24/4/19

La fiesta

Desde fuera yo veía cómo movían las cabezas de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, casi al unísono, y veía que al mismo tiempo que las cabezas movían las piernas, dando pequeños pasos en el propio terreno, y a la vez que las cabezas y las piernas movían los traseros y los brazos con una gracia que no sé describir, y a casi todos semejante movimiento les dejaba sin energía para nada más, pero dos o tres alcanzaban todavía a decir te perderás dentro de mis recuerdos por haberme hecho llorar, y había uno que cantaba tan bien que podría haber acompañado a la mismísima Natalia Lafourcade o al resto de intérpretes de esta fiesta que había comenzado con «Made in Japan» de Alphaville, y que había atravesado por los pregones de Héctor Lavoe y por un rocanrol de los Kinks que dice me gustaría volar pero ni siquiera puedo nadar, y aunque la música variaba el baile era siempre lo mismo, mover las cabezas y las piernas y los traseros y los brazos, y si desde fuera todo lucía más bien ridículo, por dentro cundía una magia blanca, la seria diversión del rito muy esperado, una de las tantas caras del goce de vivir.

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