5/11/20

La salvación eterna

Por Jesús Mosterín
La base productiva de la sociedad medieval (los laboratores) estaba formada por una gran masa de campesinos, un número menor de artesanos y una clase novedosa e incomprendida de comerciantes y prestamistas. Parasitando y controlando a esta base productiva había una superestructura de poder formada por la clase de los guerreros, nobles y caballeros (los bellatores), dedicados al ejercicio de las armas, y por la clase de los clérigos o eclesiásticos (los oratores), dedicados a la oración. La guerra y la oración eran las actividades prestigiosas. La agricultura y la artesanía se aceptaban como necesarias, aunque vulgares. El comercio y el crédito, sin embargo, eran vistos con recelo y desconfianza. Al frente de los guerreros estaba el rey; al frente de los clérigos, el papa. El rey protegía a la Iglesia, mientras que la Iglesia rezaba por el rey y justificaba su autoridad. Cada individuo ocupaba un lugar determinado en la sociedad jerarquizada de la época, y cada uno debía conformarse con su condición, obedeciendo a las autoridades feudales y eclesiásticas situadas por encima. En definitiva, lo importante en esta vida era alcanzar la salvación eterna tras la muerte, y eso se podía lograr en cualquier situación social en la que uno se encontrase, obedeciendo la voluntad de Dios, interpretada por la Iglesia.
Fuente: Mosterín, J. (2010), Los cristianos, Alianza Editorial, Madrid.

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