3/9/20

No hay nada sagrado

Por Jesús Mosterín
La pregunta «¿está permitido o no, es bueno o malo en sí mismo?» es una pregunta moralista. La pregunta racional es: «en función de los fines perseguidos, ¿es adecuado o no?, ¿es oportuno o no?». Consideremos el ejemplo del aborto. Los fundamentalistas cristianos e islámicos consideran que el aborto es malo en absoluto, que es un crimen, que no está permitido abortar, que la madre no tiene derecho a abortar. Los exponentes del movimiento de liberación de la mujer consideran que el aborto es un derecho natural y fundamental de la mujer, que nunca se puede negar a las mujeres la posibilidad de decidir por sí mismas si quieren tener infantes o no. Frente a estas posiciones contrapuestas, ¿qué podríamos decir del aborto desde el punto de vista racional? Desde luego, en las circunstancias actuales, son las feministas las que tienen razón y lo racional consiste en apoyar el derecho de cada mujer a decidir si quiere parir o abortar. Pero no es imposible imaginar circunstancias diferentes, en las que lo racional sería otra cosa.
El tipo de propuesta que racionalmente aceptemos depende de los fines que persigamos y de las circunstancias del mundo en que vivamos. Así, en una época en que la población y la natalidad hubieran disminuido hasta extremos peligrosos para la supervivencia de la humanidad, los agentes racionales que asumiesen como uno de sus fines últimos la continuidad del género humano tratarían de fomentar por todos los medios la natalidad y podrían proponer racionalmente la prohibición del aborto, a fin de que todos los embarazos llegasen a término y, de buena o mala gana, las mujeres diesen a luz el mayor número posible de infantes. Pero en una época como la nuestra, en que la explosión demográfica alcanza extremos alarmantes y agrava todo tipo de problemas graves, desde la pobreza extrema hasta el cambio climático, muchos consideran que uno de los fines más acuciantes de la hora presente consiste en frenar el crecimiento demográfico. En esta situación, lo racional consiste en tratar de que se liberalice y permita el aborto en todo el mundo, pues de esta manera se contribuirá a que no nazcan tantos infantes no deseados y, por tanto, a que se frene el catastrófico crecimiento demográfico al que actualmente asistimos en las zonas menos desarrolladas, además de contribuir a la libertad y autonomía de las mujeres, que es también un fin muy importante en sí mismo. En la China actual, el aborto no solo está permitido, sino que es obligatorio a partir del segundo hijo. Esta medida extrema, lamentable desde el punto de vista de la libertad individual, ha contribuido eficazmente a frenar la explosión demográfica en China y ha hecho posible el espectacular crecimiento económico del país. En las calles de China ya no se ven niños famélicos, como antes; ahora los niños están mimados y bien alimentados, pues todos los recursos familiares se concentran en el cuidado del hijo único. Muchos chinos (y no chinos) consideran racional la política demográfica del gobierno, aunque tiene aspectos indeseables y en algún momento tendrá que ser revisada. En cualquier caso, la decisión racional de adherirse a cualquiera de las propuestas en torno al aborto debería tener en cuenta los diversos fines que persigamos, tanto los relativos a la demografía y el destino del planeta como los referentes a la libertad individual y la autonomía de las mujeres, así como a la salud y el bienestar de los infantes, a la organización social y a otros factores.
El punto a señalar y retener es este: desde el punto de vista racional, nada está absolutamente permitido o prohibido, ni por Dios ni por el diablo, ni por la naturaleza ni por la historia. Lo único que no se puede hacer es lo que es físicamente imposible. Esto no significa que todo dé igual –lo cual sería caer en la frivolidad práctica–, sino que todo depende de las metas que en un momento dado persigamos y de la información sobre el mundo de la que dispongamos.
Lo que hemos dicho sobre al aborto podríamos repetirlo sobre las prácticas sexuales y las relaciones de propiedad, sobre la educación y la experimentación con animales, sobre las fronteras y la democracia, sobre la pena de muerte y el pago de impuestos. No hay nada sagrado, no hay nada indiscutible. Desde un punto de vista racional todo puede, y todo debe, ser puesto en cuestión. Ningún dios ni ninguna historia nos han librado del trabajo de pensar y de elaborar por nosotros mismos las propuestas y los programas conforme a los que vivir.
Fuente: Mosterín, J. (1978), Lo mejor posible, Alianza Editorial, Madrid.

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