24/11/23

Espejo

Por Eduardo Galeano

1795

Quito

Pasó por la historia cortando y creando.

Escribió las más filadas palabras contra el régimen colonial y sus métodos de educación, una educación de esclavos, y destripó el ampuloso estilo de los retóricos de Quito. Clavó sus diatribas en puertas de iglesias y esquinas principales, para que se multiplicaran después, de boca en boca, porque escribiendo de anónimo podía muy bien quitar la máscara a los falsos sabios y hacer que parecieran en el traje de su verdadera y natural ignorancia.

Predicó el gobierno de América por los nacidos en ella. Propuso que el grito de independencia resonara, a la vez, en todos los virreinatos y audiencias, y que se unieran las colonias, para hacerse patrias, bajo gobiernos democráticos y republicanos.

Era hijo de indio. Recibió al nacer el nombre de Chusig, que significa lechuza. Para tener título de médico, decidió llamarse Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, nombre que suena a linaje largo, y así pudo practicar y difundir sus descubrimientos contra la viruela y otras pestes.

Fundó, dirigió y escribió de cabo a rabo Primicias de la Cultura, el primer periódico de Quito. Fue director de la biblioteca pública. Jamás le pagaron el sueldo.

Acusado de crímenes contra el rey y contra Dios, Espejo fue encerrado en celda inmunda. Allí murió, de cárcel; y con el último aliento suplicó el perdón de sus acreedores.

La ciudad de Quito no registra en el libro de gentes principales el fin de este precursor de la independencia hispanoamericana, que ha sido el más brillante de sus hijos.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

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