Por Jesús Mosterín
La base productiva de la sociedad medieval
(los laboratores) estaba formada por
una gran masa de campesinos, un número menor de artesanos y una clase novedosa
e incomprendida de comerciantes y prestamistas. Parasitando y controlando a
esta base productiva había una superestructura de poder formada por la clase de
los guerreros, nobles y caballeros (los bellatores),
dedicados al ejercicio de las armas, y por la clase de los clérigos o
eclesiásticos (los oratores),
dedicados a la oración. La guerra y la oración eran las actividades
prestigiosas. La agricultura y la artesanía se aceptaban como necesarias,
aunque vulgares. El comercio y el crédito, sin embargo, eran vistos con recelo
y desconfianza. Al frente de los guerreros estaba el rey; al frente de los clérigos,
el papa. El rey protegía a la Iglesia, mientras que la Iglesia rezaba por el
rey y justificaba su autoridad. Cada individuo ocupaba un lugar determinado en
la sociedad jerarquizada de la época, y cada uno debía conformarse con su
condición, obedeciendo a las autoridades feudales y eclesiásticas situadas por
encima. En definitiva, lo importante en esta vida era alcanzar la salvación
eterna tras la muerte, y eso se podía lograr en cualquier situación social en
la que uno se encontrase, obedeciendo la voluntad de Dios, interpretada por la
Iglesia.
Fuente: Mosterín, J. (2010), Los cristianos, Alianza
Editorial, Madrid.
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