13/1/23

Desterrados en una playa inhóspita

Por Bertrand Russell

En mi opinión, deberíamos predicar, en la medida de lo posible, nuestra actitud sobre temas religiosos, que no es la misma que la de cualquiera de los conocidos oponentes del cristianismo. Está la tradición volteriana, que se burla de todo ello desde el punto de vista del sentido común, semihistórico, semiliterario. Esto, desde luego, es irremediablemente inadecuado, porque sólo se apodera de los accidentes y excrecencias de los sistemas históricos. Luego, está la actitud científica, la actitud Darwin-Huxley, que me parece perfectamente verdadera, y totalmente fatal, si se lleva adelante en forma adecuada, para todos los argumentos usuales de la religión. Pero es demasiado externa, demasiado fríamente crítica, demasiado remota de toda emoción; además, no puede llegar a la raíz de la cuestión sin ayuda de la filosofía. Están después los filósofos, como Bradley, que conservan una sombra de religión, demasiado escasa para ser reconfortante, pero suficiente para arruinar intelectualmente sus sistemas. Pero lo que tenemos que hacer, y lo que privadamente hacemos, es tratar el instinto religioso con profundo respeto, pero insistiendo en que no hay un jirón o partícula de verdad en ninguna de las metafísicas que ha sugerido, paliando esto mediante el intento de hacer resaltar la belleza del mundo y de la vida, en tanto que existan, y, sobre todo, insistiendo en preservar la seriedad de la actitud religiosa y su hábito de formular preguntas definitivas. Y, si una vida buena es lo mejor que conocemos, la pérdida de la religión da nuevo vuelo al valor y a la fortaleza, y así puede hacer de una vida buena algo mejor que cualquier otra actitud, pues la religión sólo procuraba una droga en la desgracia.

Y, con frecuencia, pienso que la religión, como el sol, ha extinguido las estrellas de menos brillo, pero no de menos belleza, que lucen sobre nosotros en las tinieblas de un universo sin Dios. Estoy convencido de que el esplendor de la vida humana es mayor para aquellos que no estén deslumbrados por la radiación divina. Y la camaradería humana parece hacerse más íntima y más tierna mediante la impresión de que todos somos desterrados en una playa inhóspita.

Fuente: Russell, B. (2010), Autobiografía, Edhasa, Barcelona.

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