27/8/20

Pseudociencia y superstición

Por Carl Sagan
Ofrecimientos típicos de la pseudociencia y la superstición –se trata de una lista meramente representativa, no completa– son la astrología; el triángulo de las Bermudas; Big Foot y el monstruo del Lago Ness; los fantasmas; el «mal de ojo»; las «auras» como halos multicolores que según dicen rodean la cabeza de todos (con colores personalizados); la percepción extrasensorial (PES) como telepatía, predicción, telequinesis y «visión remota» de lugares distantes; la creencia de que el trece es un número «desafortunado» (razón por la que muchos edificios de oficinas serios y hoteles de América pasan directamente del piso doce al catorce... ¿por qué arriesgarse?); las estatuas que sangran; la convicción de que llevar encima una pata de conejo da buena suerte; las varitas adivinas, los zahoríes y los hechizos de agua; la «comunicación facilitada» en el autismo; la creencia de que las cuchillas de afeitar se mantienen más afiladas si se guardan dentro de pirámides de cartón y otros principios de «piramidología»; las llamadas telefónicas (ninguna de ellas a cobro revertido) de los muertos; las profecías de Nostradamus; el supuesto descubrimiento de que los platelmintos no amaestrados pueden aprender una tarea comiendo los restos triturados de otros platelmintos más adiestrados; la idea de que se cometen más crímenes cuando hay luna llena; la quiromancia, la numerología; la poligrafía; los cometas, las hojas de té y los nacimientos «monstruosos» como anuncio de futuros acontecimientos (más las adivinaciones de moda en épocas anteriores, que se conseguían mirando entrañas, humo, la forma de las llamas, sombras, excrementos, escuchando el ruido de los estómagos e incluso, durante un breve período, examinando tablas de logaritmos); la «fotografía» de hechos pasados, como la crucifixión de Jesús; un elefante ruso que habla perfectamente; «sensitivos» que leen libros con la yema de los dedos cuando se les cubre los ojos sin rigor; Edgar Cayce (que predijo que en la década de los sesenta se elevaría el continente «perdido» de la Atlántida) y otros «profetas», dormidos y despiertos; charlatanería sobre dietas; experiencias fuera del cuerpo (es decir, al borde de la muerte) interpretadas como acontecimientos reales en el mundo externo; el fraude de los curanderos, las tablas de Ouija, la vida emocional de los geranios revelada por el uso intrépido de un «detector de mentiras»; el agua que recuerda qué moléculas solían disolverse en ella; describir la personalidad a partir de características faciales o bultos en la cabeza; la confusión del «mono número cien» y otras afirmaciones de que lo que una pequeña fracción de nosotros quiere que sea cierto lo es realmente; seres humanos que arden espontáneamente y quedan chamuscados; biorritmos de tres ciclos; máquinas de movimiento perpetuo que prometen suministros ilimitados de energía (todas ellas, por una u otra razón, vedadas al examen minucioso de los escépticos); las predicciones sistemáticamente fallidas de Jeane Dixon (que «predijo» una invasión soviética de Irán en 1953, y que en 1965 la Unión Soviética se adelantaría a Estados Unidos en colocar al primer humano en la Luna) y otros «psíquicos» profesionales; la predicción de los Testigos de Jehová de que el mundo terminaría en 1917 y muchas profecías similares; la dianética y la cienciología, Carlos Castaneda y la «brujería»; las afirmaciones de haber encontrado los restos del Arca de Noé; el «horror de Amityville» y otras obsesiones; y relatos de un pequeño brontosaurio que atraviesa la jungla de la República del Congo en nuestra época.
Fuente: Sagan, C. (1995), El mundo y sus demonios, Planeta, Bogotá.

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