Por Jesús Mosterín
Stalin
era profundamente antisemita y ordenó más asesinatos de judíos que nadie
(excepto Hitler), incluyendo el del propio Trotski, llevado a cabo en México en
1940. Cada dos por tres, Stalin lanzaba tremendas purgas de cientos de miles de
imaginarios enemigos, de intelectuales, de campesinos e incluso de miembros de
su propio Partido Comunista. El porcentaje de los judíos purgados (es decir,
asesinados) siempre era desproporcionadamente alto. En 1953, cuando todavía
quedaban unos dos millones de judíos en Rusia, Stalin estaba preparando una
«solución final» de la cuestión judía que consistiría en la deportación masiva
de todos los judíos a Siberia, como ya había hecho con otros grupos étnicos, lo
que sin duda habría causado la muerte de la mayoría de los implicados, dadas
las condiciones en que se efectuaban dichas deportaciones. En 1953 los nueve
médicos de Stalin (seis de los cuales eran judíos) fueron absurdamente acusados
de tratar de envenenarle. Estaba previsto que este juicio apañado fuera el
preludio de la deportación de los judíos, que ya estaba preparada, pero la
imprevista muerte de Stalin, sin necesidad de envenenamiento alguno, puso fin a
todo el proyecto.
Fuente:
Mosterín, J. (2006), Los judíos, Alianza Editorial, Madrid.
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