Por
Jesús Mosterín
Al
negarse los judíos a reconocerlo como su profeta, el decepcionado Mahoma
reaccionó vindicativamente. Hizo matar a varios de sus críticos y, con excusas
triviales, expulsó de la ciudad a la tribu judía de los Banu Qaynuqa en 623 y a
la de los descendientes de al-Nadir en 625. Hombres, mujeres y niños hebreos
tuvieron que abandonar sus casas y campos con lo puesto. Todos sus bienes
fueron confiscados y entregados al profeta, que repartió las casas ahora vacías
entre sus seguidores llegados de La Meca. Si dos de las tres tribus judías de
Medina fueron expulsadas de la ciudad, la tercera, la de los Banu Qurayza, tuvo
un destino aún más aciago. Mahoma acabó condenando a muerte a sus hombres y
reduciendo a la esclavitud a sus mujeres e infantes. Acusados por Mahoma de
conspirar con los hebreos de Jaibar, los judíos qurayzíes fueron encerrados
durante un mes en su propio barrio, hasta que «Dios introdujo el terror en sus
corazones». Aunque los judíos se rindieron a los muslimes, no les sirvió de
nada; la totalidad de los hombres judíos adultos fueron pasados a cuchillo y la
totalidad de las mujeres e infantes fueron repartidos o vendidos como esclavos.
Los seguidores de Mahoma cavaron zanjas cerca del mercado y arrojaron a ellas
más de 700 cabezas cortadas de judíos.
Fuente: Mosterín, J. (2012), El islam, Alianza Editorial, Madrid.
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