Por Mario Bunge
En
mis tiempos, los únicos nobles o aristócratas que conocíamos eran
terratenientes o estancieros. Eran considerados aristócratas aunque
descendieran de pobres inmigrantes españoles, y aunque se hubieran arruinado
por desidia o derroche. En cambio, los descendientes de inmigrantes italianos,
rusos o libaneses no tenían la menor posibilidad de ser considerados caballeros
o damas, por cuantiosas que fueran sus fortunas. Sólo contaban los apellidos
llamados tradicionales, todos ellos de prosapia española. Se olvidaba
convenientemente que había habido próceres de origen italiano, como Manuel
Belgrano, o irlandés, como el almirante Brown.
Cuando se pedía un favor para un inútil de
apellido se aclaraba que, aunque carecía de oficio y no tenía dónde caerse
muerto, era "todo un caballero". O sea, alternaba sólo entre iguales,
se vestía bien aunque fuera con ropas deshilachadas, tenía buenos modales y
hablaba sin italianismos ni dequeísmos. Si acaso había estafado, sólo lo había
hecho a algún proveedor "ruso" (judío) o "turco" (sirio o
libanes). Tenía como atenuante un precedente famoso: la estafa del Cid
Campeador al prestamista judío que había financiado sus mesnadas. (En mi
colegio, se comentaba este caso como una broma propia de gran talento).
Si el "caballero" hacía
política, posiblemente se complicaba con lo que el presidente de la nación
general Agustín P. Justo llamara "fraude patriótico". Este se
perpetraba para asegurar la continuidad del gobierno conservador. Si para
cometer fraude había que negociar la complicidad de delincuentes notorios, como
el famoso Alberto Barceló, paciencia; no se puede engañar a la chusma sin el
concurso de canallas. Todo sea por la Patria.
Todo eso cambió con el peronismo. Los
aristócratas con olor a bosta, como los había llamado Sarmiento, perdieron el
poder político, aunque no sus privilegios económicos, de la noche a la mañana.
Por primera vez en la historia del país hubo parlamentarios de apellidos árabes
o judíos. Por primera vez valió más la astucia que el abolengo (pero no era la
astucia del self-made man, sino del protegido por las fuerzas armadas).
La nueva clase política era muchísimo menos culta que la vieja, pero estaba más
cerca del pueblo, aunque lo traicionara con igual intensidad y frecuencia. Así
como el conservadurismo fue sustituido por el populismo, el fraude electoral
fue reemplazado por el fraude ideológico.
Fuente:
Bunge, M. (2006), 100 ideas, Laetoli, Pamplona.
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