Por Jesús Mosterín
Hay muchos campos de actividad en los que
la decisión de la mitad más uno es con frecuencia una decisión desacertada, en
el sentido de que no conduce a maximizar el buen funcionamiento del sistema ni,
en definitiva, la felicidad de los ciudadanos. En algunos países, el Banco
Central dirige la política monetaria con independencia del Parlamento y
conforme a criterios técnicos e incluso tecnocráticos, lo que redunda en la
estabilidad de la moneda y el crecimiento estable de la economía, mientras que
en otros el Parlamento (emanación democrática del pueblo) toma las decisiones
correspondientes, sometido a todo tipo de presiones y demagogias, con lo que la
moneda experimenta un deterioro constante y la consiguiente inflación repercute
negativamente en el nivel de vida de la población. Por eso desde hace varias
décadas la mayoría de los países han ido traspasando la administración
monetaria a bancos centrales formados por técnicos no elegidos (como la Reserva
Federal de Estados Unidos o el Banco Central Europeo). En algunos sitios los
pescadores pescan lo que quieren, hasta acabar esquilmando los caladeros,
destruyendo las especies y arruinándose a sí mismos. En otros, están obligados
a seguir las directrices y limitaciones que les indican los biólogos y ecólogos
marinos, y les va mejor. Yo no creo en la democracia como en la Virgen del
Pilar, ni como exigencia de la razón pura. Solo soy demócrata porque, como
decía Churchill, las alternativas hasta ahora ofrecidas son obviamente peores.
El día que compruebe que la chuchucracia contribuye más que la democracia a la
felicidad y a la obtención de los fines (interesados y desinteresados) que yo
persigo, me haré chuchúcrata, al menos en la medida en que me comporte
racionalmente. Por eso, democracia, tecnocracia e individualismo libertario son
alternativas a sopesar y a combinar entre sí para obtener la ensalada que nos
haga más creativos y felices, que es de lo que se trata.
Fuente: Mosterín, J. (1978), Lo mejor posible, Alianza Editorial, Madrid.
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