Por Carl Sagan
Ofrecimientos típicos de la pseudociencia
y la superstición –se trata de una lista meramente representativa, no completa–
son la astrología; el triángulo de las Bermudas; Big Foot y el monstruo del Lago Ness; los fantasmas; el «mal de
ojo»; las «auras» como halos multicolores que según dicen rodean la cabeza de
todos (con colores personalizados); la percepción extrasensorial (PES) como
telepatía, predicción, telequinesis y «visión remota» de lugares distantes; la
creencia de que el trece es un número «desafortunado» (razón por la que muchos
edificios de oficinas serios y hoteles de América pasan directamente del piso
doce al catorce... ¿por qué arriesgarse?); las estatuas que sangran; la
convicción de que llevar encima una pata de conejo da buena suerte; las varitas
adivinas, los zahoríes y los hechizos de agua; la «comunicación facilitada» en
el autismo; la creencia de que las cuchillas de afeitar se mantienen más
afiladas si se guardan dentro de pirámides de cartón y otros principios de
«piramidología»; las llamadas telefónicas (ninguna de ellas a cobro revertido)
de los muertos; las profecías de Nostradamus; el supuesto descubrimiento de que
los platelmintos no amaestrados pueden aprender una tarea comiendo los restos
triturados de otros platelmintos más adiestrados; la idea de que se cometen más
crímenes cuando hay luna llena; la quiromancia, la numerología; la poligrafía;
los cometas, las hojas de té y los nacimientos «monstruosos» como anuncio de
futuros acontecimientos (más las adivinaciones de moda en épocas anteriores,
que se conseguían mirando entrañas, humo, la forma de las llamas, sombras,
excrementos, escuchando el ruido de los estómagos e incluso, durante un breve
período, examinando tablas de logaritmos); la «fotografía» de hechos pasados,
como la crucifixión de Jesús; un elefante ruso que habla perfectamente;
«sensitivos» que leen libros con la yema de los dedos cuando se les cubre los
ojos sin rigor; Edgar Cayce (que predijo que en la década de los sesenta se
elevaría el continente «perdido» de la Atlántida) y otros «profetas», dormidos
y despiertos; charlatanería sobre dietas; experiencias fuera del cuerpo (es
decir, al borde de la muerte) interpretadas como acontecimientos reales en el
mundo externo; el fraude de los curanderos, las tablas de Ouija, la vida
emocional de los geranios revelada por el uso intrépido de un «detector de
mentiras»; el agua que recuerda qué moléculas solían disolverse en ella;
describir la personalidad a partir de características faciales o bultos en la
cabeza; la confusión del «mono número cien» y otras afirmaciones de que lo que
una pequeña fracción de nosotros quiere que sea cierto lo es realmente; seres
humanos que arden espontáneamente y quedan chamuscados; biorritmos de tres
ciclos; máquinas de movimiento perpetuo que prometen suministros ilimitados de
energía (todas ellas, por una u otra razón, vedadas al examen minucioso de los
escépticos); las predicciones sistemáticamente fallidas de Jeane Dixon (que
«predijo» una invasión soviética de Irán en 1953, y que en 1965 la Unión
Soviética se adelantaría a Estados Unidos en colocar al primer humano en la
Luna) y otros «psíquicos» profesionales; la predicción de los Testigos de
Jehová de que el mundo terminaría en 1917 y muchas profecías similares; la
dianética y la cienciología, Carlos Castaneda y la «brujería»; las afirmaciones
de haber encontrado los restos del Arca de Noé; el «horror de Amityville» y
otras obsesiones; y relatos de un pequeño brontosaurio que atraviesa la jungla
de la República del Congo en nuestra época.
Fuente: Sagan, C. (1995), El mundo y sus demonios, Planeta, Bogotá.
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