3/4/19

La regeneración moral de los individuos

Por Bertrand Russell
En la vida diaria de la mayoría de hombres y mujeres, el miedo desempeña un papel más importante que la esperanza. La idea de que otros puedan arrebatarles sus posesiones está más presente que la del goce que ellos mismos podrían causar en su existencia o la de aquellos con quienes la comparten.
No es así como debería sentirse la vida.
A aquellos cuyas vidas resultan beneficiosas para sí mismos, para sus amigos o para el mundo les inspira la esperanza y les sustenta la alegría. Imaginan las cosas como podrían ser y llevarse a cabo. En sus relaciones personales, no les provoca ansiedad el temor a perder el afecto o el respeto que reciben, sino que se preocupan de darlo sin buscar nada a cambio y en esto consiste su recompensa. En su trabajo, no les causa envidia la competencia sino que se interesan por sus propios asuntos. Y, en la política, no pierden tiempo ni energía defendiendo los injustos privilegios de la clase o nación a que pertenecen, sino que aspiran en general a un mundo más feliz, menos cruel, con menos conflictos derivados de la codicia y con más seres humanos libres de cualquier opresión que impida su crecimiento.
Una vida regida por este espíritu –que busca crear más que poseer– disfruta de una felicidad elemental que la adversidad no puede sustraer por entero. Ésta es la vida que recomiendan los Evangelios y todos los grandes maestros. Quienes la han hallado, se han liberado de la tiranía del miedo puesto que lo que más valoran en sus vidas no está a merced de ningún poder externo. Si todos los hombres tuvieran el coraje de concebir así la existencia pese a los obstáculos y el desaliento, no habría necesidad, para empezar, de que ninguna reforma política y económica regenerase el mundo. Todos los cambios surgirían automáticamente, sin oponer resistencia, de la regeneración moral de los individuos. No obstante, aunque la doctrina de Cristo ha sido asimilada formalmente por el mundo desde hace muchos siglos, aquellos que la siguen todavía continúan siendo perseguidos como lo fueron en la época de Constantino. La experiencia ha demostrado que muy pocas personas logran ver, más allá de los males aparentes de una vida de paria, la felicidad interior que proviene de la fe y la esperanza creadora. Para superar la tiranía del miedo, no basta con predicar el valor y la indiferencia hacia la adversidad, como cree la mayoría de los hombres, sino que hay que acabar con las causas del miedo, hacer posible una buena vida en todos los sentidos y disminuir el posible daño infligido a quienes no puedan defenderse.
Fuente: Russell, B. (1918), Caminos de libertad, Tecnos, Madrid.

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