si para cometer fraude había que negociar la complicidad de delincuentes notorios, como el famoso Alberto Barceló, paciencia; no se puede engañar a la chusma sin el concurso de canallas. Todo sea por la Patria.

Todo eso cambió con el peronismo. Los aristócratas con olor a bosta, como los había llamado Sarmiento, perdieron el poder político, aunque no sus privilegios económicos, de la noche a la mañana. Por primera vez en la historia del país hubo parlamentarios de apellidos árabes o judíos. Por primera vez valió más la astucia que el abolengo (pero no era la astucia del self-made man, sino del protegido por las fuerzas armadas). La nueva clase política era muchísimo menos culta que la vieja, pero estaba más cerca del pueblo, aunque lo traicionara con igual intensidad y frecuencia. Así como el conservadurismo fue sustituido por el populismo, el fraude electoral fue reemplazado por el fraude ideológico.

Fuente: Bunge, M. (2006), 100 ideas, Laetoli, Pamplona.

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