12/4/24

Antônio Conselheiro

Por Eduardo Galeano

1893

Canudos

Hace mucho tiempo que los profetas recorren las tierras candentes del nordeste brasileño. Anuncian que el rey Sebastián regresará desde la isla de las Brumas y castigará a los ricos y volverá blancos a los negros y jóvenes a los viejos. Cuando acabe el siglo, anuncian, el desierto será mar y el mar, desierto; y el fuego arrasará las ciudades del litoral, frenéticas adoradoras del dinero y el pecado. Sobre las cenizas de Recife, Bahía, Río y San Pablo se alzará una nueva Jerusalem y en ella Cristo reinará mil años. Se acerca la hora de los pobres, anuncian los profetas: faltan siete años para que el cielo baje a la tierra. Entonces ya no habrá enfermedad ni muerte; y en el nuevo reino terrestre y celeste toda injusticia será reparada.

El beato Antônio Conselheiro vaga de pueblo en pueblo, fantasma escuálido y polvoriento, seguido por un coro de letanías. La piel es una gastada armadura de cuero; la barba, una maraña de zarzas; la túnica, una mortaja en harapos. No come ni duerme. Reparte entre los infelices las limosnas que recibe. A las mujeres, les habla de espaldas. Niega obediencia al impío gobierno de la república y en la plaza del pueblo de Bom Conselho arroja al fuego los edictos de impuestos.

Perseguido por la policía, huye al desierto. Con doscientos peregrinos, funda la comunidad de Canudos junto al lecho de un río fugaz. Aquí flota y fulgura el calor sobre la tierra. El calor no deja que la lluvia toque el suelo. Brotan de los cerros calvos las primeras casuchas de barro y paja. En medio de esta hosca tierra, tierra prometida, primer escalón hacia los cielos, Antônio Conselheiro alza en triunfo la imagen de Cristo y anuncia el apocalipsis: Serán aniquilados los ricos, los incrédulos y las coquetas. Se teñirán de sangre las aguas. No habrá más que un pastor y un solo rebaño. Muchos sombreros y pocas cabezas...

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

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